Dos hernias inguinales, varias costillas rotas y una intervención quirúrgica donde le tuvieron que extraer de sus hombros unas voluminosas masas llevaron a Aurelio Iragorri Valencia a tener que dejar de ser carguero en las procesiones de Semana Santa en Popayán. Durante 32 años consecutivos llevó sobre sus hombros una de los pasos emblemáticos, que han estado en poder de la familia Iragorri por décadas.
Desde hace 100 años los Iragorri son los síndicos del paso de Los Azotes. Son los responsables de cuidarlo y Aurelio Iragorri padre, con más de setenta años, hasta hace poco era el carguero mayor. El ministro empezó desde el escalón más bajo: ‘pichonenado’, un término que nació en 1840 con el general José María Obando, quien jamás dejó de cargar en La Dolorosa el Martes Santo. Obando se enteró que se tejía una conspiración para asesinarlo al final de la procesión, así que le pidió a un grupo de amigos que lo esperara una cuadra antes de llegar a la iglesia para entregarles el paso y evadir a sus verdugos. Para asegurar la complicidad de quien lo reemplazaría sosteniendo el barrote Obando se inventó el santo y seña de ‘pichón’. Desde entonces ‘pichonear’ es el verbo que se utiliza para indicar la salida y entrada de un paso a la iglesia y forma parte del ritual de la Semana Mayor en Popayán.
Aurelio Iragorri Valencia tenía apenas trece años cuando pudo “pichonear” el paso de Los Azotes, en contravía a la voluntad de su madre que no quería que sucediera a su papá Aurelio Iragorri Hormaza en dichas lides. Precisamente en ese año, 1980, su papá apenas se estaba recuperando de la cirugía a la que debió someterse de manos del médico Camilo Scharader Fajardo por los estragos que le habían causado cuarenta años de carguero. Sin embargo la persistencia de Aurelio Jr. lo llevó a conseguir un barrote en Los Azotes. No contento, cuatro años después consiguió un lugar en el famoso paso: Las Insignias.
Las Insignias, paso del que es síndico Édgar Simmonds, pesa más de 480 kilos e incluso ha llegado a pesar más de 600 los cuales le han dado el nombre de "el paso fatal". Según relata en sus memorias Oton Sánchez, uno de los emblemáticos hombres de la Junta Pro Semana Santa, en 1904 Las Insignias fue adornado con floreros de plata y toneles de madera llenos de arena dejándolo tan pesado que dos cargueros terminaron en el hospital y horas más tarde habían fallecido. Con el peso de este paso empezaron también las dolencias del ministro.
Durante las tres décadas que fue carguero comenzaba su ritual los sábados, vísperas del Domingo de Ramos. Ayudaba a trasladar el sitial del paso desde su casa a la Iglesia de San Francisco para armarlo y prepararlo para el Jueves Santo; carguero que no contribuya a armar y desarmar el paso pierde su lugar. Colaboraba subiendo El Señor de la Columna, una de las tallas más famosas que data de 1700 y que fue traído de Pisa (Italia). Mientras tanto, las mujeres de la familia se encargaban de adornar con flores y velones el resto del monumento. Los lunes santos el turno era en la iglesia de Santo Domingo donde ayudaba a armar Las Insignias para su salida el Viernes Santo.
Iragorri Valencia siempre se vistió para la ocasión en el barrio El Cacho en la casa de las señoras Goyes, mujeres expertas en tener todo su atuendo listo: alpargatas talla 43, tunito azul oscuro para un hombre de más de 1.80 de estatura, paño blanco que hace las veces de faja y el cíngulo que se amarra a la cintura. Su estatura determinaba su lugar en las esquinas: el Jueves Santo con el Paso de Los Azotes soportaba en su hombro derecho al judío y el Viernes Santo en Las Insignias, ponía su hombro izquierdo para equilibrar la carga, un esfuerzo físico de cuatro horas en un recorrido de dos kilómetros que por más daños que causara estaba justificado con creces.
En la tradición payanesa, desfallecer en plena procesión se le llama “pedirla”, situación por la que solo han pasado siete cargueros en los 478 años de procesión. El hoy ministro estuvo en los años 80 a punta de pasar por ese mal momento cuando al carguero que lo acompañaba quien le hacia la ‘segunda’, se le deslizó el barrote y la recibir el peso en sus hombros sintió que se caía. Aunque el sonido de su caja torácica reveló que se le habían roto dos costillas, Iragorri se propuso llegar hasta el final y logró entregarle el paso al pichón de turno. Crema caliente y un vendaje con presión de submarino fueron suficientes para lograr salir al otro día a sostener su barrote de Las Insignias.
En 1989, el año de su matrimonio tuvo otro traspié cuando un torrencial aguacero cayó el Jueves Santo sobre los cargueros que no lograban ver ni el paso de adelante. La madera mojada hizo resbalar la alcayata del carguero que le cubría la espalda e Iragorri vio Los Azotes con sus 400 kilos de peso ir camino al concreto con tal angustia que resolvió meterse en la mitad del paso para soportarlo de rodillas, mientras los compañeros se reacomodaban. El esfuerzo físico de aquel día le pasaría la cuenta de cobro con una hernia inguinal.
El mayor de sus esfuerzos fue hace seis años cuando un mes después de las procesiones sintió adormecido el brazo derecho y a los pocos días la sensación se le trasladó a la cara. Fue necesario extraer de urgencia las dos masas de grasa, fibrolimpomas, que se le habían formado en el hombro y le estaban comprometiendo el sistema nervioso.
La tradición de Iragorri no terminó con su retiro, ni su frustración por no haber alcanzado la Alcayta de Oro se convirtió en amargura. Su hijo de quince años ya se ganó un barrote en Los Azotes y ha empezado a cargar sobre sus hombros el honor de una familia que ha sabido mezclar la inspiración divina con el poder terrenal.
Twitter autor: @PachoEscobar