Cuando ciertos sectores condenan a las Farc, parece que miran la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio. Hay que recordar que las guerrillas liberales de los 40 y los 50, se formaron para defenderse de los desmanes de la policía chulavita. Campesinos conservadores de la vereda Chulavita, del municipio de Boavita, en el nororiente de Boyacá, que heredaron la violencia de la Guerra de los Mil Días, en la que cometieron varias masacres, a órdenes del general Próspero Pinzón. Después del Bogotazo, el gobierno de Ospina los resucitó, para imponer el orden en la capital, creando con ellos unos escuadrones élites, que “pacificaron” la ciudad, a punta de masacres indiscriminadas, que quedaron impunes, contra indefensos ciudadanos liberales y supuestos comunistas.
La Policía Nacional no era el cuerpo técnico de hoy, y andaba al vaivén del partido gobernante. Una vez que “limpiaron” a Bogotá, los chulavitas fueron desactivados y se convirtieron en los famosos “pájaros” de los 50, ancestros de los actuales paramilitares.
En las guerrillas liberales surgieron hombres míticos por su valentía y capacidad de enfrentar a un enemigo cruel. Tal es, por ejemplo, el caso de Guadalupe Salcedo, que tomó las armas para defenderse de la violencia política promovida por el propio gobierno, antes y después del Bogotazo. Guadalupe firmó la PAZ en 1953, aceptando la mano tendida de Rojas Pinilla, y se retiró a su finca en los Llanos, pero en 1957, después de la caída de Rojas, fue asesinado por la propia Policía, en hechos nunca bien explicados, cuando departía con unos amigos en Bogotá.
El capitán Desquite, de Rovira, Tolima, tenía 14 años cuando el alcalde del pueblo asesinó a su papá y a su hermano mayor. Desquite tuvo que huir con su mamá y sus hermanas. Entró a la guerrilla para vengar a su familia, y sembró la muerte en el Tolima, hasta que fue delatado en 1964, asesinado, y su cadáver exhibido en varios pueblos, igual que la barbarie en las guerras de la antigüedad.
A Chispas le tocó ver, a los 12 años, el asesinato de sus familiares y vecinos, también en Rovira, por lo que huyó y tomó las armas. Se entregó en 1953, pero tuvo que regresar al monte para protegerse de los chulavitas. En 1958, se volvió a amnistiar y poco después tuvo que volver a la guerrilla, huyendo de la venganza de sus adversarios. Fue masacrado en 1963, cuando Guillermo León Valencia creyó que exterminando el llamado bandolerismo, acababa con la violencia, sin entender que esta es consecuencia de viejos conflictos sin resolver.
Sangrenegra, que no tuvo que ver con la guerrilla liberal, fue un psicópata que, habiendo visto a “la chusma” acribillar a sus primos, asesinó al hijo del hacendado que había ordenado la masacre, y se unió al temido Alma Negra. Su bautizo de fuego fue matar a un hombre, beber su sangre, y hacerle el horrendo “corte de franela”. Cayó en 1964, y su cadáver fue expuesto como ejemplo de maldad castigada, al público del Valle.
No es posible que hoy se entienda esta barbarie, u otra como el “Contrabogotazo” de 1952, cuando los pájaros, los detectives de la temida inteligencia estatal y otros elementos violentos del conservatismo, quemaron las sedes de El Tiempo, El Espectador, y las casas de Lleras Restrepo, de López Pumarejo y la Dirección Liberal. Antes se creía que la sociedad tenía que olvidar estos hechos para seguir viviendo. Hoy sabemos que es necesario recordar, pero más importante perdonar.
Igualmente, cuando se firmó la PAZ de los 50, el gobierno de Rojas Pinilla, expidió un decreto de amnistía general, indultando a todos los procesados o condenados por la violencia partidista, cobijando, tanto a guerrilleros liberales y conservadores, como a los miembros de la fuerza pública involucrados. Sabemos que hoy no es posible conceder indultos indiscriminados, pero es bueno recordar antecedentes, en vez de darse tantos golpes de pecho.
Hay que conocer nuestra historia, para entender por qué el presidente Santos está bien encaminado en el Proceso de PAZ.