La pasión oculta de Francisco Reyes, el superintendente de sociedades

La pasión oculta de Francisco Reyes, el superintendente de sociedades

El reconocido abogado fue baterista de la banda de rock 'Sociedad Anónima' y de 'Compañía Ilimitada'. Grabó varios LP como parte de los dos grupos.

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enero 14, 2015
La pasión oculta de Francisco Reyes, el superintendente de sociedades

Naná, como llamaban los amigos a Francisco Reyes le arrebataba horas nocturnas a sus estudios de derecho en la Universidad Javeriana para ensayar con Sociedad Anónima, la banda de la que había sido fundador junto con Carlos Posada,  y desde un comienzo reconocida por la fuerza de su sonido y lo polémica de sus letras.

Acababa 1989 cuando el El álbum de menor venta en la historia del disco, LP en el que la banda Sociedad anónima recopilaba las grabaciones que había hecho en sus últimos tres años, se convertía en  todo un hit. El éxito del álbum llevó al grupo a ser un habitante de Radioactiva e incluso a una emisora en Inglaterra donde mereció un programa especial.

Para Naná, el baterista de la banda, empezaba a presentarse una disyuntiva . El paso arrollador de  Sociedad anónima, las giras de conciertos empezaron a competir con sus estudios de derecho en la Universidad Javeriana, en donde Reyes sobresalía como un alumno brillante.

Reyes aceptó el desafío. Tragó saliva y se embarcó en un tour que lo llevaría a Medellin y Cali que terminó en Guatemala,  organizado por Camilo Pombo, quien oficiaba como manager ocasional. El anfitrión en el país centroamericano sería el gobierno de Marco Vinicio Cerezo que se propuso celebrar los tres años de democracia guatemalteca con un festival internacional de rock.

Cuando Naná salió al escenario y vio el estadio atestado de gente, recordó el largo trecho que lo había llevado hasta allá. En sus primeros años en el Gimnasio Moderno lo único que disfrutaba era pertenecer a la banda de guerra y cantar en el coro del colegio. Cuando llegaba a la casa le daba duro a la batería, tocaba largas piezas en un piano y cantaba hasta ponerse ronco. Su padre, Hernando Reyes Duarte, destacado abogado santandereano, periodista e intelectual, tenía que suspender sus largas sesiones de lectura ante el ruido que hacía su hijo de seis años.

A la música se le sumó la que él llama su verdadera pasión: la literatura. Prefería la frescura Caribe de García Márquez a la sofisticación anglófila de Borges. La enorme biblioteca de su padre  y el amor que sentía por los libros su madre, la pianista autodidacta Beatriz Villamizar, le hicieron creer que podía llegar a ser escritor. Después de intentar escribir un par de cuentos se dio cuenta de que era un irremediable caso de amor no correspondido. Esto no mitigó la devoción que sentía hacia la palabra y así amigos entrañables como Eduardo Arias afirmen que  siempre ha sido un tipo silencioso, “de bajo perfil”, en el colegio se destacaba por los encendidos discursos que daba cuando participaba en los concursos de oratoria que casi siempre ganaba.

Y entonces llegó La Javeriana, y el Derecho, y el renacer por la música y la vieja batería que tuvo a los seis años,  que aún conserva, le sirvió para hablar a punta de baquetazo y después de estar con un par de bandas le llegó la propuesta de Carlos Posada a grabar un par de canciones con Compañía  ilimitada, el grupo que era producido nada más y nada menos que por Andrew Loog Oldham, quien 25 años atrás había descubierto a los Rolling Stones, y el muchacho que sólo quería escribir dio la talla y en 1983 empezaría a formar parte de Sociedad anónima y mientras que por el día estudiaba, por la noche rockeaba.

El concierto en Ciudad de Guatemala fue un éxito. En la noche,  Marco Vinicio Cerezo los invitó a una cena en el palacio presidencial. Con desparpajo dijo que una de sus frustraciones era no haber sido un guitarrista como Jimmy Hendrix. Naná comió al lado de la mítica Patricia Sosa y creyó por un instante que ese viejo sueño de volverse una estrella de rock, se le iba a volver realidad.

Al regresar a Colombia, en plena cresta de su popularidad, la banda se disuelve y Francisco Reyes empezaría a entregarse de lleno al Derecho y la Economía, disciplinas que lo llevaron a ser profesor universitario en universidades de Estados Unidos, Francia, Suiza y Portugal. Las clases, según sea el país en donde ejerza, las dicta en inglés, francés o portugués.  Su inteligencia lo ha llevado a crear leyes que han modificado la estructura de empresas del país, como la ley 1258 que dio pie a las sociedades por acciones amplificadas (S.A.S.). Desde el pasado mes de octubre ha ocupado por segunda vez el cargo de Superintendente de Sociedades.

En un año en donde se enfrentará a los escabrosos casos de Interbolsa y el de CDO, la constructora que estuvo al frente del colapsado edificio Space, Reyes, lejos de renegar de su pasado, dice que cada vez que puede se encierra en el estudio de grabación que tiene en su casa a darle duro a la batería, a perder la noción del tiempo interpretando a Mozart en su piano, actividades que le ayudan a relajarse y a entender mejor su trabajo ya que según él “Hay una gran comunicación entre el arte, la academia y la innovación”.

A sus 52 años tiene la energía suficiente para ser, además de una autoridad mundial en derecho societario, un músico competente que con canciones como La causa nacional, se ganó un lugar en la historia del rock nacional.

 

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