Hace 30 años Güepsa, Santander, vivió la abonanza panelera más importante de la región. Sin embargo, hoy la panela no da lo suficiente para vivir. Los campesinos de la zona aun siembran la caña porque necesitan mantener viva la tierra y poner a trabajar los trapiches cada vez que pueden. Pero las adversidades, como el precio de la panela o la falta de mano de obra, hace imposible lo que hace tres décadas era conocido como el sueño panelero.
El pueblo que alguna vez recibió a Simón Bolívar durante su ruta patriótica se transformó en un lugar lleno de mototaxis, única solución para los jóvenes que no ven en el campo una alternativa para ganarse unos pesos. La panela siempre se negoció en el parque central a la sombra de los árboles, pero hoy el movimiento es muy poco, dando cuenta del declive económico del producto. Sin embargo, la solución podría estar en transformar la panela en un endulzante, darle un valor agregado, pero manteniendo las propiedades vitamínicas y nutritivas del tradicional producto colombiano.
La empresa Makariza, fundada por los hermanos José Vicente y Víctor Manuel Camacho, tomaron la decisión de dejar de hacer panela en bloque y venderla pulverizada. Además, también sacan te, bebidas achocolatadas o preparaciones instantáneas. Le compran los cultivos de caña los campesinos de la región que tienen 10 o 20 hectáreas sembradas solo con esa planta.
La panela en bloque no desaparecerá porque sigue siendo un producto con valor en el mercado, pero su transformación podría ser la solución para que la región pueda volver a tomar un aire económico y así, también, mantener vivos los tradicionales trapiches paneleros, símbolos de la región y el campesinado.