A pesar de no ser una persona religiosa hay ritos que me parecen admirables en la misa de los católicos. Uno de los momentos más emotivos e integradores es cuando se nos invita a desearnos la paz. El sacerdote dice “la paz sea con nosotros” y le contestan sus feligreses “y con tu espíritu”. Después la gente se desea paz con un abrazo o un apretón de manos.
Parece importante que en sociedades tan apegadas al éxito económico o a la belleza, o a la juventud, lo que se desee sea paz y no la prosperidad, por ejemplo, o la salud, o el amor. Cualquier cosa terrenal podría desearse, pero entre todas esas cosas la liturgia escogió la paz.
Pues es precisamente eso lo que estamos acariciando cuando se hace realidad la firma del acuerdo final de cesación del conflicto armado con las Farc. El jueves 23 fue el día señalado para que el presidente Santos se encontrara con Timoleón Jiménez y se dieran la mano para desearse lo mismo que en una misa, que la paz se dé entre nosotros y, sobre todo, en los espíritus.
Hay personas que seguramente no quieren ver esto, precisamente porque les falta paz en sus espíritus. Por el contrario, su más profundo deseo parece ser que sigamos rodeados de odios y malquerencias. No sin razón, probablemente, porque hay que reconocer que eso es lo único que ha producido más de medio siglo de guerra, pero en todo caso no están listas para conceder ni aceptar la paz. Son aquellas las que promueven una acción denominada resistencia civil contra la firma de los acuerdos de paz.
Sin embargo, una buena parte de esta nación que ha sufrido la guerra por muchas décadas, sí ha estado lista, con la mano extendida para dar y recibir en esta ceremonia un abrazo de reconciliación. Son millones de colombianos y colombianas a lo largo y ancho del territorio que han entendido que no hay otro camino, que el conflicto armado no conduce a nada distinto de sangre, dolor y pobreza.
Esta ceremonia no nos la pueden aguar las trompetas de guerra que llaman desesperadamente al equívoco, a ese camino que ya hemos recorrido tantas y tantas veces sin que conduzca a ninguna parte, un camino que parece enroscarse en sí mismo como un alacrán enfurecido, que de tanta rabia por verse en medio de fuego, es capaz de picarse a sí mismo, con tal de mantenerse en su tozudez.
La resistencia civil al proceso de La Habana
no ha logrado tener paz en el espíritu,
su alma sigue en guerra y solo de eso es capaz de hablar
La resistencia civil al proceso de la Habana no ha logrado tener paz en el espíritu, su alma sigue en guerra y solo de eso es capaz de hablar, porque lo demás le parece una estupidez. Como si ahorrarse la vida de muchas personas fuera una pérdida de tiempo, o como si los principios a los que se aferran tercamente fueran más importantes que la vida misma.
La paz es una buena noticia para el combatiente porque le significa la vida, la paz es una esperanza para el no combatiente porque le significa tranquilidad, la paz es una buena noticia para el empresario porque le significa progreso, en fin, la paz es buena para todos y todas porque representa un mundo mejor, un mundo donde primen los derechos humanos y el énfasis se ponga en las garantías para hacer una Colombia más incluyente y más justa.
No conozco los acuerdos ni sus detalles. Cuándo se entregarán las armas, dónde se concentrarán los guerrilleros, cómo será constituido el tribunal especial o qué se pondrán a hacer los reincorporados a la vida civil. Esos detalles que han venido acordando paso a paso, con rigor, en una negociación que nunca fue rendición de ninguna de las partes. Detalles que pueden ser más o menos aproximados a lo que cada persona considere necesario para lograr un posacuerdo definitivo. Para eso estuvieron dos años cara a cara la delegación del gobierno y la de las Farc, para entenderse, cediendo de lado y lado. Ahora es un hecho real que nos debe alegrar el espíritu, ese mismo espíritu que debe estar en paz para que podamos disfrutar el momento histórico que estamos atravesando.
La Paz sea con usted, doctor Uribe y sobre todo con su espíritu.
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