La Pastelería la Florida es un emblemático lugar ubicado en el centro de Bogotá con 87 años de antigüedad. Es una reliquia de la capital que cuenta su historia desde las épocas en que todos vestían de traje y la elegancia era el día a día. Elsa Martínez, actual dueña del lugar, contó cómo su negocio hoy en día es un ícono y un referente para muchos extranjeros que quieren probar un buen chocolate santafereño.
Los inicios no son precisamente en Colombia, José Granés, un pastelero español y republicano, en la década del 30, ante la fuerza creciente del franquismo, decidió migrar a Colombia. Estuvo en Cali un tiempo y luego se instaló en Bogotá donde decidió continuar su oficio como pastelero y fundó, en 1936, la Pastelería la Florida.
Inició como un humilde salón de té, ubicado en el lugar idóneo, Carrera Séptima con Calle 20, en la zona céntrica capitalina. Tenía apenas un pastelero, un panadero y uno que otro muchacho encargado de limpiar las latas del pan. Sin embargo, rápidamente se volvió el lugar preferido de los extranjeros y exiliados ganando cada día más popularidad.
Eduardo Martínez, un hombre que llegó a Bogotá en 1940 buscando un mejor futuro, se topó con este lugar e inició una historia de éxito. Al no tener mucha experiencia, solo limpiaba las latas del pan, pero era muy observador y aprendía en silencio de todo lo que hacía el panadero. Un día, este no pudo ir y fue la oportunidad perfecta para que Eduardo Martínez mostrara lo que sabía y en menos de un mes ascendió a panadero.
José Granés y Eduardo Martínez, trabajaron de la mano por muchos años entre 1940 y 1968, crearon todo tipo de panes y postres, tras ensayo y error iban logrando recetas que se mantienen hoy como la de su famoso chocolate santafereño. En 1968, Granés falleció y sus hijos se hicieron cargo de la pastelería con la ayuda y supervisión de Eduardo Martínez. Así transcurrieron dos años, pero en 1970, el rumbo cambió.
Los hijos de Granés llegaron a la panadería y le dijeron a Eduardo Martínez que, como ellos ya podían vivir cómodamente con sus empleos y ocupaciones, querían ofrecerle un negocio: venderle La Florida por 3.500.000 pesos, pues nadie más que él y el empeño y amor que puso junto a su amigo habían llevado a ese negocio a lo que era en ese momento. Por supuesto, él aceptó y treinta años más, el negocio permaneció en la Carrera Séptima con Calle 20.
Sin embargo, en el año 2000, el empresario Arturo Calle, dueño de la propiedad donde se encontraba ubicada la pastelería, les pidió desalojar el local para montar una de sus tiendas de ropa. Tuvieron que liquidar personal y no sabían qué hacer, pero el destino de la pastelería era seguir adelante. Un hombre inglés le preguntó a Eduardo Martínez si conocía a alguien que estuviera interesado en comprar una casa a media cuadra, en la Carrera Séptima con Calle 21, en 770 millones de pesos.
Al mediodía, Eduardo Martínez ya había firmado la promesa de compraventa y pagado una buena parte del dinero. “Mi viejo, quien creía que los bancos y las compras a crédito eran una vaina esotérica y peligrosa, desenterró de un lugar, que hasta ahora nadie ha logrado identificar, unos fajos de billetes”, relató su hija y actual dueña.
El 4 de septiembre de 2002 se inauguró de nuevo y los hermanos de Elsa Martínez se encargaron por unos años y luego, ella tomó el mando hasta hoy. No obstante, la pandemia por COVID-19 puso a la pastelería en jaque “Antes la Florida vendía en promedio $30 millones diarios, pero he tenido días en que hacemos $600.000. Una cosa es estar sin ingresos y otra estar sin ingresos y endeudados”, contó a un medio de comunicación en 2020.
Gracias a los domicilios y a que quitaron la cuarentena, lograron salir adelante y hoy siguen siendo esa pastelería emblema de Bogotá a la que llegan locales y turistas a deleitarse con los sabores que solo se encuentran en este lugar con 87 años de tradición gastronómica.
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