Las calles se han colmado de voces de protesta. Cuatro años que reflejan la frustración con el sistema económico y político tan marcado, tan mediocre y tan vergonzante. Las cortes, sus pensiones, la mermelada sin punto final, los colombianos de la provincia y la capital, los que estudian y los que no.
Frustración comprensible en esta tierra de desigualdad social y de la imperante corrupción, pero inútil cuando se aleja de la realidad nacional, y embriagada en los ismos ideológicos, se muestra incapaz de convertirse en una propuesta de avanzada aún cuando algunos pretenden llenar el vacío que dejó la ausencia de gobierno, mientras Colombia estalla, en sus campos, con sus niños, sus maestros, los médicos y sus batas blancas, los estudiantes en sus pupitres.
De fondo un mensaje de las mayorías, de significado superior a las paradojas y los infortunios, que invoca la ambición de las nuevas generaciones, un mensaje de profundo valor que plantea un desafío inaplazable: la educación superior como un propósito fundamental de la nación colombiana y una responsabilidad prioritaria para el Estado.
La comunidad estudiantil ha hecho un llamado para que Colombia entienda la educación como un instrumento trascendental para edificar un país con equidad social. Lo anterior mediante una inversión decidida del Estado en la Educación, que no sea inferior a nuestro sueño de vivir en una Colombia con oportunidades sociales, que fomente la investigación académica y ofrezca a las nuevas generaciones una formación profesional, técnica y tecnológica de calidad, una educación superior con puertas más abiertas, con más recursos de los que planteó la impugnada reforma a la Educación Superior del presidente Santos.
En un país, donde hoy según el padre Jorge Humberto Peláez, rector de la Universidad Javeriana, se gasta diez veces más en la guerra aún cuando se habla de paz, que en la educación superior, una reforma que establece un incremento presupuestal general insuficiente para responder al reto de aumentar cobertura y calidad, resultó débil, absurda y desproporcional frente a los desafíos de cualquier sociedad en los tiempos de hoy, donde el conocimiento asume como el instrumento más poderoso del desarrollo humano. No se trata de desconocer el conflicto violento que ha vivido este país por años. Se trata de reconocer profundas desigualdades que surgen de esta Nación, donde la educación superior sigue relegada a medio punto porcentual del PIB y las filas de los grupos criminales, terroristas e ilegales se alimentan de la desesperanza de miles de jóvenes que encontraron la puerta de las oportunidades cerradas.
Estoy convencido como joven, que el nuevo proyecto de país y de educación, es construyéndolo y no continuándolo, no se puede buscar en el venidero cuatrienio mejorar solo la ley 30, debe ir más allá, perseguir el prometido salto a la educación democrática. Tendrá que mantener los aspectos favorables de otras iniciativas, pero sobre todo definir la entrega de más recursos.
Recursos que se puedan invertir en la estructura física, el capital humano y el funcionamiento de las instituciones públicas de educación superior, pero también, mientras se fortalece y profundiza la oferta pública, sirvan para subsidiar los estudios en entidades privadas a quienes lo necesiten.
La educación es un derecho de los colombianos y una necesidad insatisfecha de la Colombia que ya se fue pero vigente de la que soñamos.
@josiasfiescoop