Eran 37, todos prisioneros alemanes, en 1945. El mayor tenía apenas 21 años, el menor no había cumplido los 18 años de edad. Soñadores, enamorados, dueños de una juventud con la que esperaban hacer mucho: viajar, conseguir dinero apenas terminara la confrontación bélica, casarse y, en el mejor de los casos, pasar sus mejores años de vejez. junto con su compañera de viaje matrimonial, viendo morir el sol en el horizonte. ¿Qué más pedirle a la vida?
Sin embargo, sus aspiraciones dieron un vuelco inesperado, cuando les asignaron la tarea de desminar una buena parte de las playas en la costa oeste de Dinamarca. Eran dos millones de artefactos explosivos, sembrados en la arena para frenar el avance de las fuerzas de ocupación alemanas. Comandaba la operación el sargento danés, Carlo Leopold Rasmussen.
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Más de la mitad de los jóvenes murieron en el esfuerzo—bajo imposición—de desenterrar las minas terrestres. Volaban por el aire tras estallidos que rompían el silencio del lugar y el rumor de las olas en la distancia. Un crimen de guerra que la historia no olvida y que dio lugar a la galardonada película: “Bajo la arena”.
En el Valle, Cauca y Nariño quedan miles de minas antipersona activas. Están en los campos. Ponen en peligro la vida de nuestros campesinos y de quienes, en actividad turística, recorren trochas y caminos. Quienes las instalaron se aprontan a recibir los eventuales beneficios de la paz total, pero la sombra de la muerte sigue vigente en amplias zonas.
No hace muchos días uno de esos dispositivos causó la muerte de una persona y heridas a seis más, en el resguardo Magüi del municipio de Ricaurte (Nariño). A Mauro Canticus Guanga, la víctima, lo recuerda su gente con dolor. Por eso los colombianos de a pie, esperamos que la paz total esté mediada por el retiro de las minas antipersona que tachonan la ruralidad. ¡Es una urgente!
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