Nadie la quería acompañar, a todas les parecía una locura. Preferían quedarse meciendo las bateas a la orilla del río para encontrar, si tenían suerte, algunas chispas de oro que les darían por lo menos para comprar arroz y huevos. Y a pesar de que la retroexcavadora que estaba plantada en la mitad del río Ovejas en el Cauca, les estaba bloqueando el trabajo, nadie quería ir tan lejos como proponía Francia. ¿A Bogotá caminando? Eran mujeres, negras y campesinas; nadie las iba a escuchar, si es que llegaban. Ella pensaba lo contrario: el poder estaba en Bogotá y solo allí tomarían las decisiones que necesitaban en su pueblo. Era el año 2014 y el gobierno de Juan Manuel Santos se preparaba para la negociación de paz con las Farc, prometía apertura y diálogo para resolver los conflictos sociales. En noviembre de ese año quince mujeres arrancaron del Cauca con sus cabezas cubiertas por coloridos turbantes. Diez días después estaban en Bogotá.
Desde pequeña había visto cómo de su casa salían y entraban todos sus vecinos buscando solución a los problemas de La Toma, un corregimiento incrustado en las montañas de la Cordillera Occidental, en el municipio de Suárez, al norte del Cauca. El liderazgo venía de familia y su mamá le había enseñado a ser guerrera. Sabía mejor por su propia vida que nada se había conseguido sin pelear. Y Francia se propuso seguirla.
A los quince años se olvidó de su sueño de ser cantante famosa o de actuar en alguna telenovela colombiana. En ese momento, casi al tiempo que Francia tuvo su primer hijo con un hombre minero que así como llegó se fue, empezó la tarea de defender el agua, los recursos, y a su gente, que nacieron con la maldición de vivir en un territorio rico en oro.
La primera pelea fue en 2001 cuando se le paró a la multinacional sudafricana Anglo Gold Ashanti para frenar su entrada a La Toma, su pueblo. Desde el gobierno de Álvaro Uribe y luego con la locomotora minera de Juan Manuel Santos, las multinacionales eran más que bienvenidas en todo el territorio nacional y la entrega de títulos se había multiplicado en el país. Aunque Anglo Gold Ashanti quería comenzar operaciones inmediatamente, la comunidad de La Toma se plantó en el territorio. Francia, con veinte años se convirtió en uno de los rostros visibles de esa lucha.
Eran tiempos difíciles. Anglo Gold Ashanti insistía en sus títulos mineros al tiempo que, pequeños y medianos mineros paisas y pastusos llegaban a la región respaldados por las armas de los paramilitares del Bloque Calima, en cabeza de Ever Veloza, alias HH. Todos venían detrás de lo mismo: oro.
La gran batalla la daría en 2010 ante la Corte Constitucional. Entre los mineros que llegaron al territorio estaba Héctor Jesús Sarria, a quien le habían adjudicado desde 2002 más de 99 hectáreas para la explotación de oro en el sector La Carolina, ubicado a pocos kilómetros de La Toma. A pesar de varias protestas y las trabas que intentaron ponerle, en 2009 Sarria logró obtener una certificación del Ministerio del Interior que aseguraba que ni en el territorio, ni en la zona de influencia del proyecto, había comunidades negras. Con el respaldo del alcalde de Suárez Luis Fernando Colorado, exigió a la brava que los mineros artesanales fueran desalojados.
Como si ya no fuera suficiente comenzaron a llegar las primeras amenazas en contra de la comunidad por parte de las Águilas Negras y Los Rastrojos-Nueva Generación. El 7 de abril de 2010, en La Toma fueron asesinados ocho mineros dentro de una mina a las orillas del río Ovejas.
Ante las amenazas y el riesgo inminente, la única solución que encontró Francia Márquez fue interponer una tutela, junto a Yair Ortiz Larraondo, ante la Sala Penal del Tribunal Superior de Popayán demostrando lo evidente: una vulneración de los derechos “a la vida digna, consulta previa, al trabajo, debido proceso y a la autonomía e integridad cultural”. Francia hablaba en nombre del Consejo Comunitario La Toma. Habían pasado solo horas de haber radicado la tutela cuando uno de sus líderes recibió un mensaje de texto amenazándolos de muerte. Les daban apenas unas horas para abandonar el territorio. Ninguno cedió.
En diciembre de 2010 la Corte Constitucional seleccionó la tutela para estudiarla después de pasar por varias instancias, incluidas las de la Corte Suprema de Justicia. El magistrado Nilson Pinilla Pinilla, contra todo pronóstico, le dio la razón a Francia Márquez y frenó el proceso que estaba adelantando Héctor Jesús Sarria. Ese papel fue suficiente para ganar una de las batallas más importantes de su vida. Desde aquel día, con apenas 30 años, se convirtió en una de las voces más contundentes del Consejo Comunitario de La Toma, que aún hoy da la batalla por titular el territorio colectivo ante la Unidad de Restitución de Tierras del Cauca.
El proceso y la victoria entusiasmaron a Francia Márquez. Cuando apenas era una adolescente había estudiado Técnicas en Explotaciones Agropecuarias en el Sena en Cali y dividía su tiempo entre criar a sus dos hijos, trabajar como empleada doméstica y estudiar. En 2011 decidió volver a las aulas y se inscribió en la Universidad de Santiago de Cali para comenzar su carrera en Derecho.
