Está bien que se resalte los diplomas y hoja de vida académica en el nombramiento de funcionarios del alto gobierno; pero se debe recordar que los títulos son para colgarlos en la pared, ya que la sabiduría, el talento y las competencias, salen del interior de la persona y obedecen a otros factores diferentes a los puros aspectos académicos; y tampoco los cargos ocupados en el pasado son factor de mérito, cuando estos corresponden a designaciones burocráticas por palanca o padrinazgo político.
La calidad de la gestión pública en el más alto nivel no se mide con los patrones convencionales con que tradicionalmente se valora, sino con métodos que consideren otros aspectos relevantes. Hoy juegan papel importante la gestión del conocimiento y la innovación, que requiere de la comprensión, la adaptación y la pertinencia, frente al entorno velozmente cambiante y complejo, en un mundo heterogéneo y diverso.
Si no se consideran estos aspectos, simplemente se está dando oportunidad para que la oposición política o los enemigos de cualquier índole, aprovechen la ocasión para lanzar ataques y socavar el piso institucional de la acción gubernamental.
En el marco del modelo gerencial que hoy demarca la gestión pública, las decisiones se toman con base en evidencias y los anuncios sobre estas mismas se realizan por medio de actos administrativos o procesos comunicativos formalmente establecidos.
Las ideas personales, el pensamiento subjetivo, los deseos y las intenciones, por buenas que sean, al expresarlas conllevan alta dosis de riesgo, que puede ser tolerable en la gestión privada, pero que es grave en el marco de la gestión pública.
Los anuncios sobre políticas o decisiones y la información sobre propuestas, deben estar sustentadas en estudios objetivos y técnicos que implican el abordaje de la realidad compleja, bajo los cánones que determina el manejo de lo público. Una política pública debe ser profundamente estudiada con participación de los actores; y con el método científico se debe sustentar la formulación frente a la opinión pública, ya que ninguna política es universal y todas generan amigos y enemigos.
El gobierno que está comenzando tiene propósitos muy sanos y convenientes para el interés general; pero los procedimientos que usa no cumplen los parámetros adecuados a la administración gerencial de lo público, que requiere serenidad, cautela, pragmatismo, pertinencia y flexibilidad, si quiere lograr la viabilidad real con carácter estratégico, en un mundo que es globalizado y por lo cual los factores influyentes no solo son nacionales sino internacionales.
Los ministros demuestran que tienen conocimientos y propósitos bien intencionados; pero también demuestran limitaciones en materia de gerencia pública y se les escapa la delicadeza y rigor con que deben realizar la gestión. Hay que evitar ser boquisuelto.
Si fuera un gobierno como los que existieron durante 200 años, nada se esperaría porque la oligarquía siempre fue la misma; pero se trata de un gobierno para el cambio, que ha generado muchas expectativas.
No se quiere un gobierno que dispare al aire para todos los lados para ver dónde cae, sino un plan concreto de desmonte paulatino del modelo neoliberal, que implica diseñar una estrategia y pasos tácticos precisos sin desviar la ruta y dejar de lado los elementos intrascendentes y asuntos triviales, que poco aportan al cambio de las políticas neoliberales, pero que desgastan la imagen y dan ocasión para la crítica, alimentando así la oposición y a los neonazis, que están al acecho pendientes de cualquier paso en falso para atacar, haciendo por ello obligatorio que se tiene que evitar servir la papaya del gobierno.