Conor McGregor no ganó, pero le devolvió la emoción al boxeo, la cual se había perdido hace muchos años. Floyd Mayweather es un tipo odiado, es el tipo que todos quieren ver golpeado y en el suelo hasta la cuenta de 10 segundos. Durante muchos años peleó bajo sus propias reglas, con un árbitro que lo favorecía, de manera defensiva, lo que volvió el boxeo aburrido. Llegó a sus 40 años con un record de 49 victorias y 0 derrotas. Algo increíble.
Pero McGregor, un campeón en dos categorías de peso diferentes en las Artes Marciales Mixtas, fue a un terreno extranjero, el cuadrilátero. El boxeo significó para él una pelea más larga, más desgastante, en la que se le vio agotado como nunca. No eran 3, eran 12 rounds.
Significó que con guantes más pesados, diferentes a los que se usan en AMM, no pudo usar el poder de su izquierda noqueadora. En el octavo round caminaba hacia atrás, jalando aire de donde no lo había, jadeante y desesperado. Sus golpes no lograban entrarle al campeón, y sólo podría usar sus puños, sin patadas, ni codazos, no que no lo hubiera intentado.
McGregor estaba acabado, trataba de agarrar a Mayweather por la espalda y sujetarlo, trataba de lanzarle puños en esa posición de manera abiertamente ilegal. Conor trataba de mantener a Floyd a distancia con su brazo extendido, lo cual no es legal en el boxeo, y además cortaba con martillazos hacia abajo los golpes de su rival.
Lo único que hizo Floyd fue defenderse con sus guantes, defender su cara y su cabeza en los primeros seis rounds. Bailó y bailó hasta que lo agotó, lanzó uno que otro golpe a la parte baja del cuerpo, al abdomen, una táctica tan vieja como el boxeo. Esto obligó al irlandés a bajar sus brazos, lo cual era supremamente evidente y algo poco común en el boxeo. De por sí la pelea en sí era poco común.
Esta fue la luz que iluminó el boxeo de nuevo en los guantes de Mayweather, empezó a boxear como hace años no boxeaba. Golpeó con rapidez, golpeó con inteligencia, ligereza y de manera bella. Vimos al viejo que todos creían retirado reviviendo de nuevo, dándole a sus fans lo que por mucho tiempo estos le exigieron.
Floyd es un tipo odiado, pero McGregor consiguió que el público volviera a ovacionarlo en su retiro definitivo. Sentí alegría por el boxeador que sólo despertaba desprecio.
Pero la alegría no era solo por él, era por el deporte que durante décadas estuvo muriendo en los gimnasios y era opacado por las AMM. Es la misma alegría que sentía McGregor al sonreír al final de la pelea, había boxeado, había sentido los puños en su cara, se había sentido cansado de una manera que no lo había sentido en las antes, estaba feliz. Aguantó como un león 10 asaltos en jaula ajena.
No sentía rabia de haber perdido, su único reparo fue contra el juez, no por alguna injusticia, sino porque paró la pelea de manera muy apresurada en el asalto número 10. Para McGregor hubiera sido mejor haber sido noqueado de verdad más adelante, así eso implara caer de cara a la lona. Bueno, pensándolo bien si fue una injusticia. Al fin y al cabo MCGregor es un verdadero irlandés, de esos que aman pelear y aman la emoción de sentirse llenos de adrenalina.
McGregor le devolvió la vida a ese viejito que se retiraría sin pena ni gloria, aunque con muchos millones de dólares. Ahora Floyd se puede retirar con orgullo, su récord es 50-0, y puede decir que en su última pelea boxeó y boxeó como nunca.