El 23 de junio pasado se firmó en la Habana el cese al fuego bilateral y definitivo entre las FARC-EP y el Presidente Juan Manuel Santos. Como ciudadana, estoy a la expectativa de este nuevo camino y al cómo nos enfrentaremos como sociedad a este nuevo rumbo.
Llevo 15 años viviendo fuera de Colombia. Estar fuera no significa no estar al día de la actualidad en Colombia, es simplemente una relación distinta y desde la lejanía. Esta distancia también me ha permitido ver nuestra idiosincrasia con otros ojos y en especial la forma como nos relacionamos con las demás personas.
Durante estos años he participado en diversas iniciativas relacionadas con Colombia y he sentido estos espacios como una Colombia en pequeño, con todos los ingredientes del país; diversidad de sectores, ideologías, pensamientos y deseos. Participando en un grupo de colombianos interesados en aportar ideas al proceso de paz en Londres, observé con asombro cómo se replican ciertas dinámicas negativas; por ejemplo la lucha por controlar la información, transmitirla de manera conveniente, irrespetar los diversos puntos de vista y en mi opinión la peor, la mentira y/o las verdades a medias para desprestigiar a los demás. Experiencia que me hizo reflexionar y ver con tristeza que no es posible un país en paz si se siguen perpetuando cada una de esas dinámicas.
Volviendo al tema de la paz, no se trata si se firma o no un acuerdo de paz, se trata que si nosotros como ciudadanos no empezamos a cambiar esa forma de relacionarnos nada se transformará y los conflictos pequeños o grandes continuarán.
Si queremos creer que un país en paz es posible, ésta es nuestra gran oportunidad de transformar la forma de relacionarnos, de escucharnos, de hablarnos, de respetarnos. Un conflicto siempre da la posibilidad de realizar un cambio. ¿Pero cómo hacer ese cambio? Pues no seguir siendo cómplices en situaciones donde personas cercanas a nosotros; como nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo o estudio perpetúan comportamientos poco éticos. El problema de fondo es que a pesar de que sabemos que están sucediendo no decimos nada al respecto. No se trata de buscar culpabilidades en cada uno nosotros, es entender que vivimos en una cultura del todo vale y oponerse a ello puede generar problemas. Por eso el miedo a decir lo que sentimos; no queremos tener discusiones, problemas e incluso no queremos perder el trabajo o la amistad.
Por tanto, en pro de esta transformación, como miembros de una sociedad que desea una paz verdadera y duradera debemos tomárnoslo como algo personal ¡Claro que nos afectará tarde o temprano! Si no decimos nada a las personas que realizan dinámicas poco éticas, ellas asumen que pueden hacer todo lo que quieran y que pueden usar todos los medios necesarios para cumplir sus objetivos. Y cuando menos nos demos cuenta estarán ostentando el poder, ocupando cargos de dirección o cargos públicos o decidiendo acerca de nuestro bienestar y futuro.
Con tan solo el hecho que cada uno de nosotros realice ese cambio de tolerancia cero al “todo vale” esta nueva forma de relacionarnos empezaría a multiplicarse en nuestro círculo cercano, que a la vez lo replicaría en otras redes. Y tal vez algún día nos permita convivir y crecer en una sociedad más respetuosa, en paz y en donde se cumpla a rajatabla el “no todo vale”.