Desde siempre se ha tenido en mente el pensar acerca de encontrarle el sentido a la vida, y en ello ha influido antes de la pandemia, durante la pandemia y en la pospandemia, es decir, momentos que no se han podido identificar y que han hecho parte del aburrimiento del hombre.
Deseamos permanecer viviendo momentos interesantes, imaginando que la vida es segura y tranquila pero no hay certeza al respecto. Esa paradoja existencial se presenta a toda hora y nos enfrenta a aquello que no deja ver los momentos antes mencionados; terminamos deseando el “tener cuidado con lo que deseas”, pero también conscientes del tiempo interesante que nos tocó, de la forma inusual como imaginamos al otro, o de encontrarle sentido a la vida en el encierro, o maldecir por qué nada interesante aparecía, lanzarnos de forma vertiginosa en búsqueda de la maldición o el sobrevivir como seres humanos al enfrentar la realidad con la rutina.
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Una rutina que no deja pensar, en la que se ha perdido el nacimiento y la muerte, en donde la quietud ha ganado la carrera vivencial del hombre sin consenso ni contexto, implicando eso inevitable, lo que se repite en donde lo complejo no deja construir una nueva variación, en donde lo restrictivo desaparezca, pero nos comprenda por su amplitud.
En esos casos quedamos con la duda pues ¿serán los tiempos interesantes?, ¿vendrán mejores tiempos? o escapamos de esa rutina asociada con el desconocimiento del árbol generacional y sus constelaciones, o seguimos en esa celda dibujada en la cárcel de la comprensión, o tratando de encontrar esa autenticidad del individuo en una sociedad desorganizada desde lo político y lo social, síndrome de la gran mayoría de países en los que perdió o ganó la pandemia, en donde los programas para evitar el suicidio y demás depravaciones mentales superaron las políticas de las entidades de salud.
Olga Tokarczuk, mujer polaca ganadora de premio Nobel dijo: “descubrí que -pese a todos los peligros- siempre sería mejor lo que se movía que lo estático, que sería más noble el cambio que la quietud, que lo estático estaba condenado a desmoronarse, degenerar y acabar reducido a la nada; lo móvil, en cambio, duraría incluso toda la eternidad”, pero entonces cómo movernos en el encierro, en esos estigmas existenciales o lo nuevo que ocurrió tras la pandemia, en ese sedentarismo desde por la mañana hasta la noche, en donde otros intereses sucumbieron a los valores que venían y que traíamos desde una vida anterior.
Corresponde buscarle valor a esa vida sedentaria, a esa rutina existencial, a esa forma que no deja madurar y mucho menores perfeccionar la realidad, de otro lado, si bien es cierto la rutina tiene un valor, es decir un precio en tiempo y espacio también lo es, que debemos supra valorar esa rutina, buscarle un producto o mejor, productividad de como invertimos ese tiempo y espacio de la mano con esa inmensa capacidad creatividad que viene inmersa en el hombre.
Corresponde entonces simplificar ese conjunto de normas, de ideas vivenciales, de esa mente sesgada que no deja tomar decisiones individuales y grupales, encontrar esa gran aventura que emerge a diario de manera desconocida, hacia un viaje más allá de los viajes en el mundo, más allá de lo evidencia y por qué no decirle de esa necesaria para entender que la vida es una sola pero también a esta se le debe encontrar esa igualdad dentro de las desigualdades inherentes al individuo, a la sociedad, a los gobiernos y los países, pues no podemos perder esos privilegios que hemos ganado al crear no solo momentos de valor, sino el reciclar esos comportamientos predecibles para terminar identificando esa dignidad que nos conmueve, que hacer del saludo nuestra mejor arma para comprender al otro, pero lo más importante, ese anuncio estructurado que algo nuevo vendrá después de superar ese estigma generacional que nos persigue y no nos deja superar esos tiempos difíciles a los que no tenemos escapatoria por aquello de la rigidez de la vida, del trabajo y de la relación social y su interdisciplinariedad humana.