En plena campaña electoral Santos revive la Comisión Nacional de Paz refrendando firmeza con los compromisos del Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, La Habana, 26 de agosto de 2012. Simultáneamente declara que ninguno de sus contendientes presidenciales tiene la más mínima experiencia en procesos de paz, sugiriendo que ese es requisito mínimo para ser presidente.
Al actual mandatario de los colombianos le sobra experiencia en este campo. Para la muestra un botón: una crónica de noviembre de 1997 en la revista Semana. Leyéndola, y es jugosa, uno no puede más que admirar cómo opera un político audaz, con toda la baraja a su disposición. Santos no reparó en riesgos al punto que el titular de la crónica hace justicia cuando habla de una “agenda secreta”; dijo entonces que “la paz está de un cacho”. Al comienzo de su mandato apostó duro a La Habana y ahora tiene las cartas puestas en esa mesa. Lo que está muy bien para el país. Pero no encaja, siembra dudas, se aparta de la prudencia, el tonito de un diálogo de hace un mes con la periodista Maria Clara Gracia del que trascribo esto:
“—Presidente, quiero hacerle una pregunta. ¿Me lo permite?
—Claro.
—Soy escéptica de su proceso de paz. Convénzame con una frase por qué debo creerle.
—Porque esos tipos no tienen otra opción —me dijo contundentemente.”
Las guerrillas han sido punto focal de las campañas presidenciales desde 1982, generalmente asociadas por los políticos a algún proyecto de paz. En un país atribulado por la violencia pública, paz es una palabra que convoca la esperanza; promesa indefinida que nadie rechazaría. Excepciones fueron la campaña de la Constituyente de la que se autoexcluyeron las Farc, y la presidencial de 2001-2002 impactada por el 11 de septiembre de 2001 que abrió la cruzada contra el terrorismo global, sellando de paso la suerte de una Zona Desmilitarizada en cualquier parte del hemisferio occidental. Ahí se trepó Uribe sin dificultad. Bajitico en las encuestas, pudo armar mejor su cuento del narcoterrorismo instalado en el Caguán que cohonestaba el gobierno. Ganó y dio vuelta en U de la paz hasta que ocho años después, Santos hubo de hacer lo mismo, volviéndonos al punto de partida.
Hay que recordar que hacia el final del gobierno de Uribe las Farc, acosadas, seguían golpeando en muchos lugares de modo que el gobierno aplicaba una retórica de ocasión. Ora decía que las guerrillas estaban reducidas a una banda de internet; ora hablaba de aplastar definitivamente la serpiente haciéndose necesario un tercer período uribista.
Uno de los puntos capitales del Acuerdo de La Habana dice: “Las conversaciones se darán bajo el principio que nada está acordado hasta que todo esté acordado.”El punto 6 de la Agenda se llama “Implementación, verificación y refrendación” y su acápite 6 señala lapidariamente: “Mecanismo de refrendación de los acuerdos”. Es todo cuanto dice al respecto. Hasta donde sabemos la Agenda avanza y puede suponerse razonablemente que se acordará todo y que el citado “mecanismo” quedará para el final.
El “mecanismo” se refiere, nada menos, que al cómo se legitimará y aplicará el acuerdo. Por lo pronto está planteada la disyuntiva entre (a) un referendo que requiere posterior desarrollo legislativo, propuesto por el gobierno y (b) la propuesta fariana de Asamblea Constituyente. Dirimir el punto dependerá de diversos factores que, aparte de la posición de las Farc, incluyen la buena o mala disposición del gobierno; las correlaciones de fuerzas en el Congreso; las encuestas de opinión; el cúmulo previsible de acciones bajo el enramado clientelista, sea de los intermediarios políticos o sea de instituciones como la Fiscalía.
A las Farc les crecieron los dientes negociando con el estado y la “sociedad civil” y en ambas ligas se toparon con Santos y sus agendas secretas. No se ve por qué vayan a bajarse de su petitorio de Constituyente, que estiman garantía de lo que se acuerde en La Habana. Entonces, ¿qué implicaciones prácticas tendrá un segundo mandato de Santos? Él mismo lo ha reiterado: su compromiso es la paz y no hay nadie como él para pactar con las guerrillas. A estas horas, sin embargo, “a esos tipos” esa situación podría parecer tan aleatoria como el abrazo bolivariano con Chávez en San Pedro Alejandrino o tan coja como la marcha de la política de restitución de tierras.
¿Cree Santos, seriamente, que “eso tipos no tienen otra opción” sino someterse al dictado del palacio presidencial? Al parecer un segundo período le abre más opciones; por ejemplo, podría levantarse de la mesa de La Habana pagando mucho menos que en el primer período cuando ha estado acosado por el uribismo y las encuestas. Apuesta dura; esperemos que si repite opte por la paz que, ahora sí, está de un cacho.