La paloma de la paz se encuentra herida. No herida de muerte, pero sí de un ala que le impide planear con libertad y con suficiente autonomía de vuelo para exigir la frustrada implementación pendiente. Para ello no existe suficiente voluntad de parte del paquidérmico Estado, que se comprometió cumplir con lo pactado.
Los enemigos del proceso nos están robando la paz en la cara y las ciudadanías libres de Colombia parecen no percatarse, ni inmutarse, ni preocuparse de lo que sucede. Es un hecho sumamente grave y lamentable. El discurso que mata y embolata incautos distorsiona deliberadamente el verdadero sentido de los acuerdos, hace su respectiva mella y socava los cimientos que constituyen la solidez y el sostén del edificio que alberga la paz. Es un protervo juego de poder. Su deseo es que se desplome y sobre sus restos caer como aves carroñeras para acabar de destruirlo.
Para lograr su cometido con la paz mienten y la atacan sin compasión alguna. Además, la convierten en un botín electoral, realizan entrampamientos que crean inseguridad jurídica y se aprovechan porque casi nadie se ha leído los acuerdos. Sin embargo, iletrados en el tema votan y opinan inútilmente, sin tener conocimiento de algo tan importante y benéfico para el pueblo colombiano. Un tema tan sensible no debió nunca someterse a un plebiscito y menos en un país como el nuestro, tan proclive a lo emocional y a ser presa fácil de la manipulación y el engaño. Ahí le cabe un mea culpa al expresidente Juan Manuel Santos por haber realizado lo que no obligaba.
Mientras los eventuales beneficiarios de esta nueva realidad política, económica y social permanecen inmóviles y en espera de que una intempestiva fuerza los saque del letargo y el reposo en que subyacen, los acérrimos enemigos de la paz, desde las altas esferas del Estado, se mueven deseosos por destruirla y trabajan incansablemente día y noche para lograr el objetivo trazado de "volverla trizas". Es la intemperancia convertida en sueño y la obsesión convertida en perversidad. La inacción y la quietud que caracteriza a los que radicalmente deberían salir en su defensa generan el adecuado espacio que los enemigos necesitan y que rápidamente aprovechan para suplirlo. No cesan en sus aleves ataques. No soportaron el éxito inicial de los acuerdos de paz y no esperaron para ir por el camino poco a poco dinamitando lo conseguido con tanto sacrificio y esfuerzo. No se construye sobre lo construido, sino que se destruye sobre lo ya conseguido.
Se sabe de antemano que los acuerdos de paz, incluido su brazo jurídico JEP, son inderogables y hacen parte del bloque constitucional. No obstante, la estrategia es convertir todo en una disputa electoral, donde una gran mayoría de gente desinformada vota por factores, donde lo razonable brilla por su ausencia y la inteligencia, es insultada. Las razones que le presentan al electorado son absurdas e inverosímiles, pero desafortunadamente un grupo cada vez más reducido de ciudadanos les cree. Un estudio reciente demostró que entre menos formación académica se tenga, más posibilidades se tienen de admirar la hirsuta derecha y pertenecer a ella. Admiro de esta corriente cómo ha matriculado en su excluyente ideología la militancia de una gran cantidad de pobres en Colombia. ¡Es increíble! Salir del engaño reiterado es el gran reto en las próximas contiendas electorales. Una gran pedagogía debe neutralizar la falacia. Conjurar un posible fraude electoral, debe necesariamente estar, entre las tareas a realizar.
Es increíble que después de sesenta años de conflicto se trate de destrozar cinco años de denodado trabajo en la búsqueda de la paz en Colombia, y que cuando por fin se logra la dinamiten añorando regresar a cero. ¿Será que, en una próxima elección, los electores irán a premiar la política culpable que nos impuso este desastroso gobierno títere? Sería el colmo, de los colmos.