He decidido apartarme de comentarios en redes sociales y columnistas de opinión durante las próximas dos semanas que ya comenzaron. Ningún comentario, reflexión, caricatura, burla, análisis, cinismo o sarcasmo hará que cambie de opinión acerca de alguno de los dos candidatos.
Me gustaría conocer sus programas de gobierno, que fueran publicados en los medios nacionales y que se debatieran públicamente. Pero ya sé que eso es lo que menos importa en estos momentos, todos están contra todos y, paradójicamente, esta guerra es dizque por la paz.
La campaña ha develado lo que somos: un país de rencores, resentimientos y odios casi infantiles y perpetuos que se transmiten generacionalmente. Si aún no perdonamos al presidente que en 1970 se robó las elecciones de otro candidato, por ejemplo, ¿cómo es que si vamos a hacerlo con quienes han matado, abusado, saqueado y aterrorizado a las más recientes generaciones de colombianos?
Dentro de cada colombiano sobrevive un revanchista que es necesario y urgente delatar y neutralizar. ¡No estamos eligiendo señorita Colombia! No se trata de votar por el que va a ganar para no estar en el grupo de perdedores, pues el único ganador deberemos ser los ciudadanos.
Tantas barras bravas en facebook, twitter, instagram y medios nacionales no le hacen ningún favor a la paz que dicen anhelar y defender. La paz es ciudadana, aquí y ahora, no importa qué se firme y qué se logre. Primero organicemos estos odios cotidianos, reconciliémonos con vecinos, compañeros, familiares, amigos y no amigos, luego si pensemos en salvar el resto del mundo.
Si el lunes 16 de junio nos levantamos creyendo que perdimos, que este país es fallido y que los enemigos lo son aún más, ¿será posible con ese odio realizar el proyecto de paz para el país?
La reconciliación debe comenzar inmediatamente, como una política pública que se extienda desde los hogares, las escuelas, las veredas, los pueblos y las ciudades en una marea ascendente y no una impuesta desde arriba.
Entonces ¿cuándo vamos a comenzar? Dejemos de lado tantos epítetos y frases ingeniosas e insultantes contra el otro, el supuesto enemigo, que solamente es lo diferente a nosotros y por eso merece todo nuestro respeto.
No se trata de estar de acuerdo con todos, sino de respetarnos, pero también de valorarnos y de darle el beneficio de la duda a nuestras convicciones personales en favor de las ajenas. Abrir la posibilidad de no tener la razón.
Y eso, lo sé, es un paso muy delante de nuestro lento caminar ciudadano.
Cuando estemos absolutamente seguros de que el primer paso, hacia esa paz que nos peleamos entre dos candidatos, es el nuestro y en el entorno cercano, seguramente dejaremos de mirar la paz como una paloma que depende, para volar, de las manos de alguno de los contendores electorales.
Y comprenderemos que es solamente desde nuestras manos, desde la generosidad, el valor, el reconocimiento y el respeto del otro, el ejercicio de la ciudadanía y el perdón de nuestros allegados y de nosotros mismos, que comenzaremos a transitar la deseada paz.
Por lo pronto, poco cambiará el país si se lo dejamos a los políticos, como si fueran ellos y no nosotros, los que en verdad podemos decidirnos por la paz.
Haga su primer envión por la paz: desaparezca los rencores de su círculo más cercano, no critique, no se burle, no se aproveche, cumpla las normas de convivencia, escuche a los otros, no imponga sus ideas, disienta con respeto, cumpla lo que promete. No importa por quién vote, usted ya estará en el camino de la paz.