Humberto de la Calle encarna la visión más amplia y esperanzadora de la paz en Colombia. Una visión grande, comprometida con el cambio, generosa, sin trampas, sin maquillajes, sincera. La paz que defiende es una paz grande y en grande.
Protagonistas de primer orden en los dos más grandes acontecimientos que cambiaron de la vida política colombiana: la Asamblea Nacional Constituyente y las exitosas negociaciones de La Habana, que culminaron con la firma del acuerdo entre las Farc y el gobierno de Juan Manuel Santos.
Defensor convencido de la paz grande y en grande. Grande porque no se solaza ni celebra la paz como la derrota militar de las Farc, como lo piensan otros y algunas barras bravas partidarias del Sí, de manera simplista.
No piensa que “se acabó con las Farc”, sino que se abre una oportunidad para la transformación social, soporte necesario de toda paz, y para que una fuerza insurgente se transforme en una fuerza política y deliberante en democracia.
De la Calle precisa que el fin de la confrontación armada entre el Estado y las Farc no es la paz, apenas un comienzo:
La guerra ha terminado. Pero también hay un nuevo comienzo. Este Acuerdo abre posibilidades para iniciar una etapa de transformación de la sociedad colombiana. Bajo el telón de fondo de la reconciliación, abrimos la puerta a una sociedad más incluyente, en la que podamos reconocernos como colombianos, en la que nadie tema por su integridad a consecuencia de sus ideas políticas. Hemos creado una senda para cerrar la brecha con el mundo rural. Es el camino correcto. Tiene el propósito explícito de recuperar la dignidad de la familia campesina y de permitir su ingreso a un ciclo productivo sostenible y adecuado. El punto sobre reforma rural integral es un horizonte y también un desafío. Las tareas de implementación van a exigir aplicación, recursos, voluntad política.
Su concepción de la paz es incluyente. Quiere una paz que incluya a los vencidos. Una paz que reconozca siempre que es fruto de un acuerdo entre dos, que el otro también existe y tiene que decir y defender.
El ingreso de las Farc a la política será un paso gigantesco. Desde orillas opuestas, debemos reconocer a las Farc su disciplina de trabajo. Fueron conversaciones complejas, a veces amargas. Pero el resultado es suficiente recompensa. Que las Farc compitan por el apoyo de los colombianos. Que la combinación de formas de lucha sea una pesadilla del pasado. Para todos. No debemos limitarnos a celebrar el silencio de los fusiles. Lo que realmente importa es que se abren caminos para dejar atrás la violencia y reconstruirnos desde el respeto. La faena que sigue nos compromete a todos.
De manera clara y directa ha señalado a la corrupción como el principal enemigo de la paz. Sin derrotar a los poderosos corruptos que hoy campean a sus anchas, sin combatir sus vínculos y acciones delictivas con la clase política no habrá paz, ni dineros públicos que aguanten. Los corruptos no tienen principios, pueden incluso votar por el SÍ, solo tienen intereses. Por eso ha dicho con claridad meridiana:
Es también una oportunidad para profundizar la lucha contra la corrupción. Este es un cáncer que nos devora. Arruina la legitimidad de las instituciones. Golpea duramente las finanzas públicas. Es un estigma que compromete por igual al sector público y al privado. Es verdad que los circuitos de la corrupción comienzan en la política, en particular en la política local. Es allí, en el seno de las formas vigentes de gobernanza donde se gesta la corrupción. Queremos mejorar la política. Más limpia. Más abierta. Más incluyente. El esfuerzo para lograr un quehacer político digno de confianza se hará con todos los partidos y movimientos. Y con las Farc después de su ingreso a la democracia.
Más que una victoria transitoria, el triunfo del Sí en el plebiscitó o la imagen de los conteiner repletos con las armas de los guerrilleros, lo que más le interesa es lo que sigue, la construcción de la paz, sin duda lo más importante y definitivo:
Hay conflictos en la sociedad colombiana que tenemos que continuar afrontando con la fuerza tranquila y la legitimidad creciente del Estado. Ese es el camino que nos espera. Repito que el acuerdo es un acuerdo sobre lo posible. Pero de la sociedad colombiana depende que sea ejecutado. Primero, si lo aprueba con el voto. Segundo, si se comprometen a hacer parte de la transformación que se necesita para conseguir la paz.
De la Calle encarna el futuro más cierto para alcanzar la paz y dar cumplimiento a los acuerdos firmados en La Habana. La mejor garantía para las Farc de que lo pactado será cumplido y honrado. Para que la paloma de la paz no se convierte en un frustrante conejo. La oportunidad para alcanzar una paz con profundo contenido social, para acometer las grandes transformaciones que nos saquen de la pobreza, de la inequidad, de la exclusión y en especial que nos libre de ese mar de mermelada que representa la corrupción.
Es un político alejado de las prácticas clientelares de los políticos tradicionales, ajeno a las componendas de los directorios, nunca ha caído en la tentación de hacerse elegir como congresista, libre de toda sospecha o señalamiento de corrupción, un liberal autentico que no agita el trapo rojo, sino sus ideas democráticas sobre el país.
El país, los sectores democráticos, las fuerzas políticas de izquierda, las Farc, los colombianos partidarios de una paz en grande, tienen en Humberto de la Calle la mejor opción política para dar continuidad al proceso de paz que apenas empieza. Una alternativa que tendrá un papel decisivo a la hora de elegir el colombiano que nos lleve a construir la paz estable y duradera para dar cumplimiento a lo pactado en los acuerdos de La Habana.