Todavía recuerdo el último abrazo, la última carcajada y la última despedida. Aún están tibios los momentos y las sensaciones, pero con el pasar del tiempo, noto como se enfrían. Tal vez, si hubiera sabido que era la última oportunidad de pasar tiempo con mi familia, el abrazo hubiera durado más tiempo y nos hubiéramos reído con mucha más fuerza.
Ya un año ha pasado y debo decir que nunca creí ser parte de un hecho histórico a nivel mundial tan catastrófico: más de 74.000 colombianos muertos por COVID-19, mientras, a nivel mundial el mortal virus se cobra la vida de más de 3 millones de personas. Todos los días parecen iguales. Solo cambian las cifras de personas contagiadas y el número de fallecidos, pero todo pareciera igual, como un bucle en el tiempo.
Mi familia es bastante numerosa debo decir, tanto por parte de mi mamá, en Valledupar; como de mi papá, en Santander. Aunque es difícil mantener una relación cercana con toda la familia, de alguna u otra forma, a pesar de las distancias y los diferentes lugares alrededor de Colombia donde residen, somos unidos porque sin importar las circunstancias, la familia es lo más importante.
Siempre hemos vivido en el mismo barrio y desde que tengo memoria, mi hermano y yo, siempre jugábamos con nuestras primas María Claudia y Francisca, mientras mis padres y mi tío Arturo se sentaban en el patio a conversar y tomar tinto. La risa de Arturo era muy contagiosa y en su mirada solo se encontraba amor, amor que demostraba a sus hijas con muchísima ternura. Mi tío abrazando con especial cariño a Francisca y María Claudia, es la imagen que aún se repite en mi cabeza a dos meses de su muerte.
“Quisiera pedirle una oración a toda la familia por mi papito, que está luchando en el hospital... ya lo intubaron... y ahora tenemos que ser fuertes por él, así que les pedimos todo su apoyo”: así fue el mensaje que recibimos de sus hijas el 19 de febrero del presente año. Mi papá, visiblemente afectado, no decía nada, solo miraba el piso de la sala; mi mamá, con escapulario en mano, rezaba; mi hermano intentaba hablar con Francisca y yo... yo solo estaba intentando procesar la situación.
En los siguientes días todos estábamos en la expectativa y solo nos encontrábamos a la espera de un milagro, de un despertar...de algo. Nos llamaron el 26 de febrero, se dirigían al hospital porque un médico les había indicado que podían acceder al cuarto donde estaba para que le hablaran y le dieran ánimos. Solo entró su esposa.
Dos días después el 28 de febrero, mi tío muere, dejando un hogar lleno de amor, lágrimas y un vacío que hasta el día de hoy se siente. Todavía resulta difícil pensar en su sonrisa, pero aún más difícil es pensar en sus hijas que todavía recuerdan con inmenso dolor a su padre. La vida es un instante y pasa con tanta rapidez que cada risa, cada abrazo y cada beso es un tesoro en sí mismo.
Hay días en los que no puedo detener mis lágrimas en el trabajo y preferiría estar todo el día durmiendo, para que al despertar todo haya quedado en una pesadilla. Todos los días parecen iguales, pero las víctimas son distintas.
Si alguien me preguntara "¿quisieras ser parte de un acontecimiento que marque un antes y después en la historia?" antes hubiera respondido “¡por supuesto!”, pero ahora, entre una plaga de incertidumbre, dolor y ansiedad, el silencio responde mejor que mis palabras.