No sé a cuál asesor de la Casa de Nariño o de la Cancillería, se le ocurrió la idea de que el presidente Santos llamara por teléfono a Donald Trump el pasado primero de septiembre. La disculpa era expresarle una solidaridad improcedente ante los daños causados por el huracán Harvey. Digo solidaridad improcedente porque esta clase de estragos son consecuencia del cambió climático que el mismo Trump propicia. Su indiferencia en el tema se hizo patente en el caso de Puerto Rico, territorio devastado por el ciclón María y donde la ayuda federal nunca llegó.
En todo caso Santos dio papaya. Y es que uno no se mete con un individuo apenas conocido, que ha cogido fama de patán y picapleitos, si no es estrictamente necesario. Como se sabe aquel día el gringo estaba cargado de tigre y abandonó la etiqueta diplomática para despacharse contra su interlocutor telefónico. Le echó en cara que sus preocupaciones se centran en arreglarle la vida a unos cuantos guerrilleros mientras lo tienen sin cuidado la salud y vida de los ciudadanos norteamericanos.
El episodio que el gobierno colombiano tenía guardado, manteniendo la falsa apariencia de cordialidad en las relaciones con los socios del Norte, salió a la luz gracias a fuentes de prensa como el Washington Post. Pero la falta de glamour y la descortesía de Trump no pueden ocultar que el tipo tiene razones poderosas.
Primera: el consumo de psicoactivos, narcóticos y opiáceos viene creciendo de manera desenfrenada en Estados Unidos. En agosto del año pasado, poco antes de la llamada de Santos, Trump había anunciado la declaración de emergencia nacional ante el incremento inusitado del uso de aquellas sustancias, las cuales dejan cada año sesenta y cinco mil muertes por sobre dosis en aquella sociedad. Entre las drogas aludidas está la heroína, derivado de la amapola, en cuyo mercado Colombia tiene una creciente participación.
Segunda: aunque aún no se dispone de cifras completas con relación al 2017, se sabe que el consumo de cocaína en Estados Unidos durante 2016 fue el más alto toda la década. El asunto estuvo relacionado con una mayor disponibilidad del narcótico por el incremento del área cultivada en Colombia. Y es que según cifras confiables como las de UNOC, Naciones Unidas contra la droga y el delito, la superficie dedicada aquí a plantar el estupefaciente creció un 52 % entre el 2015 y el 2016, alcanzándose la cantidad de 146 000 hectáreas.
Tercera: nuestro país continúa siendo el mayor proveedor de cocaína al mercado de Estados Unidos. El 92 % de toda la cocaína comercializada en aquel país procede de nuestro territorio. En este deshonroso escalafón nos sigue Perú con una contribución marginal.
Cuarta: el resultado de las ayudas financieras provistas por los norteamericanos podría tacharse de decepcionante. Durante los últimos veinte años Colombia fue el principal receptor de ayuda financiera estadounidense en el continente. En el marco del Plan Colombia, cuyo propósito declarado fue el de contribuir al desarrollo mediante al lucha contra el narcotráfico, llegaron al país unos diez mil millones de dólares. Adicionalmente con motivo del acuerdo con las Farc, el presidente Obama comprometió ayudas por USD 450 millones más. Todo para encontrar que a pesar de progresos pasajeros, como los del año 2012 y 2013, cuando las siembras se redujeron a 48 000 hectáreas, el esfuerzo al final parece perdido al triplicarse los cultivos.
Quinta: lo acordado con las Farc en materia de narcotráfico no se estaría cumpliendo. Según lo expresara el embajador Kevin Whitaker a Darío Arizmendi la semana pasada, su gobierno tuvo el entendimiento de que como producto del acuerdo de paz las Farc entregarían información sobre rutas y responsables, pero nada de eso ha ocurrido. En su visión, por el contrario, lo que han estado haciendo los antiguos subversivos es tratar de colar narcotraficantes en la JEP, para evitar su extradición.
Mirando esto elementos en conjunto sería ilusorio pensar que Trump tenga una actitud distinta hacia nuestro país y hacia quien lo preside. Lo que Santos enfrentó no fue un incidente sin trascendencia, fue el anuncio anticipado de una inminente descertificación.
Se dice que los dueños del narcotráfico están de plácemes
porque gracias al acuerdo de paz
quedaron liberados del gramaje cobrado por las Farc
Mientras tanto en Colombia y a pesar de los anuncios oficiales sobre hipotéticos logros, la oferta interna de las sustancias malditas no disminuye. Se dice que los dueños del narcotráfico están de plácemes porque gracias al acuerdo de paz quedaron liberados del gramaje cobrado por las Farc. A esto se suman la despenalización de la dosis mínima y la incapacidad manifiesta del Estado para aplicar la ley dando castigo a los infractores. Y todo transcurre en medio de la ausencia de políticas sociales que den sentido verdadero a la vida de la infinidad de jóvenes pertenecientes a los sectores marginados
Bien lo expresó la Hermana Alba Stella Barreto, importante líder social del sector de Aguablanca en Cali, al referirse a las estrategias necesarias para rescatar los miles de adolescentes capturados por la criminalidad y la drogadicción: “Queremos jóvenes con sus historias personales reparadas, con proyectos de vida que le aporten a Colombia la posibilidad de constituirse en un país competente y en paz”.