El concepto insignia del candidato, hoy presidente Iván Duque, generó un ambiente esperanzador de progreso y modernización de los modelos económicos de Colombia, augurando un paso adelante en el uso de las TIC como elementos fundamentales para ampliar la visión comercial del país e incursionar de manera directa en los mercados digitales internacionales, este concepto apoyaría la creación de micro y mediana empresa apoyado en la imagen emprendedora de un libro de autoayuda.
Más alejada de la realidad naranja se encuentra aún la base económica del país, pues esta se sostiene principalmente en la extracción de hidrocarburos y la minería. Por otro lado, el presidente centra sus esfuerzos en implementar algo que incluso en países desarrollados se encuentra en su fase beta, dejando de lado atención y esfuerzos que podrían ser más eficientes en el aumento productivo del campo o ampliar los tratados de exportación para abrirle el camino a una economía digital viable.
Contrario a esto, hace poco Medellín fue declarada la sede de la cuarta revolución industrial, en la cual se aplican conceptos afines a la economía naranja y el crecimiento industrial sin afectar el medio ambiente. En una ciudad donde los niveles de contaminación del aire son bastante altos, en un país donde se habla de digitalización y creatividad, pero se practica la megaminería y la extracción de hidrocarburos como pilar económico, donde la deforestación y el tráfico de especies van en aumento, hablar de innovación, digitalización y economía naranja es casi una paradoja.
Al final, el problema no es el concepto o las buenas intenciones del presidente de llevar a Colombia al nivel de las economías mundiales más sólidas, sino la búsqueda de alternativas económicas acordes, antes de pasar al modelo de la economía naranja, a no ser que con este concepto se refiriera a vender piel de caimán por internet.