El pasado domingo, 19 de febrero, se colocó un artefacto explosivo al interior del barrio de La Macarena, específicamente en la esquina suroriental de la carrera 5 con calle 27 (no en la Plaza de Toros, como muchos lo quieren hacer ver). Desafortunadamente la explosión de dicho artefacto ha cobrado, hasta el momento, la vida de un policía y, también, ha dejado una importante cantidad de personas heridas (algunos de gravedad). Además, la explosión dejó huellas en fachadas de viviendas (como la mía) y negocios aledaños.
Este acto es condenable en todo sentido, y no lo digo solo por la angustia que trajo a los míos o a mi propia persona, sino por todas las víctimas y sus familias, especialmente por la lamentable tragedia que trajo para la familia del fallecido oficial de policía. Para ellos mi más sentido pésame.
Ahora bien, sin intención de faltar al respeto a las víctimas o de disminuir el impacto de este evento, creo que es indispensable criticar la forma en que los medios de comunicación (y algunos politiqueros), irresponsablemente, califican este suceso, moviendo a la desinformación y a la creación de juicios de valor de lo que aún se desconoce.
Parece que llamar terrorismo a cualquier cosa (o ponerlo de sufijo: narcoterrorismo), se ha convertido en una moda para los medios y otras personas influyentes. El petardo de La Macarena no es la excepción, algunos medios y figuras públicas, como el Alcalde de Bogotá, llamaron ‘terrorismo’ a algo de lo que aún se desconoce la finalidad y los responsables.
Si bien la definición del término terrorismo carece de un consenso internacional, sí existen cualidades que se comparten en una gran mayoría de definiciones legales. Así pues, una definición genérica de terrorismo sería: aquellos actos de terror dirigidos a causar pánico en la población civil y con la finalidad de conseguir cambios políticos en beneficio de los perpetradores.
Entonces, uno de los objetivos del terrorismo es causar pánico en la población civil; es decir, puede que el acto no afecte directamente a la población (como los crímenes virtuales), pero si su impacto repercute en el estado emocional de una sociedad, creando terror, es terrorismo. Sin embargo, con tan solo esta parte de la definición se podría igualar terrorismo con cualquier cosa (los roedores se convertirían en terroristas por causar terror a los musofóbicos).
Así pues, la variable política es indispensable en la definición: terrorismo se refiere al logro político que los victimarios esperan se desprenda de su acto. Por ejemplo, uno de los objetivos políticos del terrorismo del Estado Islámico es robar legitimidad a los gobiernos de Siria e Irak y construir una base social en torno a esto.
Otro debate llevaría a los mecanismos utilizados por los terroristas, al terrorismo de Estado o a la caracterización de los tipos de terrorismo (religioso, cibernético, etc); sin embargo, no repararé en ello porque mi objetivo es hacer una crítica constructiva que lleve a los mismos medios de comunicación, y figuras públicas, a tecnificarse en el significado y a utilizarlo responsablemente.
Llamar terrorismo a cualquier cosas es peligroso, y puede llevar a grandes confusiones e injusticias. La guerra contra el terror, iniciada en el gobierno Bush, ha dejado millones de víctimas alrededor del mundo, especialmente en el Medio Oriente (incluso se ha encontrado que muchos de los detenidos en Guantánamo, que ya fueron liberados, eran inocentes de cualquier crimen).
Nuestra cultura es facilista: decir que detrás de la logística del petardo, sin prueba alguna, está el movimiento antitaurino es tan fácil (y mediocre) como llamar a todo terrorismo. En las redes sociales se llevó a cabo un debate sobre esto mismo, y allí también se pudo percibir el desconocimiento de los medios (y su influencia en las personas), que en su necesidad de inmediatez, una vez más, no midieron el tono de sus palabras.