Para hacer la paz solo hace falta deseo. Esa pasión divinamente fatal que nos arrastra como tirados de una cuerda, sin piedad, sin raciocinio, sin mirar más allá…
Todo va a la ruleta. ¡Todo!. Vuelos exuberantes, pasos puntiagudos dados ya sin retorno y sin huellas y, una determinación endemoniadamente precisa. El día, la semana, el mes, los años no importa. Si vamos de prisa, cierto pegamento mágico se adhiere a los zapatos y obliga a detenernos.
Ella ¡la paz! También es vulnerable. No puede ignorar la mirada que la desnuda sin pedirle permiso. Acepta. Hay algo que la llama en ese rostro traslucido, transparente; reflejado en los espejos sucesivos. Que retrata el rostro de cada colombiano… y baila, canta… sonríe a los piropos… ya no tiene sentidos. Su cabeza da vueltas y el fuego le llena de cosquillas.
Hoy tenemos retazos de paz. Listos para armar. ¡Disfrazados!. Cosas del destino. Número y género perfectos. La paz, la guerra, la guerra y la paz. Nosotros, vosotros. El mar. El monte. Las llanuras. La calle, la ciudad, el campo. Encuentro fortuito. ¡Un nuevo comienzo!