Primero apareció la polarización acabando relaciones, eliminando espacios para el análisis civilizado de las ideas. Nadie se esforzó por detener esa dinámica y la avalancha de desacuerdos desplegó su poder letal. Ahora lo que despunta entre lo amigos y enemigos de Acuerdo Final es un fanatismo sin contemplaciones cargado de odio, capaz de consumir el sueño de un mejor país que se comenzaba a acariciar.
De unos meses hacia acá se perciben expresiones que no deberían tener cabida en una democracia. “Hay que radicalizarse para defender lo que tenemos”; “a los de las Farc y sus aliados nunca los dejaremos gobernar”; “vamos a hacer cumplir el Acuerdo aunque para eso se tengan que suspender las elecciones”; “quien no acepta la letra del Acuerdo odia la paz, es su enemigo, se lo debe neutralizar”, son algunas de las frases que se están generalizando.
Se trata de manifestaciones que devuelven el reloj de la historia a los momentos más oscuros que hayamos vivido. Peor aún, en la época del imperio paramilitar o de las ofensivas guerrilleras, nadie en la derecha o la izquierda se atrevía a hablar con tanto desparpajo ni a plantear posibilidades tan perversas.
Colombia se libró de la confrontación con un grupo guerrillero
para acercarse a otro peligro mayor:
el choque entre grandes sectores de opinión
Colombia se libró de la confrontación con un grupo guerrillero para acercarse a otro peligro mayor: el choque entre grandes sectores de opinión. Una artillería verbal que no se detiene. En contravía de los grandes intereses nacionales los contendores están tomando posiciones de combate para defender sus pequeñas ambiciones electorales en ese campo de batalla que serán las próximas elecciones.
Recientemente escribí en otro medio sobre las provocaciones e incertidumbres que rodean el proceso de paz y encontré que varios conocidos se precipitaron a clasificarme en el mundo para ellos tenebroso del uribismo. Ni siquiera se dieron la oportunidad de entender el sentido de mis palabras.
De manera contraria en un intercambio posterior, otro individuo enemigo acérrimo del proceso de paz, me atacó por opinar que el Acuerdo Final ha mejorado el clima de convivencia y podría cumplir el propósito pacificador si fuese sometido a ciertos ajustes indispensables. Hacer desaparecer a cualquier costo lo acordado, volver al limbo violento, era lo que mi contertulio defendía con vehemencia digna de mejor causa.
Mi conclusión es que las fuerzas contendientes están haciendo todo lo posible por cerrarle el espacio a los ciudadanos independientes y pensantes. La extrema derecha y la izquierda oficial quieren construir un país conformado por autómatas alineados, no por personas deliberantes. Estas son una espécimen que comienza a verse con recelo dada su “peligrosa” tendencia a la reflexión, al análisis, a estar poseída por el espíritu democrático.
Cuando cayó el muro de Berlín los ciudadanos de la antigua República Democrática Alemana sufrieron una conmoción. Conocieron que el régimen derrocado mantenía una clasificación minuciosa de cada habitante. Lo que pasaba en cada mente, en cada conciencia, se encontraba registrado en archivos alimentados con información individual aportada por amigos, relacionados, soplones incidentales o espías profesionales.
La presión popular en la Alemania ya unificada llevó a que esas fuentes informativas se abrieran al público. El amante supo que llevaba años siendo delatado por la amante; la esposa por el marido; el jefe por los subordinados; los amigos entre si. Infinidad de personas tenían “anotaciones” por conductas u opiniones intrascendentes que pudieran haberse interpretado como contentivas de algún tipo de deslealtad al estado comunista. Esa sensación generalizada de haber sufrido traición por los seres queridos llegó a representar un significativo costo emocional en el proceso de la reunificación germana.
El sistema engendrado en aquel país y operado por la Stasi o policía política, superaba por mucho los métodos de otros aparatos de represión secreta, llámense Checa, Gestapo o KGB. La diferencia estuvo representada por el hecho de que en la Alemania del Este lograron que cientos de miles de habitantes abandonaran su carácter de ciudadanos deliberantes y pasaran a ser autómatas radicalizados, seres privados de criterio bajo el imperio siniestro de la ideología.
En el escenario que enfrenta Colombia se vuelve obligado pensar que los oficiantes de la corrompida politiquería tradicional y muchos de los partidos situados en los extremos, quisieran llegar a contar también con un electorado autómata y radicalizado, formado por masas torpes y acríticas.
Es por eso que no soportan a los ciudadanos verdaderos y se han empeñado en una estrategia para “ningunearlos”. Es por eso que la participación de esos actores a favor del No en el plebiscito se ignoró de manera descarada. Es por eso que en el proyecto de reforma política nada apunta a propiciar la generación de movimientos y partidos que puedan surgir de los ciudadanos y les concedan el protagonismo que merecen.
Los ciudadanos de Colombia se están aburriendo
de ser convidados de tercera en su propio país
y de una gestión pública tan mediocre como corrupta
Pero los ciudadanos de Colombia se están aburriendo de ser convidados de tercera en su propio país y de una gestión pública tan mediocre como corrupta. No van a ceder ante los cantos de sirena de una insurgencia que causó mucho dolor y ahora se viste de piel de oveja. Tampoco entregarán su confianza a los políticos tradicionales depredadores y enmermelados. Inclinarán la balanza a favor de las propuestas limpias, donde el debate abierto y la búsqueda de las mejores soluciones, es lo que cuenta.