Al llegar al municipio de la Paz en el departamento del Cesar se percibe el flujo de pasajeros hacia la Guajira y la troncal de oriente que conduce al interior del país. Al estacionar el vehículo una nube de vendedores ambulantes ofreciendo almojábanas, entre empujones, se abren paso para lograr la venta de su producto.
De una batea de madera, luego de desenvolver 6 manteles de diferentes colores, se deja apreciar la deliciosa almojábana de la Paz. Compro cuatro y pregunto por la señora Alicia Sierra Márquez. El remolino de vendedores que luchaba por hacer la venta, esta vez señala con una sincronización única la dirección de la casa de la señora Alicia.
Me señalan tres esquinas y me dicen que luego cruce a la izquierda, la segunda esquina en la acera de la izquierda, afuera hay un palo de maiztostao, ahí es. Con una dirección tan exacta, armo viaje en busca de la fórmula de la mejor almojábana del país. A las afueras de la dirección señalada, refrescando el calor de las 4 de la tarde, está una anciana sentada en una silla rimax color verde. Le pregunto por la mujer que busco y ella responde en tono amable: "a la orden, la mujer que busca está hablando con usted".
Alicia es una anciana de cabellos cenizos, en su piel arrugada se puede leer la historia de una vida de trabajo, sufrimientos y alegrías. Está vestida con ropa de luto, por la muerte reciente de una de sus hijas. Tiene en sus manos un dulce de papaya.
Al indagarle por la mejor almojábana de la región sin miga de humildad responde: "Esta en la casa donde se ha hecho y se hace la mejor almojábana de Colombia"
Yo le hago saber si eso no es un autoelogio que quizás no compartan el resto de almojabaneras de La Paz. Ella sonríe, me golpea la pierna con su mano suave y me dice: "No lo digo yo, lo dice el pueblo. Salga y pregunte en el centro, en la calle de la alegría y en cualquier rincón de este municipio y le dirán lo mismo, todos me hacen la propaganda. puede preguntar en Valledupar a la familia Castro, los Villazón, a Luca Gnneco y a su mujer y al que quiera, que la respuesta siempre será la misma, la mejor almojábana la hace Alicia".
Estamos sentados en la puerta de la calle, rodeado de familiares y vecinos, quienes aprueban con risas y gestos cada palabra de la vieja Icha, como la llaman por cariño.
Alicia tiene 97 años, desde hace 10 no hace almojábanas, pero recuerda la fórmula mágica, la cual repite sin reserva alguna: “10 de queso, 10 de maíz y 6 de azúcar, más la soda”.
Al escuchar esa fórmula mágica le pregunto: ¿por qué si las otras personas conocen la receta, no queda igual?, ¿donde está la diferencia? Ella vuelva a sonreír y esta vez me golpea suavemente con el bastón a la altura de la rodilla y objeta: "La fórmula es de antaño, pasa de abuela a hijos y nietos, pero el verdadero secreto está en cómo la hacen, y no es el remojo de los tres días, ni el lavado del maíz. El secreto se llama amor, refunfuña para todos los que la escuchan, no es hacer almojábana por hacer es saberla hacer".
Es madre de 5 hijos, 4 mujeres y 1 varón, está llena de nietos, bisnietos y tataranietos, pronto viene el chorlo me dice, ya eso está conversado, dice mientras me pica el ojo de pura ironía.
Le pregunto desde cuándo hace almojábanas y ella sin perder la alegría, ni el dominio de la muchedumbre que nos observa, se lleva el dedo a los ojos, y con su voz de guitarra suelta la respuesta, que el público quizás conoce de memoria, pero que yo ignoro: "yo hago almojábanas desde que estos ojos y estas manos estaban chiquiticas. Pero sabe que lave ropa mucho tiempo, lave ajeno y no me pagaban y como mis hermanas mayores tenían un horno de asar, yo les ayudaba con las tártaras y al tiempo me quede asando con ellas y luego independiente, pero la clientela se trasladó para donde la vieja Icha".
El legado familiar está en manos de su hijo varón, quien es conocido como Picholo. Ella dice que él luego de hacer las almojábanas, le trae una y ella la parte por la mitad y la reparte entre los bisnietos. Picholo queda esperando su veredicto, ella lo besa en la frente y le balbucea al oído sin que nadie más escuche: le falta o te pasaste de queso, le falto maíz. Frunce el ceño y me explica que siempre le falta algo, pero son mejores que las de las otras casas, pues no le echan harina. "Dejémonos de cosa, eso va en la sangre", asevera mientras golpea sus piernas con las manos.
El ambiente en la paz comienza a las tres de la mañana con la molida del maíz, el cual fue sometido a un remojo de un día. Luego se mezcla con el queso, el azúcar y la soda, hasta lograr una mezcla flexible. Después, se muele nuevamente todo unido, alcanzando así una masa fina que luego se moldea para ser asada en los hornos de barro. A las 6 de la mañana ya están los vendedores con sus bateas a la orilla de la carretera, vendiendo a los pasajeros que llegan de todas partes de Colombia. Las almojábanas de la Paz se envían por encomiendas a Bogotá, Medellín, Cartagena y Barranquilla.
Otro grupo de vendedores sale temprano para Valledupar, donde la gente las disfruta al son de un buen tinto mañanero. Los vendedores no utilizan cabas de icopor, pues por tradición se utiliza una batea mediana de madera y se envuelve con seis telas, que las protege del polvo y la contaminación, conservando de paso la temperatura, cauchosidad y frescura durante muchas horas.
Es sábado y en la Paz se respira un ambiente de fiesta. Cerca de la casa de Alicia Sierra Márquez suena un equipo de sonido y de sus parlantes sale una vieja canción vallenata interpretada por Jorge Oñate. La vieja Icha desde su silla mueve los hombros señalando hacia la plaza del pueblo y me lanza esta expresión: "Yo podía estar muy trasnochada, cansada de moler y sofocada de la candela del horno, pero un sábado aún se vendían las almojábanas. Me iba para la calle de la alegría donde los hermanos López con la caja, llamaban los mejores acordeones de Valledupar y al son de la voz de Oñate o Diomedes se armaba una parranda, yo amanecía tirando baile. Ahora porque me sostengo en este bastón, pero en otros tiempos, carajo, había baile, almojábana y parranda".
En ese momento llega Picholo con una batea llena de almojábana para los que rodeamos a la vieja Icha. Todos probamos este delicioso postre Pacifico, excepto Alicia Sierra Márquez, quien se siente descubierta en su mayor secreto, pues no le gusta la almojábana, al ser inquirida porque no la probaba, suelta una de sus frases lapidarias: "No la comía cuando yo las hacía, ahora voy a comer unas hechas por otro, no mijito…"
Todos sueltan la risa, y alguien pregunta por Picholo, pero ya este se ha marchado. El transeúnte averigua dónde vive y Alicia Sierra Márquez, con risa burlona, le dice: "él vive para allá". Eso, señalando hacia su derecha, pero también señalando a la izquierda. Todos se ríen, luego me entero que es que el hijo de la vieja Icha tiene dos mujeres que viven de extremo a extremo.