A propósito de los momentos de incertidumbre frente a los diálogos del Gobierno con actores armados es bueno recordar que no son pocas las décadas que llevan los enfrentamientos afectando campos y ciudades en los últimos setenta años, dejando miles de muertes y desapariciones y cerca de ocho millones de víctimas, así como territorios desolados, urbes atiborradas de dolor y pobreza. Del conflicto tratado con la violencia estamos cansados, en el resto del mundo no entienden las razones por las cuales nos hemos estado matando en nuestra sociedad; se puede explicar por la injusticia, la exclusión, la avaricia, la costumbre de la trampa y la agresividad, pero esas razones claramente no justifican los males de la guerra y sí nos llaman a asumir la superación de las contradicciones manejado a las malas y con armas.
Tampoco son pocos los años buscando otra forma de tratar las violencias, explorando otra forma de vida: se han probado armisticios, negociaciones en el país y afuera, se han intentado intercambios humanitarios y se han hecho acuerdos para superar el conflicto, que incluyen reformas que la nación clama, abraza y espera; con todo, en la mortificación recurrente, en el sufrimiento social, se sigue buscando denodadamente que hagamos las paces, que se encuentre un principio para que cese la horrible noche y para que resolvamos poco a poco nuestros desencuentros y diferencias de forma razonada; en esos anhelos se juega nuestra vida colectiva.
Hay, de acuerdo a las sociedades y sus momentos, diversas ideas de lo que es la paz, pero específicamente frente a los conflictos armados, sabemos que la paz no es solo el silencio de los fusiles o la ausencia de guerra, sino un proceso en construcción que implica reconciliación y renovación de los pactos de convivencia en democracia, entendida como una forma de vida y gobierno de la sociedad, basada en la libertad de elegir, en la realización de derechos individuales y colectivos, el ejercicio de virtudes cívicas, el respeto a una pluralidad de maneras de habitar el mundo y el ejercicio de no violencia.
Necesitamos un país en el cual quepamos todos, sin necesidad de que nadie saque ventaja ni genere ultraje por ninguna razón frente a otros u otras
En nuestro caso necesitamos un país en el cual quepamos todos, sin necesidad de que nadie saque ventaja ni genere ultraje por ninguna razón frente a otros u otras. La paz es una agenda material y simbólica en la cual se logra que los principios de justicia arropen la tarea de moldear la vida cotidiana, de transformar las instituciones como garantes de una vida común razonablemente aceptada por las mayorías y con respeto por las minorías, es la tarea de forjar nuevas formas de humanidad y de comunidad desde los territorios compartidos.
Asumir este camino requiere que abracemos la tarea de mediano y largo plazo de gestar una cultura común de paz que implica esculpir otro modo de existir, rectificando el camino de desencuentros, aprendiendo que primero es la vida de todos y todas, es encontrar renovadas formas de entendimiento y comprensión mutua. Ese camino que nos invita a fluir de otra manera por la vida personal y colectiva bien demanda esfuerzos aquí y ahora, exige gestos de reencuentro en medio de azarosos conflictos, a los cuales es deber de humanidad sumarse para contribuir con sentido de cooperación, creatividad y confianza, en el horizonte de la transformación de nuestros entornos. Lo demás, o sea las prácticas cínicas de violencia, son lo que hay que cambiar, para insistir en el camino de cuidar y renovar la existencia compartida …