La paz es una anhelada necesidad para Colombia. Así lo sentimos quienes habitamos en regiones como el Caribe, en donde la confrontación armada se ha vivido con toda la intensidad, desde múltiples frentes de guerra y desde hace varias décadas. No en vano, tristemente son recordadas diversas masacres de las cuales su solo nombre asusta y muestra el desespero errante de poblaciones enteras, cuyo único destino ha sido el silencioso sufrimiento y su capacidad para volver a empezar lejos del ruido de las armas, de las amenazas, de la descalificación, desarraigados y con el recuerdo eterno de sus muertos, con el llanto continuo de sus desaparecidos y con la esperanza del retorno a su vida.
Invocar la confrontación armada o soltar discursos que inviten a prolongar la guerra no solo son el producto de mentes enfermas, podría verse como la posición cómoda o quizá temerosa de quienes adquieren beneficios del conflicto. No se debe olvidar lo que el violento monstruo fratricida le ha ocasionado a todo el país. No es posible creerse el único afectado por esta hecatombe, menos aún depositario de la verdad absoluta… víctimas desde diferentes enfoques hemos sido todos y es claro que la paz no pelea con nadie, ni es una invención politiquera.
Sé que el postconflicto será una etapa muy dura para Colombia, sé que habrá que hacer grandes ajustes y que el proceso será complejo. Pero como muchos colombianos, por no decir la mayoría, creo que existe una esperanza de reconciliación y que vendrán nuevas y mejores formas de expresión política y que a la postre los cambios sociales serán favorables, no inmediatos pero si saludables en función del tiempo.
Anhelo, como cualquier ciudadano, que las causas del conflicto vayan desapareciendo, que la corrupción sea desterrada, que la inversión social llegue a sus destinatarios en la forma adecuada en que debe llegar, que la educación y la salud pública sean accesibles a todos y de altísima calidad, que el trabajo sea un derecho y no un privilegio, que los impuestos sean justos y bien invertidos. Espero que los investigadores, los científicos, lo académicos y los pensadores del país cuenten con una real protección del Estado, ellos son en gran medida la conciencia de la nación. Deseo que los productores agropecuarios, habitantes rurales, responsables tanto de la seguridad como de la soberanía alimentaria de la nación sean verdaderamente tenidos en cuenta y puedan volver a sus tierras a ejercer su importante papel productivo y cultural.
La paz traerá la verdad y silenciar los fusiles será de gran utilidad para el país, nuevas generaciones podrán crecer sin los miedos y los odios que hoy campean en nuestra sociedad después de más de medio siglo de muerte y horrores, de atropellos y usufructo ilícito, de corrupción y mentiras, de sueños frustrados y campos abonados con la sangre de los hermanos masacrados, de usurpación violenta y de viudas y huérfanos, de dolor y desesperanza.
Finalmente, creo que las instituciones oficiales y privadas tendrán que ser modelo de transparencia y diligencia, y que habrá algún día una Universidad de la paz, grande, única y representativa, que navegue entre la creación, la ciencia y la libertad del pensamiento, que sea digna de su nombre y de sus principios globales, que sea abierta y participativa, con una comunidad constructiva que ayude a edificar el país con el que soñamos los colombianos y cuya meta sea formar integralmente a los ciudadanos del futuro, para que no se repita la guerra, para que se erradique la violencia y podamos vivir en paz… con la paz que tan caro hemos tenido que pagar los colombianos, lejos de la violencia que anulo a muchas de nuestras generaciones.