Uno nunca se imaginó que un país como los Estados Unidos llegara a estar tan mal dirigido. Y la crisis del coronavirus es claro que ha dejado en evidencia toda la dimensión de este desastre. Trump, un tipo que podría ser cualquier cosa menos presidente de un país; de ese país; que ha dado ya tantas muestras fehacientes de no saber exactamente para dónde es que es la cosa, ha quedado completamente desnudo ante el mundo tras la sucesión imparable de desaciertos que parecieran alcanzar a veces la dimensión de malos chistes sino no se tratara de algo tan grave. Cómo se lo hubieran gozado hombres como Chaplin y Mel Brooks de haber tenido la oportunidad de coincidir en la historia.
Trump no solo se hizo el desentendido cuando las voces autorizadas de su entorno y de otras instancias nacionales e internacionales le advirtieron, le avisaron, le sugirieron con suficiente antelación la necesidad de actuar con celeridad y solvencia para afrontar la crisis de la pandemia que estaba ya llegando al país del norte; pero él, o sus asesores, al final qué importa, consideraron que aquello era cosa de no preocuparse; no era posible que una simple gripe, como muchas tantas en la historia, desacomodara todas las estructuras sanitarias, administrativas y políticas del país.
Pero cuando las cosas empezaron a ponerse feas, cuando en las calles y en los hospitales del país los negros y los latinos empezaron a ser las primeras víctimas del virus, y rápidamente el sistema empezó a hacer agua, entonces quisieron reaccionar no precisamente tomando las acciones procedimentales y científicas que exigían los casos específicos y el contexto general, sino que la respuesta más inteligente fue empezar a acusar a los demócratas de querer servirse de la coyuntura del virus para minar la campaña de relección de Trump en los próximos comicios de noviembre.
Las cosas siguieron entonces empeorando, las cifras de contaminados, de hospitalizados y de muertos empezaron a dispararse dramáticamente, y el país empezó a perfilarse de forma vertiginosa como el nuevo epicentro mundial de la pandemia, lo que sin duda ha causado una de las impresiones más fuertes y negativas en el arrogante espíritu de esa nación, cuyos ciudadanos no alcanzan a explicarse cómo es posible que hayan llegado a esos límites de inoperancia y descontrol. Pero la respuesta de nuevo aquí otra vez fue dispersa, confusa, contradictoria y obtusa al pretender insistir en la idea de que tal vez morirían cien mil o doscientos mil ciudadanos, que era algo así como la cuota que reclamaba el monstruo, y que después de eso ya todo pasaría. Por tanto, todas las recomendaciones técnicas del caso fueron desestimadas en el afán de que es imposible de que el país deje de producir.
Y la respuesta fue entonces otra salida con golpe de opinión, esta vez más errática, denunciar a los cuatro vientos a Maduro, el vecino indeseable de su patio trasero, y a su “mafia de narcotraficantes”, con el firme propósito de que los Estados Unidos, gendarme del mundo, se encargaría de ponerlo tras las rejas. ¡Pamplinas! Pura retórica pésimamente concebida y discurseada que dejaba en claro que aquello no era más que una bravuconada de Trump para tener distraídos a quienes le comen cuento.
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Tal vez morirían cien mil o doscientos mil ciudadanos, que era algo así como la cuota que reclamaba el monstruo, y que después de eso ya todo pasaría
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Siguió el virus haciendo desastres y desvelando día a día la incapacidad del sistema de salud norteamericano y las respuestas siguieron siendo del mismo tenor: desconocimiento, descoordinación, insuficiencia de las respuestas y de las decisiones tomadas, respaldado todo en la cantinela de que la pandemia no puede parar la economía del país; que hay que abrirlo porque se afecta la gran producción de los grandes capitales. Y esta vez la respuesta de cara al mundo, otra vez para despistar y para demostrar que son los que mandan, fue más espectacular y estúpida: destacó la fuerza naval norteamericana en el Caribe en lo que podría ser una inminente invasión a Venezuela, al tiempo que le servía para intimidar a Cuba. Pero Rusia y China le pudieron tatequieto sin escándalo y allí quedó la cosa. Pero Trump es loco y cualquier cosa puede suceder.
Las dos últimas perlas tienen que ver desde luego con la amenaza de despido a la mayor autoridad en salud que tiene ese país, el señor Antony Faucy, porque éste lo dejó definitivamente mal parado al reconocer que hubo una respuesta tardía del sistema de salud del país ante la pandemia.
Y por último, luego de haber reconocido al inicio de la crisis de que la OMS había hecho un gran trabajo al hacer los anuncios y las advertencias del caso, ahora salió diciendo que esa entidad no actúo con celeridad ni transparencia, y que en consecuencia le retiraría los aportes pactados. Una amenaza que es desde luego un crimen.
Y hace apenas un par de días, en el marco de una rueda de prensa, un periodista le hizo ver todas estas inconsistencias y el tipo sencillamente lo mandó a callar tres veces de la manera más destemplada e indecente.
La pregunta es: ¿se merece ese gran país un truhán así de presidente?