“La paz hermanos míos es verbo, no sustantivo”

“La paz hermanos míos es verbo, no sustantivo”

“Reconciliar a la gente en los territorios, no depende únicamente de que tan bien elaborado esté un Plan de Atención Territorial”

Por: Carlos Antonio Díaz Bolaños
noviembre 25, 2016
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“La paz hermanos míos es verbo, no sustantivo”

De un tiempo para acá el tema de la Paz resuena en todos los rincones, a diario los medios ofrecen novedades sobre los avances y retrocesos sobre los diálogos nacionales de reconciliación y cese de la confrontación entre el gobierno y las FARC, mientras en las redes pululan todo tipo de iniciativas que apoyan o cuestionan esta o la otra paz, muchos relatos en todas las direcciones unos más agresivos que otros, unos más o menos incluyentes, todos hablan de Paz.

Pero la Paz, en cualquiera de sus acepciones (hablando del conflicto armado), requiere unos mínimos vitales: la verdad y la justicia. Sobre la justicia en Colombia hay mucho que decir, pero sobre todo mucho que desear, en este país donde la impunidad es la norma. Podrán los juristas y sus incautos devotos tomar un sin número de argumentos frente a la efectividad o el tremendo esfuerzo de la rama para disminuir al megalosaurio del conflicto, en lo que a mí respecta, para el país resulta tan devastador y complejo el conflicto en si mismo, como la dimensión de la impunidad para las víctimas, en ambos entornos las cifras son aplastantes.

 

Y de aquello nada

Pese a que actualmente hablar de la verdad sobre el conflicto es una posibilidad un poco más viable que en otras épocas, al menos en buena parte del territorio nacional, el tema parece haberse convertido en un aspecto nominal y folclórico; un compendio de titulares que venden pero con contenidos que no movilizan.

Sin pretender disminuir el valor y la importancia histórica que los actos de memoria y dignidad de las victimas ocupan dentro del itinerario de las redes y organizaciones de víctimas y sus acompañantes, es virtualmente imposible hablar de memoria histórica, no repetición, justicia y satisfacción a partir de un concepto de verdad que se dirige de manera unívoca a visibilizar el alivio y la resiliencia de quienes sobrevivieron a la guerra, en una lógica coyuntural, sin establecer de manera rigurosa, visible, transformadora y duradera, un relato compartido de verdad sobre lo sufrido, las responsabilidades particulares y colectivas que posibilitaron esos hechos y los deberes particulares y colectivos sobre la transformación de esos escenarios hacia la no repetición, que es un aspecto fundamental de cualquier expectativa de paz. Esto es casi tan obvio como notar que para evitar repetir algo es necesario saber qué es eso que no se quiere repetir; qué es lo que se hizo mal y cómo debe corregirse.

Si no es así, seguiremos cuantificando la inversión, el número de víctimas atendidas, el número de eventos realizados, pretendiendo que como sociedad hemos aliviado mucho de eso que de por sí ya se venía aliviado a los golpes, porque lo que han logrado las personas víctimas del conflicto lo han logrado por si mismos con mucho esfuerzo y después de un largo periodo de estigmatización social y desprecio institucional, que incluso en muchos contextos siguen vigentes. Claramente existe en la actualidad una Ley de víctimas, que sin duda es una victoria para esa población en específico y para toda la nación, pero es una ley que tiene apenas 5 años de implementación, con vacíos y contraposiciones, en un país que ha sufrido un conflicto de más de 50 años y que tiende a prolongarse, principalmente por gracia de los detractores de la justicia transicional pero también en gran medida por la indiferencia de una nación que desconoce las verdades del conflicto.

Tomemos como ejemplo un evento conmemorativo cualquiera de una ciudad cualquiera sobre un hecho de violencia aleatorio, que ha sido convocado por todos los medios, revelando relatos sensibles, íntimos. Pensemos en base a nuestra propia experiencia cuán llena podría estar esa plaza. Cuánto tiempo perdurará el mensaje en la ciudadanía y qué tan en serio se tomo cada uno su deber como ciudadano al respecto. Ahora hagamos de ese evento un evento que ocurre a diario con algunas variaciones y pensemos en el impacto transformador hacia la paz que eso constituyó a lo largo de algunos años. O tomemos como ejemplo una publicación de un centro de memoria cualquiera en una ciudad cualquiera, ¿cuántos lectores tendría en esa ciudad, en el país?, ¿qué cambiaría?.  Todos los escenarios imaginados pueden ser posibles. Yo me imagino que en algún punto la gente le restará importancia y lo verá como un evento o un libro más dentro de la oferta cultural local.

Pero la verdad sea dicha: nadie tiene la verdad en sus manos. Mientras asumimos una posición frente a lo que queremos entender como verdad y como deber civil frente a la paz, vale la pena preguntarnos: ¿dónde está la memoria del país?, ¿dónde está el registro real de los eventos de violencia de los municipios?, ¿dónde está la cifra real de desaparecidos?, ¿dónde están las versiones de verdad de los desmovilizados?, ¿dónde está el perdón pedido por las autoridades que fueron negligentes o cómplices de violaciones de los derechos humanos?, ¿dónde está el perdón pedido por empresarios y políticos comprometidos con organizaciones ilegales?, ¿dónde están las explicaciones que las familias siguen pidiendo por lo que ocurrió con sus seres queridos inocentes?. Seguramente todo está por ahí en alguna parte, en archivos y sentencias, en la mente y el corazón de la gente, en sus lágrimas que todavía no comprendemos. Vale la pena preguntarse también, ¿qué verdad conozco sobre el conflicto? Y ¿qué estoy haciendo con esta verdad que es mía?

Aunque la sociedad avance en normas y formas, es necesario permanecer alerta a la tolerancia ante el sufrimiento y la mecanización de la paz; si la gente se cansa de escuchar siempre lo mismo, se cansan también los funcionarios de cumplir requisitos cada vez más específicos y deshumanizados. Y todos nos echamos la culpa de lo mal que funciona todo y de lo imposible de conseguir la paz en Colombia, mientras los que se han hecho poderosos por las malas se ríen del show mientras se van volviendo más poderosos, y se siguen desangrando ciudades y campos.

Reconciliar al país, que es igual a reconciliar a la gente en los territorios,  no depende únicamente de que tan bien elaborado esté un Plan de Atención Territorial o de cuán detallados sean los censos de víctimas, menos aún de cuánto se ha invertido en indemnizar o reparar el daño. Se necesita humanidad, sentir en carne propia el dolor ajeno, reconocer la identidad propia en el otro, sentir que un sueño propio es posible a partir de la realización de los sueños del otro, ver en su verdad la mía, en su paz la mía, celebrar la vida de los sobrevivientes. Todo lo cual al parecer aun no estamos dispuestos a hacer.

Cerrando voy a tomar la frase de un músico famoso, que en nada me simpatiza pero viene muy al caso: “La paz hermanos míos es verbo, no sustantivo”. Basta de hablar de paz, se necesita darle cuerpo.

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