Ese fervor incontenible, ciclónico y cuasi-cósmico por Petro se abrió camino desde la capital y se esparció con velocidad meteórica a todo lo largo y ancho de nuestra geografía nacional. Por el norte surcó los aires hasta los santanderes y las ciudades y caseríos de la costa caribe; por el oriente voló hasta los pueblos y villorrios de la indomable tierra llanera; por el sur se irradió por el Tolima Grande, Cauca y Nariño; por el occidente aterrizó en el espléndido pacífico colombiano bailando salsa en Cali y currulao en Buenaventura; y faltando quince días para la primera vuelta de las elecciones presidenciales, se escurre impetuoso por el eje cafetero y por las breñas antioqueñas, que otrora parecían fortalezas inexpugnables del expresidente Uribe.
Para que este entusiasmo aflorara, primero se requirió que el país se horrorizara con los demenciales niveles de corrupción de los dos últimos gobernantes (16 años), que se espantara con los insólitos indicadores de desigualdad e inequidad, pero, sobre todo, que presenciara un espectáculo inédito y grotesco: la lucha torva entre Uribe y Santos, porque este último inició y culminó con éxito —sin permiso del primero— un proceso de paz; disputa que dejó hecha trisas la institución presidencial, añicos la credibilidad de los ciudadanos en sus instituciones y malogró los anhelados cantos que llegaban de La Habana.
Dicha pelea dejó servida la mesa para un tercero. Inicialmente se pensó que el comensal era Fajardo, pero este, a pesar de su exitoso recorrido gubernativo, no logró estructurar un discurso que estremeciera positivamente al electorado.
Porque el país lo que requería era de un candidato que representara y propusiera tesis radicalmente alejadas de las de los dos últimos presidentes. La pelea sin reglas, sin cuartel, sin piedad; la de patada al hígado y sacada de ojos, entre Uribe y Santos, fue tan árida y suicida que terminó por pulverizar a ambos contendientes y menguar a sus mensajeros. Mejor dicho, acabó con Sansón y los Filisteos.
Y ahí apareció Petro: valiente, preparado y contundente, superando todas las expectativas. Traía bajo el brazo un puñado de reformas, de aquellas que habían prometido e incumplido los patricios liberales desde principios del siglo anterior, pero adobadas por las modernas tesis del Estado Social de Derecho de la propia Constitución, y sazonadas con un moderno enfoque ambiental que privilegia las energías limpias y el futuro de la vida humana en el planeta.
Lo que siguió fue de vértigo. Con unos colaboradores trasmitiendo por celular sus actos públicos en tiempo real, ocasionó que miles de ciudadanos reprodujeran por las redes su poderoso discurso, y que otros miles —sobre todo jóvenes estudiantes— evangelizaran de viva voz y con entusiasmo arrollador, al resto de la población. No se requirió para ese vertiginoso ascenso, del impulso de los grandes medios, ni de la colaboración legal e interesada de las grandes empresas colombianas, ni de la ilegal y también interesada de las extranjeras, como se había vuelto usual en las últimas elecciones. Tampoco de buses, de tamales o de plata en rama.
Ese apasionamiento no se había visto ni siquiera, en las míticas jornadas de Gaitán, o en las del Pollo López, o en las múltiples de Belisario, o en la de Galán, o en la de Pizarro. Solo se le puede comparar —y eso— a la de la época de gloria del expresidente Uribe, después del fracaso de El Caguán.
Pero para obtener el triunfo, Petro debe aún saltar con éxito, dos escollos que persisten agazapados, aunque mostrando sus fieros colmillos, y que están referidos al robo de las elecciones y a la vida misma del candidato.
Porque en este país del bendito doctor Carlos Lleras Restrepo, suelen robarse las elecciones desde antes de los tiempos del ruido. Por eso, en el ambiente siempre hay un tufillo de tongo, de maturranga. Y se las roban desde el siglo XIX, o sea, desde que se iniciaron. “El que escruta, elige” decían tanto liberales como conservadores, para legitimar las artimañas electorales que sostenían a punta de trampa, lo que habían conseguido a punta de bala, en decenas de guerras fratricidas.
El Registrador Nacional del Estado Civil ya peló el cobre en las elecciones del pasado 11 de marzo. Lo de la consulta interpartidista fue un calculado desastre que arrancó con cambios en la normatividad que permitieron el uso de fotocopias; que prosiguió con el encarecimiento artificial de los costos de la consulta al hacer dos tarjetones, en vez de uno; que continuó con el empadronamiento arbitrario de los votantes entre izquierda y derecha, violentando la Constitución; y que concluyó con la no digitalización de la consulta, aduciendo groseramente falta de recursos; todo lo cual permitió que se borrara, per sécula seculorum, lo ocurrido, y que dio inicio a la orgía de las encuestas y de los pronósticos contraevidentes.
Pero como el que puede la versa, puede la visconversa; la campaña de Petro puede neutralizar el fraude electoral apelando a los testigos electorales por mesa y a la consolidación de sus propios datos electorales. Pero, ante todo, constatando, con ingenieros de sistemas, la pertinencia del software electoral, que es donde los bandidos electorales siembran rutinas fantasmas y fraudes colosales. (Verbigracia Partido Mira.)
Lo otro es que, en este país, existe la costumbre de asesinar a los candidatos presidenciales y a los políticos alternativos, como sucedió con Uribe Uribe, Gaitán, Pardo Leal, Galán, Pizarro y Álvaro Gómez.
Aunque le correspondía al Estado velar por la vida de estos líderes, la historia se ha encargado de develar que, en todas esas muertes, hubo complicidad de organismos oficiales. Eso quiere decir que la campaña de Gustavo Petro no puede confiarse en los instrumentos de seguridad que ofrece la institucionalidad, sino que debe apoyarse en mecanismos propios y adicionales, aunados a la coraza de los millones de decididos partidarios de la Colombia Humana.
Que somos quienes, con nuestro voto, protagonizaremos un hecho histórico no permitido, a sangre y fuego, en dos siglos de vida republicana: que un brillante hijo de la provincia, nacido en Ciénaga de Oro, zurdo de política, alejado de los tradicionales círculos de poder, guíe por cuatro años este espléndido y sufrido país por la senda del desarrollo sostenible, de la equidad, de la justicia social, y para que nos amplíe ese mísero pucho de democracia participativa que nos han dado a regañadientes.