El día que se fue para Cali más de cincuenta mujeres del Consejo Comunitario de La Toma salieron a despedirla. Francia había fundado la Escuela de Mujeres de La Toma un año antes y había comenzado un proceso de formación en derechos humanos y proyectos productivos. Ellas, que la habían visto defender el territorio, ahora la veían partir buscando, nuevamente, un beneficio para todas.
Las peleas no acabaron ahí. Había parado a las grandes mineras pero ahora el problema eran los mineros ilegales. La llamaron mientras estaba en clase para contarle que las retroexcavadoras, en medio del cauce, estaban envenenando el río Ovejas.
En una reunión de esas que solía hacer para hablar de los problemas de su comunidad, yendo y viniendo de Cali, vio como uno de sus compañeros salió angustiado a contestar una llamada. En cuestión de minutos volvió y la sacó del salón sin dar tiempo a explicaciones. Delante de sus hijos le dijo que esa misma noche iban a matarla, no podía quedarse otro día más en su pueblo. De ahí en adelante la misión fue como de película; a Francia le mandaron un carro desde Cali y a las cinco de la mañana, con el sol empezando a iluminar el puente de La Toma, pasó casi que por delante de los que estaban encargados de matarla. No los vieron.
Sin embargo, en Cali no se sentía cómoda. Encerrada en una habitación era incapaz de adelantar los procesos y las discusiones políticas que movían a su gente en La Toma. Encontró una solución radical para enfrentarse a las retroexcavadoras: irse caminando a Bogotá, sin saber que esa marcha en noviembre de 2014 la pondría finalmente en el ojo público. Francia y las mujeres con sus turbantes se convirtieron en un símbolo.
En La Toma reunió a las mismas mujeres que la habían despedido cuando se fue a estudiar. Fue clara: si no la acompañaban hasta Bogotá, entonces se iba sola con sus hijos. Logró que quince del grupo se tragaran el miedo . Hicieron turbantes, cosieron costales para las carteleras y toda la comunidad se reunió. Se fueron, literalmente, a la de Dios; los mayores solamente les echaron la bendición y se sentaron a esperar que así de sanas como se habían ido, pudieran volver.
Fue una marcha de 10 días en la que a pesar de ser objetivo militar de las Águilas Negras, los Rastrojos y el Bloque Capital. En el caminó comenzó a recoger otras mujeres que animaron a acompañarla en su travesía: Entre Buenos Aires, Santander de Quilichao, Guachené y Caloto movilizó a más de 80. Siempre caminando.
Así llegaron hasta Bogotá y se tomaron Ministerio del Interior en un cara a cara con la entonces viceministra para la Participación e Igualdad de Derechos del Ministerio, la hoy embajadora en Uruguay, Carmen Vasquez. Allí se declararon en asamblea permanente. No veían voluntad del gobierno para frenar la minería: “Sí, llegaron las negras, pero nadie nos ponía atención”, decían en las entrevistas que le dieron a los medios en su momento. Hasta las catalogaron como una amenaza para la seguridad nacional por la cercanía a la casa presidencial, pero de allí no se movieron. Decían que ellas habían pagado por esa casa, la habían pagado con cada gramo de oro que terminaba gastando en el arroz para sus hijos. Esa también era su casa.
Poco a poco los medios comenzaron a poner en su agenda la minería ilegal, primero en el Cauca, después en todo el país. Francia y las mujeres que serían bautizadas como ‘La marcha de los Turbantes’, a punta de presión lograron lo impensable: la suspensión de la minería ilegal e inconstitucional y el retiro de la maquinaria en la Toma. El gobierno creó un cuerpo especial para investigar la minería ilegal. Apenas un par de años después la maquinaria alrededor del río Ovejas fue retirada o destruida. Ahora Francia parecía imparable.
Con otra victoria en las manos el anonimato de Francia Márquez se volvió asunto del pasado. En diciembre de 2014 viajó a La Habana como parte de la quinta delegación de víctimas, durante los diálogos de Paz con las Farc, para hablar del impacto del conflicto armado en las mujeres y en las comunidades afro, indígenas y campesinas. Participó junto con otras organizaciones, en la construcción del capítulo étnico del Acuerdo de Paz.
Su valiente lucha fue reconocida. Le fue otorgado el premio como Defensora del Año en 2015 con el Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos en Colombia y ya en 2017 recibió la llamada que marcó su vida. Sonó el celular con la gran noticia: era la ganadora del Premio Goldman, el Nobel verde, como lo llaman.
Viajó con su mamá a recibir el premio en San Francisco, Estados Unidos en abril de 2018. Lo recibió entre aplausos y con la voz cortada, pero con la confianza que le habían dado las peleas ganadas; el mundo supo de La Toma, ese pueblo escondido en el Cauca que la había llevado tan lejos: “Soy una mujer afrodescendiente, crecí en un territorio ancestral que data desde 1636. Desde pequeños nos enseñan el valor de la tierra, sabemos que los territorios donde hemos cuidado…” Las lágrimas interrumpieron su discurso.
Francia alzó ese premio como se iza una bandera después de ganar una guerra. Fue su impulso para seguir adelante con tanta fuerza y tanto vuelo que cuatro años después está en la disputa por la Presidencia de Colombia demostrando una vez más que resistir no es aguantar.
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