La peor (mejor) forma de contaminación
Opinión

La peor (mejor) forma de contaminación

Por:
julio 05, 2014
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“Una de las peores formas de contaminación
que hemos de combatir[1]”… “ha alcanzado
unas proporciones que hacen necesario el
establecimiento de penas importantes para sus
autores[2]”…”Son fosforescentes, multicolores,
en ocasiones obscenos y siempre ofensivos[3]”…
 

Getting Up, Craig Castleman, 1984

 

Las apasionadas afirmaciones que introducen esta columna me abordaron mientras participaba de ese ritual que se ha arraigado en la vida social e individual de la ciudad de Bogotá: montar en Transmilenio.

Afirmaba mi buen amigo Julián López de Mesa (@jloanarchist) que la “crisis” de este medio de transporte residía en la trágica-cómica coincidencia de tres silentes e invisibles pasajeros que acompañan cada uno de los trayectos de nuestro orgulloso y viril medio de transporte: nuestro salvajismo (premodernidad), nuestro actual “sistema” de vida (modernidad) y nuestra experiencia íntima en este mundo (posmodernidad).

No obstante, el hilo conductor de esta opinión radicaba en el hecho de considerar a Transmilenio un sistema típicamente moderno, es decir, limpio, puntual y seguro. De ahí gran parte del afecto del cual es objeto y desafecto, cuando esos valores escasean.

Y por esto me sorprendió la reciente decisión de utilizar masivamente los buses de Transmilenio como vallas publicitarias rodantes, contradiciendo su invisible filosofía, la cual ha permitido que las estaciones se mantengan de forma constante y en la medida de lo posible, limpias, o evitar, al no tener música dentro del bus, que los usuarios fueran sometidos a los apetitos y circunstancias emocionales de cada conductor.

Y más aún, esa medida contraviene la experiencia misma del pasajero, quien, además de ser víctima y victimario de la tiranía del afán bogotano, pierde en su viaje en Transmilenio una oportunidad para pensar, bien o mal, inteligente o inútilmente.

Tan importante es el tema de la publicidad exterior, que las regulaciones locales e internacionales la consideran en sí una forma de contaminación visual,  que cuando es desbordada, como la introducción de esta columna manifiesta, raya con la ofensa y la obscenidad.

Craig Castleman, escribió una joya histórica para el grafiti mundial titulada Getting Up, en la que plasma, con la vitalidad necesaria para este encargo, la mayoría de las historias de lo que sucedía en los trenes de Nueva York en los 70, y resalta las posiciones más radicales de gobernantes y medios de comunicación, donde se defiende el derecho a un espacio libre de contaminación, para este caso, libre de grafiti.

Paradójico, toda la emotividad que desde lo público y lo privado despierta la presencia de grafiti en los sistemas públicos de transporte, cuando por otro lado, versión marca, logo o slogan, se nos destaza la posibilidad de ejercer el derecho de poder pensar cuándo y dónde se nos venga en gana.

Supongo, otra versión posmoderna, de nuestras hipocresías.

 

@CamiloFidel
@vertigograffiti

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[1]SanfordGarelik, candidato a la Alcaldía de Nueva York en los 70.

[2]Publicado en el New York Times, 15 de septiembre de 1972.

[3]Editorial revista Time, 16 de septiembre de 1972”

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