La esquizofrenia es una enfermedad dolorosa, tanto para el que la sufre como para el que la contempla. Cuando era médico, vi varios pacientes que me dejaron marcas en la memoria. Así que la mención de esta enfermedad aquí no es una broma ni una metáfora de mal gusto; sino que es una realidad dolorosa.
Esquizofrenia es una palabra que traduciría: ruptura o división de la razón o del pensamiento, aunque la enfermedad no es la de un ser dividido en dos, sino de un ser roto por dentro. La esquizofrenia es progresiva, contiene delirios, conlleva al aislamiento e incluye el deterioro de las emociones. Y, aunque ese tipo de síntomas los posmodernos los usan como metáfora, aquí lo menciono como descripción literal de lo que es el proceso de paz, aunque se me acuse de lo que Michael Walzer llama una “analogía doméstica”.
El proceso de paz es uno pero está roto. Está roto desde su origen, como pasa con las personas esquizofrénicas, que arrastran una herencia que le determina su condición. La esquizofrenia de la paz empieza en la esquizofrenia del país, en la ruptura del contrato social de 1991 (aquí llamado Constitución Política) o incluso antes: lo que el poeta llamaba “las Colombias”: que yo veo desiguales y fracturadas entre ellas.
Pero la razón última no hay que buscarla en las Farc ni en sus divisiones, ni siquiera en los discursos dobles del gobierno, sino en el texto final del Acuerdo de La Habana, donde en el afán de decirlo y escribirlo todo, trataron de poner en, más o menos, 300 páginas, lo divino y lo humano. Pero ese tampoco es el problema sino que allí hay dos pactos en uno: esa es la esquizofrenia.
La razón última no hay que buscarla en las Farc ni en sus divisiones,
sino en el texto final del Acuerdo de La Habana
donde hay dos pactos en uno: esa es la esquizofrenia
Un primer pacto (mezclado entre los acuerdos) habla de lo agrario, incluso sin tocar el problema real que es la tenencia de la tierra; habla de participación y podríamos decir que en el fondo reivindican la esencia de la Constitución de 1991; plantea una política frente a los cultivos de uso ilícito y reconoce a las víctimas.
Un segundo pacto apunta al fin del conflicto, a la entrega de armas, la desmovilización de las Farc como organización militar, el juzgamiento de los crímenes de guerra, los mecanismos de la llamada Justicia Especial para la Paz.
Son dos textos en uno. El primero apunta a la razón de las causas del conflicto; y el segundo al tratamiento de las consecuencias. No son lo mismo. Y en esa lucha interna del texto, se impone el segundo a expensas del primero. Esto se debe, en parte, a la debilidad política de las Farc (me refiero su limitado poder frente al Estado y no a otra cosa), al gran juego mediático del uribismo, a la incapacidad del Gobierno de defender ante la sociedad lo pactado, a la falta de recursos para la implementación, a la poca credibilidad en los derechos sociales, pero sobre todo a que se impuso en la sociedad la idea perversa de que para hablar de “paz y posconflicto” bastaba con que las Farc entregaran sus armas.
Cuando se dice, por ejemplo, “Justicia versus Paz” muy rara vez se asocia la palabra justicia con justicia social, la que derivaría de partes de los acuerdos que, ahora, el gobierno renegocia vía parlamentaria y dudo mucho que vaya a aplicar (ojalá esté equivocado). Justicia aquí es solo “justicia transicional” en el mejor de los casos; cuando no es cárcel o linchamiento social.
Las Farc son ingenuas (en el siguiente sentido): seguir creyendo que lo firmado tocará, así sea de refilón, las causas de la guerra, y el Estado es perverso, porque solo le importa tocar las consecuencias, y de qué manera.
Un escenario claro donde se observa esta esquizofrenia fue en Tumaco. Para unos los cultivos de uso ilícito son un problema social, para otros simplemente es un delito. Las Farc firman para entrar en política pero hasta algunos “progres” quieren verlos antes frente al Tribunal. Hay una disociación con la realidad social y política. Algunos creen que defender la justicia es defender el Código Penal y otros pensamos que la Justicia Transicional es, precisamente, para tiempos extra-ordinarios que no pueden ser atendidos desde la institucionalidad ordinaria.
Y los medios de comunicación, de nuevo los medios, han caído en el juego; mejor: han contribuido deliberadamente al juego. Parafraseando a Olivier Roy, no importa lo que el Acuerdo diga sino lo que la gente cree que el Acuerdo dice. Aquí sí como metáfora, citando la obra de Robert Louis Stevenson, creo que el señor Hyde se impone finalmente al doctor Jekyll.
Las Farc dirían que no es cierto, porque por razones existenciales no podrían aceptar la esquizofrenia, mientras que el Estado también lo negaría, pero por cinismo. Típico es de las personas con enfermedades psiquiátricas negar sus enfermedades; en Colombia, por ejemplo, repetimos que dizque somos el país más feliz del mundo.
Y en el caso del ELN también hay esquizofrenia. Por eso, hay quienes parece que solo se preguntan cosas del ámbito de lo militar: ¿está dividido el ELN? ¿Continuarán en resistencia? ¿Cuándo entregarán todas las armas? ¿Se dejarán contar? Pero muy pocos entienden que en la agenda se habla de cosas como: participación, democracia y transformaciones; que no son puntos decorativos de la agenda. Pero, la agenda con el ELN como el Acuerdo con las Farc no se estudia, se asume como un acto de fe. Y entonces podemos decir: no importa lo que la agenda diga sino lo que el gobierno cree que dice.
El ELN sabe que el diálogo no será, y no puede ser,
para hacer la revolución en la Mesa.
Pero el gobierno no entiende, que tampoco es para arrancarle al ELN una claudicación.
La enfermedad llamada esquizofrenia no tiene cura, hay tratamientos paliativos, que solo atienden a los síntomas y no a las causas. En esto se parece al Acuerdo de La Habana. El ELN sabe que el diálogo no será, y no puede ser, para hacer la revolución en la Mesa. Pero el gobierno no entiende, todavía, que tampoco es para arrancarle al ELN una claudicación.
Yo creo en la paz y no creo que la guerra sea una fatalidad inevitable. Pero no será el señor Hyde el que quiera ni necesite cambiar el rumbo del barco, sino el doctor Jekyll y sus amigos. El problema es que, en Colombia, tenemos muchos “señor Hyde”, muy pocos “doctor Jekyll” y casi ningún amigo. Mientras tanto, la esquizofrenia avanza.
@DeCurrea Lugo