La paz es más que un diálogo

La paz es más que un diálogo

Por: Simón Villegas
agosto 02, 2013
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No debería haber dudas de la necesidad de hacer la paz con la guerrilla. Es imperativo acabar con más de cincuenta años de atropellos a la dignidad humana. Sin embargo, la cultura rentista colombiana hace que todavía poderosos sectores sociales se resistan a apoyar el fin de la guerra, pues más les interesa su continuación que su cese. Es más, esta cultura hace que la paz no se limite a cesar una confrontación. Y esto se debe a que por la guerra, grupos económicos y políticos de gran calibre mantienen, y han hecho, sus privilegiadas posiciones. Estos van desde los grandes ganaderos (a los que no les interesa hacer del campo un lugar desarrollado y en paz en el que se acaben los latifundios), pasando por pesos pesados de la política (como los Uribe Vélez, los Valencia Cossio etc., quienes también son dueños de grandes tierras) y llegando a grandes empresarios, multinacionales mineras (que se han aliado con grupos armados para adueñarse de los recursos naturales en extensas zonas) y gobiernos extranjeros que no quieren parar el súper negocio de la guerra en Colombia. Todos ellos, de muchas maneras se lucran de la sangre y las lágrimas de los colombianos y poco les conviene que se haga la paz, pues saben, mejor que muchos, que la paz no es sólo la desmovilización de las guerrillas. Esto es tal vez lo que menos les importa. Ellos saben que la paz es un cambio radical en el modelo de desarrollo económico colombiano y en la forma de hacer política. La paz implica que pierdan mucho de lo que tienen, porque esta es un asunto de equidad.

Colombia tiene, para mal, un pésimo lugar entre los países más inequitativos del mundo. Sin embargo, no hay necesidad de compararnos. Se puede empezar por mirar la inequidad entre los departamentos: mientras departamentos como Cundinamarca tienen, en teoría, buenos niveles de vida, otros como Chocó o Córdoba tienen una población miserable y una gran inequidad. Y nótese que en el de la región pacífica hay una alta presencia guerrillera (buscando en buena parte sus recursos mineros) y gran corrupción y que, en Córdoba, están muchos de los grandes ganaderos y una de las ciudades más importantes de la región (Montería), pero al mismo tiempo ha sido cuartel de los grupos paramilitares. Porque esta región es altamente inequitativa: en Montería, el 70% de sus habitantes viven en estrato 1. Sin embargo, es también posible mirar la inequidad al interior mismo de los departamentos. Veamos el caso Antioquia: la mayor parte de su riqueza está en Medellín y el Valle de Aburrá y municipios como Apartadó no sólo están sumidos en la pobreza (a pesar de ser grandes exportadores de banano) sino que también es uno de los más violentos. En resumen, la inequitativa forma de repartir la riqueza y el poder en Colombia, subyace en el fondo del conflicto y tomar medidas para solucionar esta situación es urgente si se quiere la paz. No sorprende que los temas tratados en La Habana tengan especial relación con la forma tan desigual de repartir la tierra y el poder en Colombia. Sin embargo, mientras hayan quienes consideren “bien habido” tener mucho más de lo que se debería (porque este tener afecta a otros), y se piense que con la paz “todo debe seguir igual”, ninguna desmovilización tendrá el efecto deseado. Tanto la equidad como la paz son asuntos de abandonar el egoísmo, de dar un poco a los demás. Y el egoísmo es el cerrarse al otro. ¿Qué es la guerra si no es la eliminación sistemática del otro, la no aceptación del otro? Al final de todo, no estamos hablando ni de problemas económicos, culturales o políticos: hablamos de un problema humano, de los verdaderos demonios que dominan el corazón del hombre.

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