La paz desordenada

La paz desordenada

La discusión se ha perdido en batallas de egos y ha quedado olvidada con el afán de los días. Parece que de la indignación solo quedan migajas

Por: Catalina Arenas Ortíz
marzo 27, 2019
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La paz desordenada
Foto: Las2orillas

El lunes 18 de marzo, miles de ciudadanos salimos desde el Planetario de Bogotá a marchar en defensa de la JEP. Sin embargo, el clamor estuvo lejos de ser a una sola voz, fue más un esfuerzo atomizado en donde cada uno, rodeado de sus amigos y movido por sus intereses salió a defender lo que consideró más apropiado.

De entrada venía molesta por los antecedentes de la movilización. El miércoles inmediatamente anterior habíamos salido pocos, nuestras voces no alcanzaban a tocar el otro extremo de la plaza y no pasó mucho tiempo antes que una a una saliéramos en compañía de la desesperanza. Sentía que las personas no estaban conectadas y que salir a marchar tenía la misma relevancia que las onces dominicales.

Con el dolor en el corazón de sentir que nos están destrozando la paz y nos estamos quedando dormidos, pero con la emoción de salir a defenderla salí el lunes a marchar.

Por cosas del azar y como consecuencia de haber llegado tarde, emprendí el camino hasta la Plaza de Bolívar detrás de uno de los partidos de la autorreconocida oposición y cuya falta de contundencia no me representa. Al principio estaba inocente de la situación, fue debido al paso entorpecido por las cámaras y la constante llegada de gente “buena onda” que me percaté que los Verdes caminaban a pocos pasos de mi grupo sosteniendo una pancarta negra.

También sentí a mi lado la presencia de Luis Ernesto Gómez, cuyo único aporte a la movilización fue conquistar corazones con su evidente gracia y su campaña chabacana. Fue la primera vez que pensé que justo así es como se ve la paz en Colombia: como un continuo compartir de espacios con personas de todo tipo y una constante recolecta de fotos mientras avanzamos accidentados hacia una acción concreta.

Después de un poco más de una hora los manifestantes llegamos a la Plaza y la contundencia nunca apareció. No hubo una cohesión entre los manifestantes, todos buscábamos el lugar más desocupado para reunirnos alrededor de nuestras pancartas y la tarima se quedó esperando una voz que nos moviera a todos, estuvo casi todo el tiempo sola, cómo esas mascotas que mueren de viejas sobre la tumba de su amo.

En el público había letreros de todo tipo, algunos pedían la cabeza del fiscal, otros al presidente que renuncie, y como olvidar a Hollman Morris quien en un intento absurdo por repuntar en la carrera a la alcaldía de Bogotá, comparó la paz de Colombia con la Reserva Van Der Hammen. Por un momento, todo este cúmulo de indignaciones desenfrenadas hizo que se olvidara que habíamos a una sola cosa: defender la JEP.

A las ocho de la noche las luces de la tarima se apagaron y las personas que quedábamos en la plaza podíamos contarnos con facilidad, a todos nos abrazaba la satisfacción del deber cumplido, pero reinaba la confusión por la falta de cohesión y de una ruta clara.

Las últimas dos semanas han sido muy movidas para la paz. Desde la alocución en qué Iván Duque decide objetar la JEP, una serie de eventos llevaban a creer que se levantaba un verdadero poder ciudadano alrededor de la paz, hoy es claro que esa discusión se ha ido perdiendo en batallas de egos, en quienes se reclaman como los líderes de la oposición y en quienes responden que la oposición no tiene líderes. Lo que han hecho con la paz, como muchos temas de la actualidad nacional, se ha ido quedando olvidado con el afán de los días y parece que de esa indignación solo quedan migajas desordenadas.

 

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