En la última etapa de la negociación con las Farc, en sus últimos suspiros como grupo armado, el negocio de los cultivos ilícitos se disparó en las zonas donde la guerrilla controlaba el territorio. La tregua con el ejército garantizaba una vía libre, ¿significaba eso la cuota inicial de un recrudecimiento de la violencia una vez las Farc entregaran las armas? No necesariamente.
Si el gobierno se hubiera aprestado a cumplir lo más importante del acuerdo (que no son las curules en el congreso a las Farc), a no desgastarse en objetar el marco jurídico de la justicia transicional y a ocupar efectivamente los vacíos de poder en los territorios que dominaban las Farc, quizá la realidad sería diferente.
Ahora nos encontramos frente a un proceso de paz fallido, donde lo poco que se ha cumplido es lo menos importante (las curules del Congreso a las Farc) y lo más importante difícilmente se va cumplir ante un gobierno incapaz de ejercer una jefatura de Estado seria e independiente.
Nada se puede esperar de un gobierno que no tiene un peso político propio y que está más preocupado de mantener la frágil unidad de quienes lo eligieron y de sacar del lío jurídico a quien lo recomendó.
Un gobierno como este sería intrascendente para la historia gracias su incapacidad, pero su ineptitud en el momento histórico que le correspondió bien le vale el ignominioso lugar del peor gobierno en la historia (que en Colombia son palabras mayores después de tener a Pastrana como presidente).
No necesitábamos un "mesías", un político con ínfulas de dios y salvador. Con un estadista hubiera sido más que suficiente. Alguien que no tuviera las manos atadas y que supiera dar continuidad al logro histórico de haber llegado a un acuerdo con la guerrilla más antigua del planeta.
En cambio, hemos entrado por el estrecho callejón del peor de los escenarios. Los grandes responsables de los crímenes del conflicto armado disfrutando en el capitolio (los que ya estaban más los nuevos que llegaron), más la violencia que ha regresado a reclamar de nuevo su lugar en la historia.
Cuando creíamos que lo peor de que las Farc dejaran las armas sería una serie de grupos atomizados peleándose por el territorio, olvidamos que peor sería grupos armados ilegales extranjeros ejerciendo control en las zonas de conflicto.
Si la justicia sumaria y el "gobierno" déspota de las Farc eran terribles, si la crueldad y el salvajismo del paramilitarismo eran insoportables ¿Cómo calificar la violencia de grupos armados comandados por personas que no tienen ningún arraigo o apego a los territorios que dominan?
Ahora recuerdo con tristeza el refrán favorito de Iván Duque cuando le preguntaban sobre el acuerdo con las Farc: "ni trizas, ni risas". Al menos la segunda parte la cumplió, lo único que ha cumplido en dos años de desgobierno.
