La idea de una Paz Total, así con mayúsculas, no es nada más ni nada menos que la posibilidad, en un tiempo ojalá no muy lejano, de materializar y ampliar lo pactado en La Habana y firmado en el Teatro Colon de Bogotá, conocido como: acuerdo de paz estable y duradera. Es la posibilidad de poder ser y estar con tranquilidad en los territorios, de prosperar en armonía con los demás y con la naturaleza; lo que las mayoras y los mayores llaman el buen vivir o vivir sabroso.
Para quienes vivimos en el Cauca, en donde todas las formas de violencia se han vuelto, tristemente, lo normal de nuestra cotidianidad (¡incluidos asesinatos y las masacres!), mirar en el horizonte político nacional la aparición de una propuesta diferente para la construcción de la anhelada paz estable y duradera nos obliga a ponernos a disposición del próximo gobierno nacional; para ayudar en esta construcción nacional.
Más allá de los cientos de líneas de texto y video que ya circulan en los medios tradicionales de comunicación, pero sobre todo, en las redes sociales, alrededor de esta propuesta del Pacto Histórico, muchos de quienes padecemos, como mínimo, la zozobra y el miedo de la guerra en nuestro vecindario, creemos que lo realmente distinto de esta propuesta debería ser una mayor vinculación de la sociedad civil en los mecanismos que se definan para llevar a cabo los múltiples y simultáneos diálogos de paz, necesarios para que esta nueva apuesta por el fin de las violencias y la reconciliación puedan ser totales.
La simultaneidad de mesas de diálogo, en distintos territorios, tendría que ser una de las tácticas para avanzar en la salida negociada a los conflictos armados de Colombia. Atrás debe quedar el esquema de nombramiento de comisiones asesoras, consejerías y/o negociadores de paz, conformadas por miembros de las élites de escritorio, portátil o celular; venidos desde el centro de poder, sin conocimiento alguno de las particularidades geográficas, históricas, antropológicas, sociológicas y hasta económicas presentes en cada una de las regiones, como el Cauca, en las que la guerra ha estado presente desde hace más de doscientos años.
La construcción de la Paz Total, así con mayúsculas, debe ser original, emergente y audaz, con el propósito de dar salidas reales y rápidas a las múltiples causas de las violencias, ahora presentes en el campo y en la ciudad. En este sentido, el acumulado de la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, así como el Acuerdo de Paz Estable y Duradera, deberían ser los principales insumos de partida para este multiforme proceso de negociación simultánea con la mayor cantidad de actores del conflicto a lo largo y ancho del país.
No sobra decir que los procesos regionales de negociación deben tener unos ejes comunes, así como una coordinación desde el gobierno nacional, con el fin de no caer en la trampa de los saboteadores del proceso, quienes, aprovechando el poder armado, económico y político que tienen los grupos ilegales en las regiones, pretendan, torpedear el avance de dichos diálogos o aprovecharlos para reacomodar y legalizar su poder local.
En este sentido, la sociedad civil debería erigirse en la guardiana de estos procesos, desde la conformación misma, de las comisiones de diálogo, pasando por la veeduría, hasta ser garante de lo acordado, en compañía de los organismos de la multilateralidad internacional.
Por otro lado, el Estado colombiano, en todos sus niveles (nacional, regional y local), debe disponer los recursos necesarios para que los diálogos regionales, puedan contar con todas las garantías e insumos requeridos, desde lo logístico hasta el avance en la construcción del marco jurídico y los mecanismos administrativos, que puedan materializar de manera expedita, lo pactado en las regiones, compendiado en un único y definitivo: Gran acuerdo nacional de Paz.
La experiencia de quienes padecen la guerra debe ser aprovechada a la hora de abordar la construcción de rutas de negociación de los acuerdos de paz. La sociedad caucana, en su calidad de víctima de todas las formas de guerra, puede poner a disposición de la construcción de la Paz Total, todo ese acumulado de experiencias de diálogo y negociación, que han adquirido sus organizaciones étnicas, académicas, estudiantiles, de género, gremiales, ambientalistas, sindicales, financieras y gubernamentales a lo largo de su historia.
De igual manera, la llamada sociedad civil caucana, sempiterna víctima de la conflictividad, junto con los mecanismos propios de salvaguarda de los derechos humanos (Guardias indígena, cimarrona y campesina) deben disponer su experiencia y su increíble resiliencia para aportar en los diálogos regionales, bien sea como parte activa de los mismos, como su veedora o como su garante.
Es natural que el miedo, pero, sobre todo, el desconocimiento que tiene una gran parte de la sociedad colombiana, sobre el horror de la guerra en territorios como el Cauca, sea utilizado por los reconocidos enemigos de la paz, para llenar de dudas, pero sobre todo de terror, a una sociedad que ya castigó electoralmente a quienes hicieron trizas la paz y a quienes, desde su ineficiencia y su corrupción, abonaron el terreno para la degradación de la guerra.
Quienes apostamos por el cambio en las formas de hacer política y de gobernar, debemos convertirnos en los principales voceros defensores de la Paz Total. En este orden de ideas, para blindar de la politiquería y el amiguismo a este nuevo proceso de paz, evitando, de paso, el reencauche de los de siempre en los procesos regionales de paz; es indispensable señalar y denunciar la intromisión y los intentos de manipulación de la clase política tradicional de todas las regiones, en la selección y conformación de los espacios de diálogo, asumiendo esta tarea como una línea de acción constante e indeclinable de quienes creemos que si es posible vivir sabroso y en paz.