La pandemia globalizó la enfermedad y el sufrimiento. El género humano se hizo uno solo. La esperanza y la fe se fortalecieron.
Pero, contrariamente, el mercado de la salud se fortaleció o, mejor, la salud como negocio sigue siendo la máxima.
Se fortalecieron las finanzas de las farmacéuticas y el capitalismo salvaje. No es sino mirar la producción y la distribución de la vacuna.
Es decir, la salud estropeó la utopía.
Y el género humano vuelve a dividirse entre los del mundo desarrollado y el indignante e injusto calificativo de los países del tercer mundo.
Con una paradoja final, si el mal no se erradica en todas partes del mundo, toda la humanidad seguirá en peligro.
Finalmente, parece que la creación conspira y sigue insistiendo en que entendamos que somos uno solo sin divisiones de ninguna naturaleza.
Seguir insistiendo en esas artificiosas divisiones y discriminaciones nos puede llevar a la extinción. Y ojo que la mayor amenaza, como lo han dicho todos los profetas, es el calentamiento global; también causado por la avaricia y las diferencias que produce el capitalismo salvaje.
Un detalle para nunca olvidar en nuestro país y que mide en lo micro la condición humana que nos lleva a vivir estas tragedias.
El gobierno decretó un descuento para los servidores públicos que ganarán más de diez millones de pesos para apoyar la crisis y ayudar a los más necesitados.
Ahí fue la de Troya. Saltaron aquellos servidores que argumentaban que ese descuento, que era apenas por tres meses, implicaba perder su nivel de vida y estatus social.
Como era de esperarse, demandaron ante la Corte Constitucional la medida que llamaban arbitraria e injusta. Y recuerdo que la corte, que ya de sabiduría tiene muy poco, declaró que el descuento por no haberse hecho extensivo a todos los empleados del país, tanto del sector privado como público, era inconstitucional.
Lo anterior en lugar de haberlo declarado constitucional y ordenado al gobierno que se le descontara a todos. Y lo más seguro es que todos esos personajes van a misa.
Y las previas reflexiones, tanto generales como locales, sin entrar a rumiar sobre la inquietud que produce pánico del maestro Willian Ospina en su última columna: "Yo sé que una pandemia es un accidente y hasta ahora no creo que nadie tenga la posibilidad ni la temeridad criminal de liberar patógenos mortales que puedan mutar por el camino y destruir de vuelta a quienes lo diseñaron".
Ya hay pruebas de que sí hay esa posibilidad y ha pasado.
Somos seres dotados de tantos dones pero con muchas miserablezas.
Por todas estas razones es que más creo en Jesús como un hombre que no era de este mundo.