Con ese título, y con el pretexto de hallar una ocasión para hablar del país desde el pensamiento poético, a comienzos del presente año tuve la oportunidad de presentar en Holanda, primero en la sede la Embajada de Colombia en La Haya y luego en la sede de la Casa Migrante en Amsterdam, un recital poético comentado para un público compuesto por inmigrantes colombianos y de diversos países del mundo, a partir de textos de un grupo de poetas colombianos de varias generaciones como Aurelio Arturo, Carlos Castro Saavedra, Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo, Giovanni Quessep, Raúl Gómez Jattin, Juan Manuel Roca, Jaime Jaramillo Escobar, Eduardo Cote Lamus, José Manuel Arango, Piedad Bonnett y Felipe García Quintero.
La idea era intentar crear un momento especial de comunicación poética y de reflexión sobre las palabras y la paz, en la actual coyuntura del país, empezando con una aproximación a la nostalgia que citaba el viejo bolero de Rolando La Serie con su frase de “La lejanía me mata”. Y los poemas de todos estos colombianos permitieron construir una cálida atmósfera intelectual y emotiva en la que se iban desgranando referencias biográficas. Históricas, literarias, políticas y culturales que los versos leídos y comentados iban generando en la sala.
Luego de esa primera parte tuve la oportunidad de leer una breve muestra de mis poemas en un intento de enmarcar mi propia voz en ese mosaico generacional que con textos y comentarios nos habían dibujado un mapa del país que nos mostraba otros perfiles.
Y finalmente, la charla se abrió a un diálogo de voces de diversas nacionalidades allí presentes que tenían distintas preocupaciones casi todas vecinas de la nostalgia, el exilio, la lejanía.
Y decía yo que la palabra nostalgia en inglés se dice farsick; es decir, enfermo de lejanía; dolor por lo que está en la distancia. Y en español nostalgia viene del griego nostos = regreso y de la palabra algos = dolor. Es decir, dolor por lo que no está con nosotros y añoramos tener de vuelta.
Nada une más a los seres humanos que ese especial sentimiento que nos ata a un terruño, llámese campo o ciudad; digamos una calle o un barrio; un pequeño poblado perdido en el paisaje o una gran ciudad populosa; trátese de un pequeño grupo de amigos de la escuela o de un puñado de camaradas en la lucha por unos ideales; pudiera ser también la añoranza por una novia lejana o por la madre que sabemos llorosa pensándonos en la distancia; o el sabor de un plato en la memoria o un trago amargo que no queremos recordar. Todo. Todo. Hasta el detalle más nimio en apariencia de nuestra vida pasada, puede representarnos el más imprevisible encuentro en el recuerdo.
Hasta el detalle más nimio en apariencia
de nuestra vida pasada, puede representarnos
el más imprevisible encuentro en el recuerdo
No importa de qué se trate, echar algo de menos es saber que ese algo, una casa, una cama, unos besos, un sabor, una compañía, un trance de luz al amanecer o en el poniente, es algo que no tenemos pero que quisiéramos tener.
Así, no importa de qué manera, ni por qué, ni cuándo, no estamos ya junto a lo que nos pertenece y amamos: una casa, una madre, los hijos, un patio, una pequeña roza de sembrados, una esquina de amigos y sabores. O ese derecho tan elemental y puro de estar sencillamente allí donde pertenecemos. En el pedazo de patria que la historia nos entregó.
El exilio, forzado o voluntario, por amor o por política, por supervivencia o desarraigo, por razones económicas o por la sagrada necesidad de conocer nuevos horizontes, como tendría que ser un derecho para todos los ciudadanos del mundo, se dice que va poco a poco fundando en nuestra inteligencia y en nuestro sensorium una manera especial de lidiar con la nostalgia o la melancolía. Produce unos anticuerpos que ayudan a resistir los embates de esa enfermedad de lejanía.
Y cuando se trata de hombres y mujeres creativos que tienen tratos con la literatura, la música o cualquier forma de arte, en su oficio de creadores hallan las posibilidades de una manera diferente de reconstruir en el recuerdo eso que no tienen y que tanto necesitan. Y a fe que a menudo esas recuperaciones terminan siendo formas nuevas de ver las cosas; puntos de vista lúcidos y luminosos que no puede tener el que tiene la realidad allí mismo en las narices.
Y siempre ha sido así. La nostalgia es una de las constantes universales de la historia de los hombres. Estar lejos aporta casi siempre una nueva perspectiva de lo propio. Todas las literaturas. Todo el arte universal está densamente poblado de una multitud de personajes que caminan y viven en poemas, cuentos, novelas, películas, canciones y sinfonías llevando de equipaje la nostalgia.