Muchas y muy duras fueron las críticas recientes de la Contraloría Distrital en torno a la estructuración del metro contratado en la pasada administración. Incluso tuvo la cachaza de advertir -por lo cual podemos colegir que el contralor no es de los afectos ni de Enrique Peñalosa, ni a ninguno de sus aúlicos- que, en el estado actual del proceso hacia una hipotética construcción de un metro en la Capital, el subterráneo propuesto por G. Petro posee mayores estudios que aquel. Por lo que los bogotanos ya avizoramos cuál será el Caballo de Troya de esta administración y de la izquierda en general para torpedear esa obra durante los siguientes cuatro años.
Es decir, el contralor distrital acaba de suministrar la gasolina a la izquierda retrógrada para que detenga esa obra en los términos en que la contrató su odiado rival. Con lo cual no solo se cumplirán las premoniciones de la gritona alcaldesa Claudia Nayibe, en el sentido de que su construcción tardará de unos quince a veinte años(¿?) sino que en términos prácticos nos deja entender que la obra no se hará finalmente, pues terminará siendo un remedo mal hecho producto del odio de la izquierda a todo lo que no surja de su huera cabeza, como sucedió con TransMilenio durante los doce años de su administración, tiempo en el cual prácticamente lo "subterranizaron" también y lo convirtieron en un "objetivo militar" y de destrucción.
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El contralor, de hecho, ya escupió sus conceptos negativos sobre las obras de descontaminación del Río Bogotá y seguramente abrirá fuego también sobre cualquier obra que no haya surgido de Petro, pues en Colombia se ha llegado al colmo de que instituciones como la Contraloría General o Distrital, las Personerías y claro la Procuraduría tengan una agenda política con miras al 2022.
Ahora bien, bajo tales circunstancias Bogotá no puede aspirar a tener magnas obras de desarrollo porque para ello se necesita que todos los partidos políticos cierren filas en aras de ayudar a la ciudad arriando sus odios y diferencias y que las políticas en tales materias no sean de Gobierno sino de Estado, es decir que pervivan independientemente de cuál sea el cariz ideológico de la alcaldía que venga.
En la Capital, por el contrario, todos los miembros de la administración municipal tienen su mira puesta en los cargos de la administración nacional y la mayoría quiere llegar al Senado, a la Cámara o al Ejecutivo. Es decir, su paso por Bogotá es un medio y no un fin. El metro naufragará en esa lucha de la misma forma que Transmilenio y el SITP; el parqueo en vía, las bicicletas públicas, la recuperación del espacio público, el saneamiento del Río Bogotá, El sendero de la Mariposa, la modernización de los semáforos, el tren de cercanías y lejanías, lo cables aéreos, la vía a la Calera y un largo etc.
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Y claro, con ayuda de la prensa que ve en todo ello un delicioso bocado para mantener cautivas las audiencias destruyendo no solo los ideales de los bogotanos sino afeando su reputación, pues para ella, "las malas noticias de la Capital son buenas para sus presupuestos publicitarios". Recordemos que la prensa si bien es cierto que en muchos casos en Colombia hace parte de la solución, no así en Bogotá, donde es carroñera.