No existe palabra más exótica para señalar una protección jurídica que blindaje; es más apropiada para indicar un instrumento de guerra que una postura hacia la paz; pero dentro de los eufemismos a los que nos han acostumbrado, se ha de entender como protección de los acuerdos a los que se llegue en la Habana por fuerza de la negociación o diálogo entre las partes del conflicto no internacional.
Eufemismos como, falsos positivos, fuego amigo, ya hacen parte de la jerga común que, indican lo que la gente sabe, pero que no se atreve a decir con nombre propio; eufemismo, como blindar, como si en verdad existiera un tropel en contra, en contra de la negociación… Y, si ello fuera así, si la negociación llegara a ser salpicada o desconocida, ¿cuál el afán para blindarla jurídicamente de manera tan tosca, cuando el blindaje ha de ser en verdad, además, político o, de participación?
En derecho no existe inamovible por sí mismo considerado; las instituciones son tan cambiantes como la necesidad social así lo pueda requerir; así se llegó en varias partes del mundo a la abolición de la pena de muerte y de la esclavitud, a pesar de lo cual en algunas partes muy señaladas, aún se encuentran en vigencia.
Una institución cual sea, cuando no posee respaldo social, deviene caduca, es considerada desueta, entra en decadencia, en fin, pierde valor o, puede suceder, desde otro plano, que sea impuesta y entonces tórnase en irracional o antidemocrática. Diremos que cuando la norma cuenta con el apoyo de la base social, a ello, en una palabra, se le denomina legitimidad.
La legalidad que consiste en el reducir un comportamiento a descripción de ley, que puede llegar hasta al fetiche normativo, se distingue de la legitimidad, en que todo puede pasar por la ley, pero no todo pasa por la legitimidad que se halla cuando está recubierta por la participación.
En la teoría de las normas, esa es la diferencia sustancial entre la legalidad y la legitimidad, valga decir, el respaldo social; presupuesto que es aún más exigente, cuando hacemos referencia a la democracia participativa, como lo establece nuestra Constitución Política.
Si la propuesta que venga de la Habana, lo es, es decir, es una propuesta que pasa por la Institucionalidad sin quebrantarla, sin desconocerla, sin reemplazarla y, entonces, es respetuosa del modelo de Estado, aunque a la postre reforme muchas de las instituciones y, cruza por el Congreso de la República, por el Control de la Corte Constitucional y queda en punto de aceptación ciudadana, la paz será sostenible: habrá cruzado la frontera jurídica y también la política.
Si se impone por el golpe de la ley, sin referencia ciudadana, la exclusión desconoce el pluralismo y, por supuesto, ataca el modelo de Estado.
Si la postura es política
con la intervención de la participación ciudadana,
será aceptable
Si la postura es política con la intervención de la participación ciudadana, será aceptable.
La negociación que está en curso no consiste en una mera ley de sometimiento, ni exclusivamente una postura remozada de la denominada Ley de Justicia y Paz, cuyos desarrollos reducidos ya son presentables. No.
Trátase de una fórmula de largo aliento que contiene posturas de garantía a la oposición, a la forma de protección y utilización del campo, a la participación política posterior de los que hagan dejación de las armas; por supuesto, ello con acuerdo o sin acuerdo se puede llevar a cabo, pues los postulados así vistos están por ser desarrollados por la Constitución vigente.
Pero, en las operaciones de justicia transicional, su alcance, contenido y designio son, sin duda, una reforma a la visión y funcionamiento de la justicia que, sin el arraigo de legitimidad, solo postran uno de los pilares del Estado: la justicia misma.
El debate último, se ha convertido en indescifrable y, así, complejo.
Entre lo jurídico y lo político: la paz tiene asiento, con el fondo de legitimidad; sin el fundante fondo, se acaba un conflicto y nacen otros más complejos y, por qué no decirlo, más violentos, pues la legalidad lo habrá impuesto y, solo eso: lo impuesto.