Carlos Parra no sabe más sino asar carne. Es un experto. Tiene 65 años y lleva un poco más de 50 en el oficio. Su especialidad es la carne a la llanera. Pero Carlos Parra lleva año y medio sin colocar un buen corte en la parrilla. Desde que inició la pandemia tuvo que cerrar su negocio y un año y medio después no ha podido volver a recibir a sus fieles clientes. Él es uno de las decenas de personas que trabajaban en el Palacio del colesterol, el piqueteadero más tradicional de Bogotá que está relacionado directamente con el fútbol capitalino y que el Instituto Distrital de Recreación y Deporte quiere sacar de donde están para construir en su reemplazo un megaproyecto de casi $500.000 millones.
La propuesta fue presentada por una asociación de 8 empresas lideradas por la constructora española Lanik, que también renovó el Santiago Bernabeu, y ya fue aceptada por el IDRD, hoy en cabeza de la ingeniería industrial de los Andes, Blanca Durán, quien fue gerente de campaña de Gustavo Petro en 2018, pero que nació en 2019 en la alcaldía de Enrique Peñalosa. El proyecto incluye la renovación total del estadio estadio El Campín e incluye sus alrededores para la construcción del auditorio de la filarmónica de Bogotá y un lujoso complejo deportivo de alto nivel donde la comida popular que ofrece el Palacio del colesterol no tendría cabida.
Carlos Parra, el experimentado asador de carnes es el vocero de los 17 dueños de los negocios que hacen parte del Palacio y que no quieren salir de allí porque —según sus palabras— junto a la tradición que representan lo perderían todo. Los únicos clientes que han hecho en estos casi 60 años de trabajo son los hinchas del fútbol, principalmente de Santa Fe y Millonarios, que iban a llenarse de fritanga y sopas antes y después de cada partido.
Junto a Carlos Parra, quien es hijo de María Otilia Torres, una de las fundadoras del tradicional sitio, están unas 60 familias que dependen directamente del Palacio del colesterol, que está puesto en el mismo lugar desde hace 59 años, a espaldas de la tribuna norte del estadio. El lugar nació en 1962 cuando doña María Otilia, quien hoy tiene 85 años, y una veintena de vendedores ambulantes, principalmente de gallina sudada, rellena, longaniza y papas chorreadas, que vendían sus productos en gigantes ollas y mesas madera ubicadas sobre las calles aledañas al estadio, fueron reubicados por el entonces alcalde de Bogotá Jorge Gaitán Cortés en uno de los lotes de propiedad de la alcaldía.
Los casi veinte vendedores se unieron. Con ahorros, ganancias y apoyos de empresas privadas convirtieron el viejo y abandonado lote en el más importante centro de comidas típicas tradicionales de Bogotá, donde junto a la cerveza y el aguardiente los aficionados se ataviaban de piquetes que hasta llevaban bien empaquetados a las mismas tribunas. El plan de ir a ver fútbol era un paseo de olla y fritanga en el que el Palacio del colesterol, nombre perfecto que le puso el comentarista deportivo Carlos Arturo Rueda C, era el gran protagonista.
No solo los aficionados iban a comer al famoso Palacio. Sentado en una silla de madera color café que acaba de bajar del arrume de sillas y mesas que tiene en su hoy asadero vacío, a Carlos Parra se le olvida un poco la melancolía y se emociona al recordar los nombres de los jugadores de Santa Fe —su equipo del alma— y Millonarios que en los años dorados fueron sus clientes de carne, fritanga y cerveza. Menciona a Carlos Aponte, Justo Montaña, Willinton Ortiz, al árbitro chileno Mario Canessa, y al también árbitro Guillermo ‘el Chato’ Velásquez, famoso por haber expulsado a Pele en un partido amistoso en Bogotá. También menciona a la cantante Helenita Vargas, y a los políticos Virgilio Barco, Luis Carlos Galán y su hermano Antonio Galán, quienes aprovecharon la afluencia de clientes para hacer sus campañas políticas en medio de la grasa del piquete.
La última vez que los vendedores de fritanga del Palacio del colesterol abrieron las rejas de sus negocios fue el 8 de marzo de 2020. Días después el Covid-19 los obligó a cerrar indefinidamente. En medio de la pandemia se venció el contrato de aprovechamiento que firmaban anualmente con el IDRD —actual dueño del terreno. Con la noticia de que los hinchas volverían al estadio los comerciantes de comida se alistaron para también regresar después de un año bastante espinoso. Pero el IDRD no tenía contrato alguno para firmar porque la entidad que dirige la ingeniera Blanca Durán va a poner en marcha el megaproyecto que le entregará a los inversionistas privados el aprovechamiento económico del complejo deportivo por 30 años —así lo dijo el exalcalde Enrique Peñalosa, cuando a finales de 2019, a ocho días de entregarle la ciudad a Claudia López, anunció la millonaria propuesta que la alcaldesa reestructuró para incluir la construcción del escenario para la Filarmónica.
Al grupo de comerciantes le ofrecieron reubicarlos en el parque El Tunal, en el sur de Bogotá. Los cocineros populares no aceptaron porque su fiel clientela y su nombre están alrededor del estadio. Llevan 60 años abriendo solo los días de partidos. Piden declarar el lugar como patrimonio cultural gastronómico de Bogotá. Piden ser tenidos en cuenta en el proyecto que está por comenzar y que al parecer no tiene reversa; pero su comida olorosa y ataviada de colesterol cocinado en distintas y sabrosas grasas no va en sintonía con lo que los privados planean construir dejando a un lado la cultura y la tradición de esta gastronomía popular que ha acompañado el fútbol y a sus hinchas en Bogotá por más de 60 décadas.