La denominada polarización se ha acentuado peligrosamente entre nosotros, lo cual invita a actuar racionalmente, con prudencia y respeto con las diversas formas de pensar. Colombia es una nación pluralista en lo religioso y político. Las ofensas, gritos y mensajes que expresan odio, pueden activar la llama de la violencia y tornarse en un pavoroso incendio que no podamos apagar, como ha sucedido desde el siglo pasado.
Somos hijos de una misma patria. El desafío de entendernos en medio de la diversidad ha de ser posible y necesario si aspiramos a vivir civilizadamente en la perspectiva del crecimiento económico con bienestar social. Se requiere trabajar en equipo.
Contamos con una democracia que es menester cuidarla y fortalecerla, pues hoy se encuentra infectada por carteles tenebrosos de la criminalidad y la corrupción, que perturban el anhelo de vivir acorde con los mandatos constitucionales. Este desafío nos ha de unir.
El Papa Francisco ha orientado su magisterio sobre la “cultura del encuentro” en la perspectiva de motivar al mundo, sin distingo alguno, para que seamos solidarios y respetuosos de todos los seres humanos. El Pontífice hizo especial énfasis durante su visita a Colombia ( sepbre. 2017), interpretando el drama doloroso de millones de víctimas de la violencia que ha generado una sociedad enfrentada, enferma y profundamente polarizada.
La cultura del encuentro requiere de una actitud positiva de diálogo. Escuchar respetuosa y desprevenidamente al otro para captar sus ideas y necesidades. Algunos estudiosos comparan la sociedad con un poliedro donde las diferencias puedan convivir complementándose y enriqueciéndose unas a otras.
Recientemente (Panamá, enero 2019) el Papa Francisco exhortó a los jóvenes de todo el mundo participantes de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) a seguir cultivando la “cultura del encuentro” para desautorizar a quienes siembran división y excluyen a los que “no son como nosotros…Encontrarse no significa mimetizarse, ni pensar todos lo mismo o vivir todos iguales haciendo y repitiendo las mismas cosas, escuchando la misma música o llevando la camiseta del mismo equipo de fútbol. No, eso no…la cultura del encuentro es un llamado e invitación a atreverse a mantener vivo un sueño en común. Sí, un sueño grande y capaz de cobijar a todos.
Colombia y el mundo necesitan líderes que tiendan puentes que nos acerquen para encontrarnos y posibiliten la convivencia civilizada. Manos que inviten, no que alejen o golpeen. Gonzalo Arango, orgullo de nuestra literatura, nos los advertía en su poema Revolución: “Una mano más una mano no son dos manos. Son manos unidas .Une tu mano a nuestras manos para que el mundo no esté en pocas mano sino en todas las manos”.
Nuestra Constitución señala muy categóricamente: “Colombia es un Estado social de derecho… democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general" (Art. 1).
No nos tratemos como enemigos, somos compañeros de viaje en los caminos de la patria, con el convencimiento de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos.
El presidente Duque ha denominado su gobierno como un pacto por Colombia. Este se logrará si estimula la cultura del encuentro, sustentado en un pacto cultural que servirá de base para el pacto social y político teniendo en cuenta la rica diversidad cultural y regional, respetando el modo de ver la vida, de opinar, de sentir y de soñar de cada ciudadano. El presidente es el principal líder a quien corresponde conducirnos en la perspectiva del progreso de todos los ciudadanos, incluidos quienes no votaron por él, pues él “simboliza la unidad nacional y al jurar el cumplimiento de la Constitución y de las leyes, se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos” (Art. 188 Constitución Nacional). De no hacerlo será responsable de la desunión y el atraso.