En La Paz, Cesar, las parrandas ya no son como antes. Los fiestones que estallaban estridentemente con acordeones, cajas y guacharacas, hasta el amanecer cuando Jorge Oñate estaba presente, ahora son susurros extraños, gritos de abogados y hasta amenazas de muerte. La razón: la herencia millonaria de que se volvió pleito.
Cuando el Jilguero de América dejó de cantar, no solo dejó un dolor en su familia y en sus seguidores, también dejó una gran fortuna que, según distintas fuentes, es de aproximadamente $ 22 mil millones para nueve hijos —algunos legítimos, otros no tanto— que se la están peleando desde que se Oñate se murió. Ahora su herederos se acusan, se enfrentan, se odian.
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La historia de este pleito que parece no tener fin empieza, como casi todas las tragedias, con una muerte.
El Jilguero de América, el otro apodo que tenía Oñate, murió el 28 de febrero de 2021. Tenía 70 años. Llevaba varias semanas en cuidados intensivos, primero fue el COVID-19, luego lo atacó una pancreatitis que lo fue consumiendo poco a poco. Cuando su cuerpo dijo ya no más, sus fanáticos lloraron. En Valledupar, en La Guajira, en Medellín, en los pueblos donde el vallenato no es solo músico sino una forma de vivir, la noticia fue un golpe certero.
Pero en su casa, donde vivía con su esposa Nancy Zuleta y sus hijos del matrimonio (Jorge Luis, Jorge Daniel y Delfina Inés)— no hubo solo lágrimas. Hubo también una pausa incómoda. En aquella casona a espaldas de la iglesia del pueblo todos sabían que algo estaba por estallar. Y estalló más pronto que tarde.
Oñate murió sin dejar testamento. Pensó que viviría toda la vida para poder repartir en vida a sus hijos todo lo que había construido. Ese fue su error: creer que la muerte no llegaría o al menos no llegaría tan pronto. Y en una familia numerosa, variada y parcialmente reconocida, es como dejar todo preparado para una guerra. Como bien ocurrió.
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Omar Oñate fue el primero en hablar. Uno de los hijos mayores del cantante, nacido fuera del matrimonio con Nancy Zuleta, dijo que durante años la relación con sus hermanos fue amena. Contó también que, en vida de su padre, llegaron a compartir fiestas, abrazos y hasta fotos familiares que hacían orgulloso al cantante. Pero también contó que tras la muerte del patriarca todo eso cambió: “nos cerraron la puerta, nos borraron del mapa”, dijo.
Junto a Omar Oñate otros cinco hijos de cinco mujeres distintas (Omar Oñate Mestre, Jorge Oñate Canales, Jorge Luis Oñate García, Gina Oñate Araujo y Jorge Antonio Oñate Dangond) comenzaron a preguntar por lo que, según ellos y según la ley, también les corresponde: una buena porción de ese montón de dinero y de propiedades que amasó el cantante durante sus 50 años de trabajo. En esa herencia hay tierras, casas, carros, ganado y muchos millones de pesos por derechos de autor y otros tantos en los bancos.
Pero los otros —los tres hijos del matrimonio, los que creen ser los oficiales, los únicos— no quisieron repartir nada. Palabras más, palabras menos les dijeron a los otros: “Esto es nuestro. Ustedes son otra historia”.
La pelea lleva ya cuatro años y va para largo
En las calles de Valledupar, donde los chismes costeños corren con la misma velocidad con la que los inventan y ocurren, hablan de insultos y de amenazas de muerte entre los ocho herederos. En los cafetines donde se emborrachan con whisky barato han dicho que uno de hijos “legítimos”, se enfureció tanto con sus medio-hermanos que dijo que, si tocaba falta recogerlos “uno por uno”, él mismo lo haría.
Omar, el que tomó la vocería de los ilegítimos, ha dicho que seguirá peleando por su parte justa de la herencia, pero que teme por su vida. Ha dicho también en entrevistas que una pelea como estas, con tantos millones de por medio, podría terminar en algo más grave que un litigio judicial. Los bienes están en su mayoría en manos de la familia con la que Oñate convivía.
En entrevistas recientes, Omar se ha mostrado resignado. “Mi papá dejó todo organizado, solo que no por escrito”, dice. Según él, el cantante había dado instrucciones en cómo quería que se distribuyeran sus bienes. Pero al parecer sus palabras se las llevó el viento, y la fortuna que dejó sin testamento se está diluyendo en medio de ires y venires en tribunales de Valledupar.
Mientras la pelea avanza en los estrados, los abogados de parte y parte hacen su agosto y cobran su mesada. Y la herencia sigue congelada. El odio entre los hermanos se amplía. Y la ilusión del buen padre, del ídolo, del artista, de ver a sus hijos unidos se rompe entre citaciones, audiencias, recelos y comunicados de prensa.
Una vez, hace años, Jorge Oñate dijo en una entrevista que su música era su legado. El Jilguero dijo que, si sus hijos querían algo de él, solo tenían que poner a sonar uno de sus discos. Pero ahora, ya muerto el artista lo que sus hijos quieren realmente son las enormes fincas y el saldo que quedó en los bancos.
Jorge Oñate fue un hombre que tuvo todo lo que quiso: fama, talento, familia, fortuna. Pero al ídolo se le olvidó que también era un mortal al que la muerte podría llegarle sin aviso alguno, sin pedir permiso y ese olvido no le permitió poner las casa en orden y así hasta el vallenato más alegre puede terminar en tragedia.
