La nueva normalidad es bastante extraña, es casi el sueño de un dictador bananero propio de la imaginación de un director de cine. Además, ahora los controles policiales y las multas son el pan de cada día, eso lo tengo en la cabeza desde el día que salí a comprar lo del desayuno y un oficial me increpó:
— ¡Joven, papeles!
—Uy, mi agente, qué pena, salí a comprar el pan del desayuno, por eso estas fachas, y no saqué la cédula ni la billetera. A duras penas traje los $2.000 del pan— le dije muy respetuosamente.
— Pues lo voy a tener que multar por violar la cuarentena y por andar sin papeles.
—Mi agente, por favor, comprenda. Mire el pan. Colabóreme.
— ¡Número de cédula! Y no me diga ni puta mierda porque me lo llevo para la UPJ y me le como ese pan.
Al final, no hubo más remedio que aguantarme las ganas de putear al respetado y querido oficial, y calladamente asumir mi papel de multado, constreñido y sumiso. Después de todo, me preocupaba mucho el chocolate que había puesto en la estufa antes de salir. A la larga, solo era eso, ir en una operación de cinco minutos por unos cuantos hojaldrados.
Al estar desayunando, un poco serio y un poco triste, me preguntaba el porqué de la actitud del agente: ¿qué necesidad de ser tan poco profesional? Por otro lado, me cuestioné: ¿por qué casi ningún joven de sectores populares se siente seguro cuando los policías están cerca?, ¿por qué normalizamos que los tombos son unos hijueputas? y ¿por qué ellos ya normalizaron serlo?
A la par, no podía evitar decirme a mí mismo: ¡Hombre, es que no es solo el pan! Eso de quejarse por alguna negligencia de la policía no tiene nada nuevo, en este país ya ocurre desde hace mucho. Eso sí, lo que jamás me había pasado era que me multaran por el pan. ¡No joda, ni que fuera una empanada!
Después de darle vueltas al asunto, me di cuenta de la horrible verdad, la multa me abrió los ojos: ¿no se les hace raro ver cómo obligan al pobre a ir a trabajar? y ¿no se les hace raro ver cómo nos persiguen en la ciudad por ser pobres? En general, desde que empezó la cuarentena, se tomaron muchas medidas que están unidas por un solo hilo conductor: ¡Sálvese quien pueda!
Es un absurdo. Más allá de crear una crisis financiera, la pandemia lo que hizo fue crear mayor concentración de la riqueza y mayor desigualdad. Esta nueva normalidad es el sueño de un dictadorzuelo de una república bananera y, por supuesto, este dictadorzuelo no puede ser Iván Duque, que no llega ni a monitor del salón en la clase de religión.
Yo no quiero sembrar odios de clase, como dicen algunos, pero sí quiero invitarlos a que vayan y se den una vuelta por los barrios de los estratos altos de la ciudad de Bogotá, por allá en el norte más light. Cuando lo hagan se darán cuenta de que esa tal cuarentena allá no existió: los parques están llenos de vida, los venados corren libremente por las calles, los policías se dejan hablar y son hasta nobles, hasta los insultan y no dicen nada... si me preguntan, eso es culpa de la doctrina policial que les enseña a ser bien ávidos y violentos en el sur y bien lindos y tiernos en el norte.
Eso sí, si hablamos del norte hay que mencionar esas legiones de venezolanos en bicicletas con maleticas de Rappi (orgulloso el dueño de esa empresa, tiene a su mando a más venezolanos que Juan Guaidó). Ellos están ahí tirados por las calles, cubriéndose en las noches con cartón y sin ningún tipo de seguridad social. Si no me creen, vayan a la calle 116 con carrera 15. Ya entrados en el tema, vale agregar que estos también son perseguidos por la policía en muchas ocasiones, a pesar de que los rapitenderos solo están ahí para llevar domicilios las veinticuatro horas del día. Pero, claro, no importa nada, solo el neoliberalismo y el discurso de que el pobre es porque quiere.
En fin, y así sin ningún decreto, ni nuevo plan de ordenamiento territorial, lograron sacar a los vendedores ambulantes de las calles... Enrique Peñalosa estaría orgulloso (aunque lo lograron gracias a una pandemia). Ahora sí se va a poder salir a hacer ejercicio sin encontrarse a esos vendedores tan malucos que visten todo barato. ¡Criminalizemos al que salga a rebuscarse!, ¡criminalicemos la pobreza y multemos al que trate de trabajar honestamente! Si hacemos esto, ¿qué puede salir mal?
La respuesta lógica es un aumento de la violencia y el hurto. Si la gente tiene hambre no se va a dejar morir y en una ciudad con grandes murallas invisibles (como Bogotá) se podría comenzar un "canibalismo popular", ya que los robos en los estratos altos se mantienen bajos gracias a la seguridad de la policía, que para allá si le sirve a la gente. Entonces, tras de que somos pobres y vivimos en zonas inseguras, pues nos robamos entre nosotros, luchamos por las migajas día a día... y con esto quiero referirme particularmente al caso que más cercano tengo, que es el de mi localidad: Bosa. Acá los hurtos se han disparado. Para la muestra, a dos cuadras de mi casa casi me roban y a dos conocidos míos ya les quitaron sus bicis, también por acá cerca.
Entonces estamos viviendo un nuevo capítulo, mucho más retorcido de los juegos del hambre, en donde la policía te atraca hasta por un pan.