La historia nos ha enseñado por muy diversos caminos que las paces las hacen los pueblos cuando consiguen madurar para la convivencia, para la vida digna y para la democracia. Está dicho desde hace tiempos que la paz, sin tantos apellidos y slogans, solo se concreta si logramos generar un diálogo social que involucre todos los territorios, regiones, pueblos, comunidades y modos de vida de la nación.
Es de saludar que comiencen a funcionar y a dar resultados las mesas entre el Estado y los guerreros o “los actores del conflicto”, como se les nombra eufemísticamente, pero el logro de la paz requiere más esfuerzos colectivos, porque sólo puede ser producto de procesos de reconciliación y de la definición de un nuevo pacto social que se conquista desde la sociedad toda, con la participación de las ciudadanías en la definición de nuevas formas de relacionarnos y convivir.
Ante la aspiración de una paz total, asunto que por momentos puede confundir un poco el propio camino de reconciliación, por aquello de que lo total hace ruido al sentido de paciencia y prudencia en procesos conflictivos complejos, es necesario, que se logren generar las condiciones para superar estados de excepción de facto en diversos territorios del país; para ello sirve el diálogo sociopolítico y las herramientas y acuerdos legales posibles en este tiempo, como ha sido el caso de los acuerdos con las Farc-EP y lo que va pasando con los gestos humanitarios resultados de la mesa con el ELN y con los grupos armados de Buenaventura; pero el asunto no se agota en el desmonte de las insurgencias y las contrainsurgencias de todo tipo, requiere procesos de más profundidad con el país en pos de la vida digna y de la construcción de vínculos de comunidad, en un sentido de nueva dinámica civilizatoria.
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Para hacer realidad el derecho a la paz se necesita entrar en una dinámica de reconocimiento social más amplia y de democratización de la vida productiva y política del país
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Para hacer realidad el derecho a la paz se necesita entrar en una dinámica de reconocimiento social más amplia y de democratización de la vida productiva y política del país, y eso implica profundizar los acuerdos territoriales y culturales para la coexistencia pacífica, comenzando por el No matarás y por el goce integral de los derechos, pero generando denominadores comunes entre todas las expresiones y agencias de la vida colectiva. Necesitamos uno mínimos consensos posibles que brinden estabilidad y confianza en el presente y futuro, reconociendo el pasado, pero desanclándonos de su repetición inerte.
Es tiempo de desplegar un nuevo dispositivo de pedagogía para el encuentro cultural del país que haga uso reflexivo de la comunicación, de las artes y las artesanías, del intercambio productivo, de promover el goce de estar juntos en medio de diferencias y conflictos, sin negarnos ni matarnos mutuamente, para propiciar nuevas síntesis de convivencia creativa, a partir de la polifonía de voces y gestos que anuncien y canalicen desde todas las latitudes y esquinas una renovada agenda de paz con justicia social.
En días de navidad, de nacimientos y reencuentros familiares y vecinales, es necesario recordar que en el 2023 se requiere continuar impulsando la movilización de la sociedad en su conjunto sobre la urgencia de la reconciliación como proceso espiritual, social y político, generando acciones y propuestas de superación del conflicto social y armado, pero también avivando la construcción de nuevos pactos de respeto con la naturaleza y entre las diversas formas de ciudadanía.
Ahora hay el espacio para movilizar nuevos esfuerzos colectivos para recuperar y relanzar el sentido de solidaridad, dignidad y respeto en nuestros entornos. Este es el momento para desarrollar una nueva agenda solidaria, mutual, vinculante, de construcción de paz con sentido de reconocimiento social y cultural. En este propósito colectivo cada persona cuenta, cada familia y comunidad cuenta, cada territorio e institucionalidad cuenta, es cuestión de recordar que la paz se hace con vos…
Feliz Navidad.