En la Edad media el miedo que tenían los Estados, las iglesias y los poderes, era el miedo de la locura, de los locos, mendigos, leprosos y contagiados. Una especie de barbarie que amenazaba la civilidad, las villas y a un sector particular de población rica, de hacendados y de la nobleza del clero y de las capas monárquicas. Hoy, en el 2020, es otro miedo el que tienen los Estados y los gobiernos, no tanto la iglesia y no tanto los partidos políticos, es el miedo a la movilidad, al desplazamiento, a la velocidad. Miedo al cambio de lugar de las cosas, cambio de posición, de espacio, que luego fue el cambio de técnicas, de la imagen, hasta llegar al mensaje y con ello a la información, miedo de la información que llega y de la información que se va y con ella, nosotros mismos. Miedo personal, de la cercanía y lejanía, de que lo cercano se vuelva lejano y lo lejano cada vez más lejano. Miedo que tenemos de las cosas y sobre todo que tenemos de nosotros mismos. Miedo al no estar en el mismo lugar, al irse, a viajar y de este modo al dejar de ser. Miedo a ser de otro modo, el modo que cada uno quiere.
La globalización y la sociedad de la información, no creó la velocidad que cambió el tiempo y el espacio, esta velocidad de las cosas y de los seres, es una fuerza de fuga, de desviación, de pérdida y de límite. Buscar la velocidad está asociado a todas las muertes, y su sentido oculto nos muestra que esa agonía es preferible a vivir quieto, fijo, rígido. La sociedad global encontró en esa fuga interna de la población y del ruido de las cosas, un aliado y sin pensarlo, lo estimuló, lo potenció y lo llevó fuera de los límites posibles. Hoy, en el 2020, lo global que lo unifica y paraliza el todo y a todos, tiene miedo de ese amigo que se encontró en el camino del progreso y de la civilización: la velocidad que acaba con el tiempo y con los espacios.
La estrategia ciega de la actualidad es parar y aquietar esa fuerza ciega, pero imparable, esa fuerza que puede destruir el todo organizado de las fuerzas del poder. El antiguo amigo, lo veloz, pasó a ser el enemigo frontal. ¿Cuál enemigo? No “el ruido de las cosas al caer”, sino el ruido sordo y profundo que como un terremoto amenaza la paz mundial de las almas quietas y estables. Ese ruido no es ni más ni menos que ir de un lugar a otro sin que haya un lugar, porque la velocidad no tiene lugar en lo real, es virtual. Ese pequeño ser “cambiar de lugar”, es la gran potencia de la vida que quiere encontrar otros modos de vida. Ese pequeño ser es insignificante en apariencia, pero visto en grande es “irse para siempre jamás”. Lo que la gente tiene en la cabeza no son ideas, no son proyectos políticos de revolución, no es cambiar el mundo de arriba abajo, lo que la gente quiere es adquirir la potencia de la veloz, que se expresa en “irse de una vez”. Antes de nacer uno se quiere ir, quiere dejar el lugar donde nació, sus padres, sus seres queridos, dejar de ser para no ser. El ruido profundo es “para no ser nunca jamás”.
Si al hombre del poder le aterra y le da miedo el irse para siempre jamás, el “para no ser nunca jamás”, le parece insoportable, ese el pensamiento más pesado sobre la faz de la tierra. ¿Para quién? No para el que se quiere ir, que es pensamiento más ligero y alegre, sino para el que no quiere irse, no quiere que las cosas cambien de lugar. Por fin sabemos quién no se quiere ir, quién es el conservador, quién el hombre del poder, al que le aterra y le da miedo que alguien se vaya y peor aún si ese irse es rápido, veloz, como si esa rapidez tuviera el alma de un mensaje virtual.
Los que inventaron la velocidad están aterrados porque esa velocidad que era para las máquinas, ahora ocurre que se volvió humana, se volvió pensamiento, se convirtió en la idea que cambió el mundo. El miedo es peor aún, porque la velocidad virtual se salió de la máquina, de las ideas, de los pensamientos y se convirtió en la vida misma, la velocidad es la vida. Dios mío, es la vida! Todos corremos hoy en día, y ¿para dónde vamos? Para ninguna parte, solo salir de allí. Señor, señora, solo salir de allí, salir del lugar, de la casa, del pasado, de lo anterior, del pretérito. El miedo aumenta porque ese nuevo modo de ser es impensable, es infinitamente impensable, no cabe en la cabeza, ¿de quién? Del que está quieto, del que es lento, del que no ha pensado nunca que hay que cambiar de lugar, del que vive del pasado, del que vive en el antes, y su tiempo y espacio es de lo que fue, y el que vive en lo fue tiene que saber que su presente aterrador, es el “fui”. Si fui ya no puedo ser, nunca puedo ser otra cosa.
¿De quiénes hemos hablado, sin mencionarlos? de los jóvenes. No son los niños los que se van, los que no tienen pasado, son los jóvenes. No son los viejos, mayores de setenta años, son los jóvenes, los viejos ya fueron, ellos fueron y regresaron, y si quisieran dejar de ser tienen que volverse, ya no niños, no hay un niño en los viejos, pero si puede haber un joven. ¿Viejo, te pregunto te quieres ir, quiere dejar de ser? Es muy curioso que la velocidad no mate niños, pero sí jóvenes y sobre todo a los viejos. ¿Porque a los jóvenes? Hoy los viejos no pueden salir, los niños un poco, pero sobre todo que salgan los jóvenes. Los que inventaron la velocidad, los que cambian el mundo, los que se atreven a irse y dejar de ser, ellos, tienen libertad para irse. Como si la libertad que se les concede fuera el precio que se pagara por pensar en irse siempre, en irse como modo de vida, en dejar de ser como actitud, como ser. Al darles la libertad a los que la inventaron, les quitan la libertad a otros, porque la paradoja, es que al darles libertad a ellos, se la quitan a los niños y a los viejos. Pero sobre todo les quitan la libertad, a los inventores de libertad, los jóvenes. Cuáles jóvenes, señor Alcalde? Los jóvenes de las clases populares, los jóvenes del pueblo, los jóvenes de las comunas, de Ciudad Bolívar.
Si el progreso y la civilización se mide por la velocidad virtual, se mide por el cambio, ¿por qué el que se quiere ir, el que se va, el migrante, el loco de la moto, el informal, el que está aquí y allí, por qué ese es el excluido, el que hay que desaparecer? Al fin descubrimos de qué trata todo esto. Se trata de la libertad. Pero señor, señora, soy Alcalde, defiendo la vida, no puede salir. Señor Alcalde la vida es la libertad. La vida es salir, la vida es no dejar de salir, irme de aquí. Señor, para dónde va? Solo salir de aquí, irme, dejar de ser.