Ante la actual pandemia es inevitable el desencadenamiento de una profunda encrucijada socioeconómica y geopolítica global, que catapultará la pobreza, la inequidad socioeconómica y las tensiones políticas internacionales. Estos son resultados inevitables que generarán redefiniciones del actual orden geopolítico y económico internacional. “Hay ya silbos de llama en la braza” (El sueño de las escalinatas).
La impredecible pandemia y sus efectos sanitarios, económicos y sociales agudizarán la crisis económica y política internacional y dinamizarán las crecientes tensiones por el dominio del poder económico y político global, previamente en curso, inducidas por la incontrolable globalización del conocimiento científico y técnico. Esta inocultable realidad está ocasionando desplazamiento, diversificación y relocalización de los centros de producción en el planeta e inevitablemente una redefinición del reparto del poder geopolítico. Los efectos y consecuencias de la pandemia sirven de catalizadores.
La encrucijada sanitaria y letalidad evidente devela inconsistencias y debilidades, donde se encuentra la injustificable inequidad del modelo socioeconómico-político global dominante. Además, desnuda las incongruencias de la economía de mercado y consumo, y demuestra que la producción y el consumo demandan condiciones mínimas para sustentarse y mantenerse en el tiempo y que la acumulación de riqueza e ingresos deben articularse racionalmente con los derechos sociales y la dignidad humana.
No son pocos los gobernantes que explícita o sesgadamente tratan de evitar decisiones y acciones para prevenir y atacar la pandemia, y proteger la salud de los ciudadanos, con el único argumento de no afectar el proceso productivo y cuidarla economía y los intereses de los gremios económicos y el capital.
Contumaz la posición del psicópata, sociópata, narcisista, mitómano, ignorante y perverso presidente de Estados Unidos, quien actúa con el beneplácito de la ultraderecha, dueña de más del 90% de la riqueza y los ingresos de esa nación.
Desafortunadamente se advierten posiciones parecidas a las del gringo de parte de gobernantes de países emergentes y en desarrollo, como ocurre en Colombia. El jefe de gobierno se manifestó renuente y vacilante a tomar medidas de fondo para proteger la salud de los colombianos, bajo socorridos e irracionales argumentos de empresarios y gremios económicos colombianos.
La primera cuarentena la decretó ante la inminencia de un fallo de tutela de un tribual judicial regional sobre protección de la salud frente a los efectos del COVID19. Igual ocurrió con la prórroga de la cuarentena frente a la posición de la alcaldesa de Bogotá. Es explicable en él porque representa incondicionalmente a los grandes empresarios y a los gremios económicos por encima de los intereses legítimos de los colombianos.
La amenaza de la encrucijada socioeconómico colombiana es dramática debido al torrente de gastos que origina la pandemia y a que Colombia, en la región latinoamericana, es la más inequitativa y sexta en el planeta. Tiene la mayor concentración del ingreso y la riqueza. Mayores índices de desempleo y subempleo (más del 65% antes del COVID 19). Un desempeño económico-industrial desastroso. Presupuestos desfinanciados sistemáticamente. Desproporcionada importación de alimentos que se pueden producir en el país, etc. El endeudamiento público ya supera el 100% del PIB, aunque el gobierno diga otra cosa (deuda externa e interna públicas, vigencias futuras, billonarias demandas contra el estado, deuda contingente y el cáncer de la corrupción).
A este catastrófico panorama socioeconómico y fiscal se debe agregar el accionar de los carteles de la corrupción y la politiquería, que explotan para su particular favor hasta los mismos efectos de la pandemia.
La corrupción es la pandemia que crece exuberante, sin control, ante la inoperancia cómplice del gobierno, de la justicia, órganos de control, el populismo y la politiquería.
La problemática, económica, social y política colombiana, guardadas algunas proporciones, es similar a la de todos los países en desarrollo, dominados por el mismo modelo económico-político, impuesto desde los mismos centros de poder global.
Las vicisitudes que tienen que afrontar, la mayoría de naciones, para responder a la amenaza del fenómeno de la pandemia, evidencian el nivel de rezago en desarrollo nacional integral y la necesidad de procurar autosuficiencia, al menos en sectores estratégicos, que permitan responder oportunamente las necesidades de abastecimiento básico, de la comunidad. De igual manera demuestran la necesidad de romper, el incondicional sistema de dependencia de naciones de altos niveles de desarrollo y poder lograr autosuficiencia en abastecimiento y desarrollo de sectores básicos de la producción.
La pandemia del COVID-19 demanda cuantiosas sumas de dinero para poder apoyar económicamente a multitudes desposeídas de bienes, medios de subsistencia y trabajo, con condiciones de pobreza generadas por el modelo socioeconómico y político vigente. Son hechos y circunstancias que agudizan la problemática socioeconómica nacional de naciones, pero que los gobiernos deben atender, ante la arremetida de la pandemia y los altos porcentajes de pobreza.
Es pertinente advertir que junto a la retórica del manejo de la pandemia, el presidente colombiano puede utilizar la problemática sanitaria para tender cortinas de humo sobre los develados hechos de corrupción de su elección y últimamente los que presuntamente relacionan a su vicepresidenta con negocios con Memo Fantasma y el narcotráfico.
El poder público en Colombia hace tiempos alcanzó niveles de corrupción e inmoralidad difíciles de revertir, sobre todo ante el poder de la politiquería, el clientelismo, la corrupción, la obsesión del dinero fácil y la actitud de electores de voluble memoria y voluntad incierta, condiciones que difieren poco en otras naciones de la región.
Las deplorables condiciones socioeconómicas, fiscales, institucionales, políticas y de degradación moral del poder público demandan rectificaciones profundas del modelo económico-político institucional, que permitan reconstruir, reorientar e impulsar positivamente los destinos de las naciones y la justicia social.
Ante las desfavorables perspectivas socioeconómicas y políticas que gravitan sobre el planeta, en particular sobre las naciones de menor desarrollo y mayor dependencia de los centros de poder globales, debemos prepararnos para los cambios que inevitablemente se darán como consecuencia de los efectos y coyuntura inducida por la pandemia.
Los ciudadanos honestos y socialmente responsables, conocedores de la dramática problemática nacional, debemos intervenir y plantear soluciones para el mediano y largo plazo, además de prepararnos para asumir la dirección del poder público y evitar la continuidad de quienes han demostrado ser incapaces e irresponsables política y socialmente.