SÍ a la paz por los animales

SÍ a la paz por los animales

"Sin guerra podremos debatir sobre hábitats, no sobre multas. Además, la protección de especies estará en las agendas políticas del país"

Por: Mateo Córdoba Cárdenas
septiembre 22, 2016
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SÍ a la paz por los animales

Corría el año 2010, hacía poco más de un mes se había posesionado por primera vez Juan Manuel Santos como presidente de Colombia. En aquel entonces aún era el heredero de Uribe y su seguridad democrática, con más talante para la guerra que para el diálogo. Al borde de la media noche del 22 de septiembre empezaba a escucharse el vuelo de los más de 30 aviones Kfir y Supertucanos y los 27 helicópteros de las Fuerzas Aérea de Colombia que durante toda la madrugada bombardearían una zona llamada “La Escalera”, ubicada en La Macarena, Meta. La Operación Sodoma estaba en marcha; el objetivo: Dar de baja al ‘Mono Jojoy’, miembro del secretariado de las FARC.

Alguna vez narraba un periodista que hizo presencia en la zona bombardeada junto al Ejército colombiano, que a la mañana siguiente, cuando ya era seguro ingresar a las ruinas del campamento guerrillero, las únicas víctimas que parecía haber dejado el bombardeo eran las decenas de animales entre osos hormigueros, monos, aves y hasta venados que yacían mutilados y agonizantes tras haber sido alcanzados por la lluvia explosiva que durante varias horas arreció sobre la selva, sobre su hábitat. Luego, encontraron el cuerpo del ‘Mono Jojoy’, aquel botín de guerra que rentabilizó política y militarmente la ineluctable tragedia ambiental.

Los animales, como parte orgánica de los ecosistemas, urgen del fin de la guerra por dos motivos fundamentales: el primero ya lo he esbozado. La dimensión más instrumental de la guerra, que ha convertido a los ecosistemas en verdaderos campos de batalla, nunca paró de facturar víctimas aún cuando las cifras humanas pareciesen alentadoras. Las partes en guerra –y con ellas la sociedad– naturalizaron el trajín de la misma, a tal punto que su capacidad de juicio fue coptada completamente por la lógica de la muerte. Entonces, resulta que los bombardeos adquirían el adjetivo de ‘sin víctimas’ en tanto no se registraran muertes humanas a causa del terrible acto. Los animales fueron desplazados, bombardeados, secuestrados e instrumentalizados en el marco del conflicto armado y, sin embargo, las estadísticas de la guerra parecen sugerir que las bombas caían en “territorio enemigo” y no en bosques y selvas. Esas mismas estadísticas que hablan de “infraestructura petrolera afectada”, no de fuentes hídricas contaminadas.

El segundo motivo también tiene que ver con lo que los humanos podemos hacer por los animales. Aunque el simple hecho de cesar la guerra represente mejoras sustanciales en la cotidianidad de humanos y no-humanos, la refundación de las agendas políticas, inminente tras el fin del enfrentamiento armado con la insurgencia, dará lugar a la inclusión seria y consistente de la protección del medio ambiente como elemento neurálgico de la no-repetición de la guerra. Así pues, la construcción programática del debate a nivel nacional podrá transitar de la moralina discusión sobre el castigo al maltrato animal, deliberado y lleno de sevicia, hacia la discusión sobre el la protección de ecosistemas y, por ende, de los animales, pero ahora con su hogar incluido. El fin de la guerra no sólo proscribe los fusiles, sino que permite repensar las formas en que figura la protección de los animales en las agendas políticas y legislativas del país.

Sin guerra podremos debatir sobre hábitats, no sobre multas. La judicialización de un cazador de osos de anteojos es épica y le permite al Estado colombiano darse baños de popularidad política, pero la ciencia sigue demostrando que el avance de la frontera agrícola sobre la cordillera andina ha sido más mortífero para los osos que la misma caza. Para que las áreas de siembra y ganadería dejen de hostigar el hábitat de las especies silvestres hace falta mucho más que el silenciamiento de los fusiles, pero he allí el primero de los pasos.

A los animales los lastimamos en el conflicto y es nuestro deber protegerlos con la construcción de un Estado y una economía respetuosa de su vida y sus hogares. Para ello, que este 2 de octubre empiecen nuestros actos de amor animalista. Súmate al SÍ en las urnas por el oso, por el jaguar, por el delfín, por los monos, por todos los animales, porque ellos también son víctimas.

@DurkheimVive

 

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