Desde hace rato la asociación española Amigos de los Mayores ―dedicada, en efecto, a la defensa de adultos mayores― brega para que la RAE, reinante academia del idioma español, quite del diccionario oficial las acepciones peyorativas de vejez: “...3. f. Achaques, manías, actitudes propias de la edad de los viejos. 4. f. Dicho o narración de algo muy sabido y vulgar”. Creo que incluso se podría ir más a fondo y proponer que se dejara de usar la palabra «vejez» ―inicio del despectivo vejestorio―, y en su reemplazo utilizar un eufemismo como «veteranez», un término afín a veteranía. A la persona mayor de 62 años se le denominaría “veterino” o “veteranizo”.
Algo parecido a lo anterior sucede con la paupérrima palabreja “pobreza”. La chapetona RAE trae cinco acepciones: “...1. f. Cualidad de pobre. 2. f. Falta, escasez. 3. f. Dejación voluntaria de todo lo que se posee, y de todo lo que el amor propio puede juzgar necesario, de la cual hacen voto público los religiosos el día de su profesión. 4. f. Escaso haber de la gente pobre. 5. f. Falta de magnanimidad, de gallardía, de nobleza del ánimo”.
Sin lugar a dudas, la palabrota es peyorativa, discriminatoria y humillante. Un menor nivel de ingresos de una persona no puede confundirse con una falta de magnanimidad, gallardía o nobleza.
Nadie es pobre en lo espiritual, por decir algo, si consideramos al alma como quintaesencia divina que tiene todo ser humano sin importar color de piel, creencia filosófica o religiosa, sexo, edad, origen nacional o regional, o posición económica.
De paso se acentúa la burla, desprecio y vejación al calificar, por parte de las actuales entidades del Estado, a los estratos sociales uno y dos como “bajo-bajo” y “bajo”, respectivamente, y a las clases sociales 5 y 6 como “alta” y “alta-alta”. Como si en la base de la pirámide hubieran pigmeos y en la cúspide gigantones.
En un caballeroso y simple sentido de dignidad, a nadie debería dársele el calificativo de “pobre”. Te repito que todas y todos somos ricos en espíritu, y con plena seriedad y completa sinceridad digo y reafirmo que es pésimo apelar al término “pobreza” para caracterizar a quienes son invisibilizados, explotados y ninguneados por quienes detentan el poder en la actualidad.
Ha llegado la hora de promover una definición conveniente y fértil, sustentada con una pizca científica-social, insertada en un sistema teórico innovador, por emplear palabras del filósofo argentino Mario Bunge.
Propongo a mis colegas economistas y a todos los otros profesionales de ciencias sociales, a los de medios alternativos, a los docentes, a la gente en general y muy en especial quienes componen los estratos socioeconómicos uno y dos, que lancemos a la quinta porra ese conceptucho ofensivo, pordebajeante y ominoso de “pobreza”.
Un documento reciente de la OCDE, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ―en la que Colombia lleva el farolito en todos los ránkings―, apela al concepto “los más desfavorecidos” para referirse a quienes se encuentran en los estratos sociales uno y dos, evitando así la expresión “pobres”. Pudiera ser entonces desfavorecidos. La clase media sería la de los favorecidos a secas y plusfavorecidos el resto. Ya es algo.
Otra posibilidad puede ser undosino, puesto que se trata de los estratos sociales uno y dos. El estrato medio sería tricuatrino y los otros los cincoseinos.
Si se trata de identificarlos como “de escasos recursos”, entonces cabe decir minusrecursivos. Los otros serían mediorecursivos y plusrecursivos.
Vamos a la propuesta que considero más certera.
Teniendo en cuenta que los estratos uno y dos son inmediatos a la clase media, o sea que la preceden ―digámoslo así―, entonces se puede construir la palabra premeditud.
Este debe ser el concepto pertinente para caracterizar la calidad socioeconómica de un individuo perteneciente a los estratos uno y dos. Premedio sería el sustantivo y adjetivo.
Usemos, si te parece, estos términos de aquí en adelante con la debida aclaración. La clase social riqui-ricona, potentada, de caché, jailáif, acomodada, será la posmedia.
Bien aclarado, precisado y sustentado lo anterior, dejemos lo formal y vayamos a lo esencial: ¿qué podría proyectar el nuevo Gobierno, a iniciar su mandato el 7 de agosto de 2022, en cuanto a la solución del gravísimo problema del alto índice de premeditud que aqueja de manera crítica a más de la mitad del pueblo colombiano?
Medida inmediata, sutil e indirecta será combatir la desorganización en los vecindarios, o sea la ―esa sí― pobreza vecinal-intelectual. O povrintela, que es otro concepto en la enciclopedia economicista del vesinalismo, ideología que sustenta que el Estado puede y debe contar con organizaciones de base desde los vecindarios. ¿Cómo? Creando unidades inclusivas en todas nuestras manzanas y veredas a manera de microentidades territoriales, nuevos pilares básicos para la construcción de un verdadero Estado social de derecho.
¿Y por qué esta iniciativa? Porque lo primero que debe impulsarse a nivel reeducativo y práctico es el empoderamiento de las comunidades desde los núcleos sociales inmediatos a las familias, que son los vecindarios. Reza la Constitución que el pueblo debe promover “...la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo que garantice un orden político, económico y social justo...”.
Todo vecindario es una parte del pueblo y por tanto tiene su cuota territorial de autonomía, poder y soberanía.
¿O es que no es así? Bueno, oímos otras propuestas...