Uno sabe que esta Paz que queremos llegará, si llega, luego de dificultades que ni siquiera sospechamos. No nos imaginamos las cosas que pasarán para que todo pase. Así como no podía entenderse este acuerdo hasta que todo estuviese acordado. Y hay que estar preparados para eso.
Y no sé por qué algo me dice que el mayor de los problemas no aparecerá en el camino, como una vaca muerta, por parte de las impredecibles Farc, como cualquiera pudiera decir sin pensar mucho. Porque estas cosas nunca están en definitivo blanco y negro. Ellos harán sus pataletas cuando les toque cumplir con los mandatos de la justicia transicional y cuando les toque devolver tierras o dinero, y renunciar a territorios, y darse cuenta que la cosa es más difícil que lo que el papel del acuerdo consagra. Pero no lo romperán. Llegarán de pronto hasta las amenazas, a las bravuconadas, pero se mantendrán en los puntos fundamentales de la cosa. Yo creo en el acuerdo.
En cambio, estoy casi seguro que los mayores tropiezos vendrán de parte de quienes, refugiados en las mil máscaras de la mafia, no aceptarán de ningún modo perder la tremenda “papaya” que significaba tener siempre la excusa de las Farc y sus maldades del pasado, como el principal motivo de la autodefensa, del gesto fatalmente autoritario, y en últimas, de la guerra. Y para evitar perder esa coartada que la historia terrible del país les ha concedido, van a hacer todo lo que tengan a su alcance, legal o ilegalmente. Propondrán leyes para poder violarlas; harán decretos y resoluciones en oscuras oficinas; sobornarán acudiendo a todo el dinero a que haya necesidad de conseguir; perseguirán con procuradores, fiscales, policías, perros y sicarios, todo aquello de signo contrario que se les mueva delante, retorciendo las normas que haya que retorcer; encarcelarán en prisiones o en obscuros huecos y caletas abusando de las armas o el poder. En fin. Harán lo que sea. Y perdonen que sea tan fatalista.
A la sociedad colombiana. A los que padecieron los atropellos, despojos y secuestros de las Farc; a los que sufrieron la violencia paraca, y se quedaron sin tierra y sin familia recortados por la misma motosierra; a los que han sido víctimas de los abusos de un estado criminal con sus falsos positivos; a los que se han empobrecido y han perdido negocios y familia en manos de un sistema bancario abusivo y ladrón; a aquellos que han quedado pobres y huérfanos por un asalto de la delincuencia común, o porque se les ha desbarrancado la familia en el abismo de las drogas; a los que han tenido la suerte feliz de haber sobrevivido ilesos, en sus cuerpos, en sus bienes, sus enseres y sus seres queridos a toda esta historia bárbara de muerte y de violencia, pertenezcan a uno u otro bando. O no hayan pertenecido a ninguno.
Habrá que desarmar el lenguaje;
construir nuevas metáforas para significar o resignificar
la realidad y la vida
A todos los colombianos, sin excepción, corresponde ahora ser partícipes de la construcción, no de la paz, sino de un proceso humano y cultural, educativo y sensibilizador, que permita la instauración de nuevos referentes simbólicos, nuevas formas de significar la experiencia de vivir el acuerdo de paz, de otras formas de estar juntos sin matarnos, no importa que no estemos de acuerdo con este o aquel aspecto del acuerdo.
Y para eso habrá que desarmar el lenguaje; construir nuevas metáforas para significar o resignificar la realidad y la vida; fortalecer nuestros procesos de producción simbólica; darle a la cultura su rol primordial de hacedora de nuevos ciudadanos y posibilitadora de nuevos espacios para el encuentro y la convivencia. Y, por sobre todo, devolverle al país el conocimiento, reconocimiento y estudio de su historia, la misma que le han estado escamoteando por años fabricando con ello legiones de idiotas que hoy por hoy tragan entero las fábulas y mentiras de una mitología ridícula que, como dije en mi columna pasada, podrían contarse como chiste si no fuera tan grave y tan peligroso para la importancia de un momento como este.
Pero el gobierno, este y los que vengan, han de tener que apretarse bien el cinturón para no salir con chorros de babas que conviertan en un resbaladero fatal todo este proceso, y en vez de reconciliación se termine agravando más la situación del país. Me refiero a que todas las brechas y asignaturas pendientes en materia social (la pobreza e improductividad del campo colombiano, la justicia y sus procesos, la calidad de la educación, los cordones de miseria asfixiando los principales centros urbanos del país, el criminal e inhumano sistema de salud, la corrupción sistemática en el manejo público y privado del país…) todo eso tiene que ser seria y urgentemente asumido desde nuevas instituciones y nuevos resortes legales que garanticen cambios reales y sensibles, de cara al país y al mundo civilizado.
Por eso la paz no es el acuerdo. El acuerdo es sólo la partitura que tendremos que ejecutar todos para alcanzar la paz.