Se sintió como un mal de amor con su tristeza insospechada y repentina. Cuando ese vecino palpitar, hondo y seco, enfría y paraliza. El grito impotente que no salió, pero aún rasga y esa culpa y esa vergüenza que, por precipitarse así, por ilusionarse así, marcan la piel. Por dentro. Domingo dos de octubre. Final de la tarde. No pude seguir viendo.
Colombia no existe, existen los colombianos, pensaría ese gran observador del mundo, y de los hombres, que fue el polaco Ryszard Kapuscinski, al detectar y aceptar los abismos que nos separan y aterran, los territorios y círculos en los que solemos avanzar, y retroceder, las arbitrarias e íntimas ópticas con las que inventamos al universo. Ese cada quien que impide ese “todos” y sobre todo ese “nosotros”. No fuimos.
Muchos aspiran en péndulos histéricos de optimismo, corrección política y resignación, a seguir adelante, invitan a desterrar el lamento y a continuar. A callarse y conciliar. Yo todavía no puedo. Nadie creyó en que el acuerdo representaba la mejor paz, pero algunos, convencidos, creímos que era la primera paz. Esa era su virtud, y su fragilidad. La primera que le correspondía y que me correspondía. El No fue un error. Sin más.
Por eso soy incapaz de aceptar, sin reparos y cierto malestar, el argumento de mejorar, rectificar o corregir el acuerdo de paz, "tome el tiempo que tome". Esa cínica y sanguinaria invitación a la paciencia. La guerra es inmediata, entierra todas las noches para todas las mañanas amanecer con hambre. Por eso era urgente e imperativo atajarla, burlarla, hacerle zancadilla. No quisimos. No pudimos. No creímos. A lo importante, a las vidas en riesgo, no puede dárseles un plazo.
Hoy, lo que debía ser un acuerdo ciudadano
y una nueva forma de contemplarnos a nosotros mismos y al país,
está en manos de hábiles, caprichosos y mezquinos políticos
Hoy, lo que debía ser un acuerdo ciudadano y una nueva forma de contemplarnos a nosotros mismos y al país, está en manos de hábiles, caprichosos y mezquinos políticos que, sin duda alguna, sacarán el mayor provecho personal del interés más general: la paz. Con engaños, como lo admitieron, como lo acaban de admitir, nos arrancaron la esperanza de las manos. Los dueños de la muerte en Colombia aún mandan. Y aún son obedecidos.
El martes pasado visité una librería. Casa Tomada, como el famoso cuento de Cortázar. Un lugar discreto, escaso y mágico. Luego de timbrar me abrieron la puerta. Les pregunté cómo estaban. "Hemos tenido días mejores", me dijeron. Después de tratar de explicarnos lo inexplicable (una forma invisible de abrazo) la librera, me contó que esos dos últimos días se habían vendido más libros que de costumbre.
Trincheras, pensé.
No será la primera vez que al mundo, cuando se le abandona y traiciona, invita a elevarse en la fantasía de los libros, cegando la realidad al apretar los ojos como dientes, en otras palabras, a seguir creyendo, en otro litoral, otra sabana, otra montaña, allá, donde SÍ hay paz.
¡Paz, ya!
@CamiloFidel